Guías prácticas para no publicar libros / Mario Szichman

En cualquier industria de Estados Unidos, el ser más importante es el intermediario. En la industria editorial norteamericana, ese intermediario es el agente literario. Por cierto, hay un libro que merecería ser un clásico. Su título es The First Five Pages (las primeras cinco páginas) y su autor es Noah Lukeman, un agente literario que vive en Nueva York.

La misión de Lukeman es rechazar manuscritos. Como indica en su introducción, «los agentes y editores no leen manuscritos para disfrutar de ellos»; los leen «solamente con la intención de descartarlos». El propósito ostensible del libro de Lukeman es, por lo tanto, enseñar a los escritores, en ciernes o veteranos, cómo impedir a esos agentes literarios —entre los que se incluye— rechazar un manuscrito.

 

Ahorcándose con la propia cuerda

Abundan en Estados Unidos los libros de autoayuda. Y un subgénero de esos libros de autoayuda tiene como propósito ayudar a la industria editorial a desbrozar la paja del trigo. Hay centenares de volúmenes que enseñan cómo escribir novelas. Uno de ellos, Plot, de Ansen Dibell, es una joya. Si alguien no puede aprender a escribir una buena novela siguiendo sus indicaciones, nunca lo podrá hacer.

El universo de esas guías prácticas abunda en sabios consejos para pulir el texto, no aburrir al lector con abundancia de adjetivos y adverbios, y no importunarlo con largas descripciones, diálogos o personajes trillados, situaciones incomprensibles o escenas convencionales.

Y luego viene la parte deprimente. Todos esos manuales incluyen consejos para vender el manuscrito. Página tras página, la parte final de esos libros es tan lúgubre como un obituario. Pues, al parecer, no es fácil vender un manuscrito en Estados Unidos. En realidad, es una misión prácticamente imposible. Por lo tanto, el consejo principal de los autores de esos manuales es no desfallecer. Hay como una especie de goce en narrar las desventuras de Fulanito, que envió copias de su manuscrito a doscientas editoriales y todas ellas le devolvieron el original con una rejection slip, una nota de rechazo.

Claro está, entre millares de personas que nunca logran publicar sus manuscritos hay una o dos que cruzan la barrera, y se convierten en escritores famosos. O que deciden publicar los libros por su cuenta. Y algunos de ellos son autores nada desdeñables. Mark Twain era uno de ellos. Otro fue Howard Fast, quien se vio obligado a hacerlo cuando lo pusieron en la lista negra de las editoriales por su pertenencia al Partido Comunista. De todas maneras, no son ejemplos útiles, pues tanto Mark Twain como Howard Fast eran ya famosos autores cuando decidieron publicar libros por su cuenta, y fueron castigados de inmediato con el desdeñoso rótulo de autores de vanity press (publicaciones autofinanciadas por alguien que no ha pasado por las horcas caudinas de las editoriales). ¿Cómo lograron esos dos escritores publicar sus primeros trabajos? Adoptaron la saludable estrategia de no enviar sus textos a editoriales para que se los rechazaran. Ambos se iniciaron como periodistas. Y como algunos de sus colegas habían publicado libros, esos colegas los conectaron con editores. Pues el trato personal siempre resulta útil. Basta ver lo ocurrido con William Faulkner. Su primer manuscrito, Soldier’s Pay, encontró un editor gracias a su amigo, Sherwood Anderson, el extraordinario narrador de Winnesburg, Ohio. Según contó Faulkner, Anderson le propuso un trato: «Si no tengo que leer tu manuscrito, le pediré al editor que lo acepte».

 

Haz lo que yo digo…

Es innegable que eso elimina muchos intermediarios. ¿De qué serviría la profesión de agente literario si los autores pudiesen comunicarse directamente con los editores? Es por eso que libros de autoayuda como The First Five Pages parecen en realidad ayudar solamente a sus autores, sean agentes literarios, editores o redactores de ese tipo de manuales. Esencialmente cuando intentan demostrar lo difícil e importante que es su labor. Por supuesto, todos esos redactores de manuales para escritores nunca han seguido los consejos que prodigan en sus textos. Y especialmente cuando se trata de publicar.

Un ejemplo es Lukeman, el agente literario cuya misión en la vida es rechazar manuscritos. Su libro The First Five Pages está dedicado, entre otras personas, a su madre, quien «mostró mi primer (terrible) novela a su agente cuando yo tenía 16 años, y ha respaldado mi escritura con igual fervor desde entonces». Eso indicaría que la madre de Lukeman era una escritora, que tenía acceso a editoriales, y que el agente literario de la madre en ese caso declinó su tarea principal, la de rechazar manuscritos, y aceptó leer una horrenda novela de un adolescente de 16 años, que no era precisamente Rimbaud. Al parecer, el trato personal y la amistad siguen imperando en todas partes, inclusive en el país de los intermediarios.

 

 

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