Los «raritos» del cine / Sergio Téllez-Pon

Tal vez sólo en el cine haya abundantes ejemplos de las formas en que se ha sido gay en todas las épocas de la historia, aunque, como se verá, la mayoría de esas películas han tenido su origen en importantes obras literarias (por lo cual sería más exacto llamarlas «versiones cinematográficas»). En cambio el cine, más que la literatura, ha masificado ideas en torno a la homosexualidad, pues es innegable que algunas de esos filmes han tenido más impacto social. La escritora lesbiana Marguerite Yourcenar hizo notar que «el papel de la “loca” está a punto de convertirse, en las películas y musicales americanos [de los años cincuenta], en ese ingrediente un poco extravagante y un tanto conmovedor, hecho para inspirar el llanto fácil o la carcajada, que el buen negro del antiguo music hall representaba antaño» (en Una vuelta por mi cárcel, Alfaguara, Madrid, 2005). Sin embargo, con esa mínima penetración del personaje de la «loca», concluye Yourcenar, «se favorece, sin querer, una subcultura y un gueto». ¿De qué manera se favorecía? Fácil, con algo que después será uno de los puntos centrales del movimiento gay setentero: la visibilidad gay, es decir, se hacía ver que los gays existíamos, estábamos allí, en todas partes… aunque no fuera la forma más digna o decorosa de presentarnos.
     Por eso, uno de los mayores reclamos de Dominique Fernandez a ese tipo de películas es que, si bien «deberíamos alegrarnos en nombre de la libertad humana, no podemos menos que quedarnos perplejos ante la mediocridad de la mayoría de las obras», pues, agrega, uno creería «que lo conquistado en el plano cívico y moral, el relajamiento de las costumbres, la liberación de los individuos, se reflejaría en las producciones de una nueva cultura, sin constricciones e inventiva» (en El rapto de Ganímedes, Tecnos, Madrid, 1992). Y aquí es inevitable ilustrar la cita con ejemplos cercanos a nuestra cultura: los «jotos» de las películas mexicanas de los años setenta y ochenta que se retorcían y mariconeaban sin razón aparente y que, en su mayoría, eran interpretados por actores heterosexuales que se travestían burdamente (mal maquillados, con vestidos coloridos y diminutos que al dejar ver todo el vello masculino se veían aún más grotescos). Entonces, ese tipo de películas ¿ayudaba o nos denigraba? Según Yourcenar, lo primero; según Fernandez, lo segundo.
     La primera película gay de que se tenga noticia fue alemana, se filmó en 1919, se llamó Anders als die Anderen («Diferente a los demás») y aborda abiertamente la relación entre un maestro de música con su alumno y la presión social agudizada con el párrafo 175. La película, sin embargo, fue destruida por los nazis y sólo se reconstruyó años más tarde, basándose en el guión y con fotografías fijas. Después, en 1950, el escritor francés Jean Genet filmó el mediometraje Un chant d’amour. En los últimos quince años, muchas películas de prácticamente todos los géneros (comedias, dramas, musicales, documentales, cortometrajes y hasta de ciencia ficción y animadas) han presentado las distintas aristas de lo que es ser y vivir como gay, uniéndose así a la tradición de cintas clásicas del cine gay como la que llevó a James Dean al estrellato: Rebelde sin causa (1955); la excelsa poesía visual de Visconti, Muerte en Venecia (1971); El satiricón (1968), de Fellini; El lugar sin límites (1977), de Ripstein; Doña Herlinda y su hijo (1984), de Hermosillo, y, en un terreno más relajado, La jaula de las locas (en sus dos versiones: la francesa de 1978 con su segunda parte, a mi juicio más divertida que la primera, de 1980, y la estadounidense de 1996); El show del terror de Rocky (1975), Priscila, la reina del desierto (1994), Reyes o reinas (1995), Bienvenido Welcome (1993) y Fresa y chocolate (1993), esta última basada en el excelente relato de Senel Paz. Además, claro, hay que hablar de la mayoría de los filmes de creadores tan disímbolos como el italiano Pier Paolo Pasolini (Decameron, basada en los relatos de Bocaccio), el alemán Rainer Werner Fassbinder (Las amargas lágrimas de Petra von Kant, Un año con trece lunas, Querelle, basada en la novela de Genet), el estadounidense John Waters (Pink Flamingos), el inglés Derek Jarman (sus versiones del mártir San Sebastián y de Eduardo II, Caravaggio, The Angelic Conversation), Gus van Sant (Mala noche, My Own Private Idaho, Elephant, Milk) y el español Pedro Almodóvar (Pepi, Lucy y Bom y otras chicas del montón, Entre tinieblas, Laberinto de pasiones y La ley del deseo, que considero la mejor). O de directores más jóvenes como Julián Hernández, John Cameron Mitchell, François Ozon, el israelí Eytan Fox y el quebequense Xavier Dolan.
     Esas cintas van desde cómo se ejerce la sexualidad, las relaciones más íntimas, hasta sus formas de represión, entre otros aspectos, y por otra parte están las películas donde los gays aparecen como personajes secundarios (Me enamoré de un maniquí, Expresso de medianoche, El callejón de los milagros, El silencio de los inocentes, Boys on The Side, La boda de mi mejor amigo, Cuatro bodas y un funeral, Té con Musolini, Mejor imposible, Todo sobre mi madre, Todo sobre Adam, Billy Elliot, Pequeña Miss Sunshine, Precious, 5X2, Pájaros de papel, entre muchas otras). También en ciertas películas hay guiños que sólo un gay puede decodificar: por ejemplo en Los olvidados, de Buñuel, hay una escena en la que uno de los personajes, en busca del dinero para comer, se pone a «vitrinear»; acto seguido un señor se le acerca para «levantárselo» y, sabiendo lo que hacen, la policía aparece para dispersarlos… Los «no entendidos» ¿repararán en lo extraño de la escena?
     La gran mayoría de estas películas se han proyectado en los cientos de festivales de cine gay o de diversidad sexual que hay actualmente en todo el mundo: en prácticamente cada capital o ciudad importante de Europa, América, Oceanía y hasta Asia se realizan año tras año (el Outfest de Los Ángeles, el Framline de San Francisco y un larguísimo etcétera… o en las selecciones de cine gay de festivales tan importantes como el de Berlín, Cannes, Venecia y ahora también en el de Guadalajara, con el Premio Maguey); también en ellos se proyectan cientos de cortometrajes y documentales que compiten por los premios. En la Ciudad de México han existido dos festivales de cine gay: Mix y Urban Fest, el primero ya con quince años. Y, por otra parte, también se han difundido desde hace unos años en la excelente programación del canal Once del ipn y del Canal 22 de Conaculta, que creó la barra «Zona D», los domingos a la medianoche.
     No obstante «lo conquistado en el plano cívico y moral», según Fernandez, el mayor reto del cine gay sigue siendo la censura, ya que muchas de las películas con esta temática tienen un alto contenido sexual: desnudos totales o escenas de sexo explícito que se pueden proyectar en un cine, para un público selecto, pero no para las masas que ven la televisión. Aun así, una cinta un tanto experimental para su época —mitad reportaje, mitad ficción—, Johan (1976), se presentó ese año en Cannes censurada y, no obstante, causó polémica por sus desnudos y escenas eróticas. Lo mismo sucedió cuando transmitieron Las hadas ignorantes, del turcoitaliano Ferzan Ozpetek, por el Canal 22: le cortaron parte de la escena en la que el protagonista se dispone a tener un encuentro sexual con otros dos hombres, o sea, un ménage à trois, según los franceses. Y lo mismo volvieron a hacer en ese canal con la candente escena en la que una pareja de hombres tiene relaciones sexuales bajo la regadera en la cinta española Más que amor frenesí. Si eso hicieron en el canal cultural de la televisión mexicana, es de esperarse que eso y más hagan en otras televisoras.

 

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