El cine y el caos: tres acercamientos imprescindibles / Hugo Hernández Valdivia

La conclusión del Batman según Christopher Nolan, Batman: el caballero de la noche asciende (The Dark Knight Rises, 2012), redondeó un asunto que ha sido comentado como algo accesorio o meramente anecdótico, pero que es sustancial. El cineasta británico no sólo abordó con rigor y hasta sus últimas consecuencias lo relativo al miedo, a causa del cual surgió el Caballero de la Noche (Batman es el medio que concibió Bruce Wayne para lidiar con su propio miedo), sino que exploró el orden desde una perspectiva ética. No es la primera vez que el cine se ocupa del orden (y de su contraparte: el caos) y le da una dimensión atendible. (Pero si lo ha hecho a menudo ha sido más como material discursivo que como inspiración formal: si bien algunas vanguardias o tradiciones —como el surrealismo— han ido contra la causalidad o es habitual la ruptura del relato lineal —como en Amnesia, de Nolan—, el cine no deja de ser tiempo ordenado). Visitas a este tema, tan memorables como imprescindibles, son las que llevaron a cabo Alfred Hitchcock en Los pájaros (The Birds, 1963) y Darren Aronofsky en Pi, el orden del caos (Pi, 1998). Revisar estas tres apuestas cinematográficas alcanza para iluminar el caos según el cine. Pero vayamos con orden…
     En Los pájaros, los pájaros comienzan a atacar a los humanos. Inexplicablemente (¿o tal vez no?). La ira de las aves se desata después de la llegada a Bodega Bay de Melanie Daniels (Tippi Hedren), quien lleva a Mitch (Rod Taylor) una pareja de periquitos australianos (o «pájaros del amor»), y los ataques son cada vez de mayor intensidad y generan caos. En el libro que dedica al cineasta británico, Guillermo del Toro recoge las explicaciones que ofrecieron diversos autores a la conducta de las aves. François Truffaut señala el hartazgo de vivir enjauladas y el ánimo de invertir las cosas; Robin Wood sugiere que se trata de una venganza de la naturaleza, pero también de un castigo divino; en lo último coincide el cineasta español Víctor Erice; para Donald Spoto, los pájaros son «heraldos del caos». En su libro sobre Hitchcock, Jean Douchet propone una lectura esotérica pero también una moral, y anota que las contrariedades experimentadas permiten a Mitch aspirar a la categoría del héroe que se bate por el futuro de la humanidad.
Como puede observarse, el cine de Hitchcock empuja las más diversas interpretaciones, pero en lo que todas coinciden es en que en Los pájaros se esboza la precariedad del orden que los humanos han creado (y la seguridad que con él se instala), y que el caos está ahí, al acecho (en suspenso), como sugiere el final, uno de los más inquietantes en la historia del cine.
     En Pi (a cuyo título en México se añadió «el orden del caos» y en España «fe en el caos»), Aronofsky sigue a Maximillian Cohen (Sean Gullette), un joven de origen judío que vive convencido de que el universo presenta patrones que pueden ser formulados a través de las matemáticas. Su obsesión le hace ver pruebas irrefutables en el mundo que lo rodea, y  susproblemas reales comienzan cuandosus investigaciones se encaminan a la Bolsa. Entonces es asediado por mezquinos agentes y por no menos mezquinos fanáticos religiosos. Todos persiguen propósitos diferentes, mas creen que hay una cifra (en cuyo descubrimiento trabaja Max) que puede ser una revelación y una anticipación.
Como Witold Gombrowicz en su novela Cosmos, Aronofsky exhibe las jugarretas de la razón: para escapar de la evidencia del caos, para hacer la vida soportable, es recomendable —necesario, incluso— insertarse en la «normalidad», lo que supone un esfuerzo racional; pero llevar esta voluntad al exceso nos regresa al inicio, y en el principio, puede leerse en el Génesis, «la tierra era caos y confusión». Así, la razón, que sirvió para sumirse en y sumarse al orden, no encuentra asideros en la realidad, y al constatar que no hay tal orden, ni natural ni divino, la irracionalidad del universo se replica en el cerebro humano (al que Max, por cierto, pone a prueba y además martiriza): los afanes obsesivos por encontrar un orden conducen a la revelación del caos —el imperio del azar—… y a la locura. En las cosas nimias es posible encontrar la refutación del orden, pero también es en ellas donde hay que buscar el equilibrio, como sugiere un anciano matemático, amigo de Max. Un equilibrio tan necesario como precario, como ilustran los sufrimientos de Max.
     Christopher Nolan retoma de alguna manera estos dos acercamientos para explorar, desde una óptica ética, el funcionamiento de la sociedad actual: revisa la moral en tiempos de decadencia. En Batman inicia (Batman Begins, 2005) presenta un universo en el que los malos reinan y la corrupción es moneda corriente. En Batman, el caballero de la noche (The Dark Knight, 2008) va un poco más lejos: el Guasón, «un agente del caos» (como él mismo se presenta), pone en evidencia la injusticia del orden establecido mientras afirma que «el caos es justo». Este personaje no es un loco, es alguien que ha ido más allá del propósito individual y del orden social (del «plan», como lo designa, cuya alteración genera pánico): la gratuidad es parte de su personalidad, y la anarquía que sus acciones van produciendo no tiene otro fin que mostrar que no hay un fin —un objetivo— en el orden social de las cosas como no sea perpetuar la inmoralidad de autoridades y delincuentes. Como bien sugiere Alfred (quien entiende de qué se trata la vida), «algunos hombres sólo quieren ver el mundo arder». Y el caos genera miedo, como bien saben los terroristas.
     El Guasón, enmascarado, desenmascara la vileza de los delincuentes, que no son los únicos que se mueven por las ganancias. En Batman: el caballero de la noche asciende Nolan muestra cómo del orden actual de la economía se benefician tanto los delincuentes como los empresarios (al ingresar Bane a la Bolsa le dice un corredor que ahí no hay nada que robar, a lo que él contesta: «¿Y qué están haciendo ustedes aquí?»). El cineasta especula pero no miente, y su inspiración puede rastrearse en la historia, en la realidad. Su más reciente entrega se alimentó de Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, que registra una parte de la Revolución Francesa. Y siguiendo el curso de ésta, Bane conduce al pueblo a tomar el poder, libera a los presos y despoja a los que se beneficiaron con el orden anterior. El interés de Nolan siempre fue un Batman realista: como afirmó en más de una ocasión, uno de sus afanes primordiales era mantener a Batman en los terrenos de la realidad. Por eso sus herramientas, su disfraz y sus vehículos están no sólo en el ámbito de lo posible sino también en el de lo probable; este hombre murciélago, si bien se beneficia de los prodigios de la tecnología, no elude las leyes de la física. El ímpetu realista no sólo alcanza al diseño del personaje sino además al universo en el que se mueve. De ahí que el statu quo de Ciudad Gótica nos resulte familiar, con policías corruptos, delincuentes millonarios y empresarios codiciosos. Todos ellos sacan provecho de un orden inmoral que ha sido institucionalizado y legalizado, y para hacerlo valer y permanecer están la policía y el ejército, «las fuerzas del orden». Y es que, injusto y artificial, el orden se mantiene a la fuerza.

 

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