Prólogo
Damas y caballeros, queridos analfabetos y analfabetas, legasténicos y legasténicas, queridos enemigos de la palabra impresa.
Ha llegado el momento. Ya habrán notado que la prensa alemana se encuentra en una profunda crisis, una crisis que ella misma, no en última instancia, ha atraído con sus lamentos, recibiendo en ello la ayuda del retroceso en el número de anuncios y de la inseguridad de los lectores. Tras las constantes quejas puede percibirse el hastío en todas las páginas, y todo parece indicar que ya nadie tiene ganas de hacer nada, ni de un lado ni del otro de las mesas de las redacciones. Los lectores se quejan del nivel cada vez más bajo de la información, que los toma por imbéciles, mientras que los periódicos lamentan el embrutecimiento progresivo de sus lectores, a los que tienen que adaptarse. A ello se añade la manera en que la reforma ortográfica ha venido trabajando desde hace años en la abolición de la lengua alemana escrita, y con bastante éxito. ¿A quién le apetece todavía leer periódicos? Hoy en día puede hablarse de todo y, al hacerlo, ya no es necesario escuchar las faltas ortográficas. Hacer periódicos, como insinúa el propio nombre, cuesta largos periodos de tiempo, un tiempo del que ya no disponemos. «Ináf is ináf» (Enough is enough), como dicen los ingleses. En algún momento toca sacar conclusiones. ¿Por qué debo invertir veinte minutos en leer un artículo si puedo ver sobre ese mismo tema un pringoso talk-show de dos horas con la presentadora Sabine Christiansen? ¿Por qué ir hasta el buzón de correos si tengo el televisor al lado de la cama? ¿Para qué abrir los ojos si puedo oír la radio? ¿Acaso un periódico tiene mando a distancia? Precisamente. Uno es esclavo de lo que habla, y dueño de la chatarra que escribe.
Estas consignas las murmuro en el dictáfono y las envío a la larga barba de la era de la comunicación. Mis amigos del Tageszeitung las publicarán antes de sellar definitivamente sus viejos cajones. Una vez que lo hagan, los textos como éste sólo existirán en cd-rom, como una presentación de Power Point, en forma de libro auditivo, cortometraje, portal de internet, o serán enviados por sms directamente a algún teléfono celular. Ya ven ustedes: no se necesita papel impreso para llevar al mundo una nueva consigna a comienzos de la era de la gran extinción de los bosques de papel: ¡Fin de period(ic)o!
Señoras y señores, cuando se acabe el año, todas las editoriales de periódicos alemanes van a cerrar. Abandonamos, y lo haremos por lo menos de un modo tan radical como aquella vez en que abandonamos la energía atómica. En otros países europeos ya se perfilan los esfuerzos por seguir nuestro ejemplo innovador. ¡Les doy la bienvenida al final de una época!
Como lector de periódico, usted tal vez creerá que la lectura en papel diaria cumplía ciertas funciones en su vida. Después de haberse pasado diez años despotricando contra la prensa, en el momento de su abolición, de repente, piensa que sin ella tampoco va a funcionar. Pero permítame tranquilizarle: en ese caso se trata de meros afectos de la costumbre que se pueden eliminar con algunas medidas de reacondicionamiento. Los párrafos siguientes ponen a su disposición algunas sugerencias y consejos. A fin de cuentas no hay nada que pueda serle perjudicial. ¡Alístese para la era del «post-printismo»! Le deseo que lo pase bien sin periódicos.
Usted la conoce bien, ese ademán agradable con el que usted extiende ambos brazos para abrir un periódico de gran formato como el Frankfurter Allgemeine Zeitung o Die Zeit. Uno se aferra a diestra y siniestra de los bordes del papel impreso, infla el pecho y alza las manos a izquierda y derecha hasta la altura de los ojos, como si quisiera abrazar al mundo entero. Y eso es justamente lo que sucede, pues lo que en ese momento está en nuestras manos es todo lo que la Humanidad sabe contarse a diario: un microcosmos de amor, odio, dinero, poder, felicidad y penas. Ese gesto nos ayuda a sentirnos como en casa en nuestro planeta inabarcable. Por eso debería comenzar usted bien temprano a realizar ejercicios sustitutos, ¡no esperar a que se presente el sentimiento de pérdida! Los expertos en la «desperiodización» han desarrollado para usted, extra, un deporte compensatorio muy efectivo: la gimnasia print.
1. Busque usted un lugar apacible. Utilice los medios de transporte público, siéntese en un café, en la sala de espera de un dentista o en la barra de un bar cerca de la estación del tren.
2. Primeramente apoye el cuerpo hacia atrás, en postura relajada, con las manos sobre los muslos y el índice y el pulgar en forma de O, lo cual quiere decir Ohne geht‘s besser (Sin él es mejor). Haga una lenta inspiración y luego tómese el doble de tiempo para exhalar el aire.
3. Y ahora extienda los brazos de golpe hacia ambos lados, tome aire y cierre las manos, formando un puño.
4. Cuando le derribe las gafas al señor que está a su lado, dígale: «Lo siento, nunca he entendido por qué estos idiotas le dan un formato tan exagerado a sus periódicos», y luego ría, liberado.
Repita ese ejercicio varias veces al día. El uso regular fomenta la alegría en la comunicación y el vínculo con el mundo. Y así preserva usted su fuerza interior y su relación con lo divino.
Sin duda usted conoce tal cosa. Ya en la época de la escuela, y sobre todo en la universidad, era de enorme importancia qué periódico se sacaba de la cartera en el aula o en la sala de conferencias. Los encorbatados con propósitos profesionales de «acabar Empresariales en seis semestres» leían el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Y si habían pasado un año en Oxford High, eran entonces el The Daily Telegraph o The Times. Los aspirantes a profesores de alemán, los estudiantes de sociología u otros pequeños intelectuales se sentían mucho más cómodos detrás del Süddeutsche, mientras que los jerséis de cuello alto de color negro y las gafas cuadradas de arquitecto podían encontrarse, con toda probabilidad, tras Die Zeit. Por encima del borde superior del Neues Deutschland sobresalían las puntas teñidas de verde de un peinado a lo iroqués, y quien aun no había escuchado las ruidosas campanadas de la era postmaterialista hojeaba tabloides de anuncios de mediamarkt. El despliegue de un periódico era un despliegue de la personalidad.
Pero con la llegada de la «desperiodización» no habrá tampoco nadie que tenga que renunciar a llevar bajo el brazo su postura intelectual. ¿Que acude usted a una cita a ciegas y ha olvidado meter el Stern en el bolsillo de la gabardina? No importa, coja, en su lugar, las obras completas de John Grisham y colóquelas, bien visibles, en el pliegue del codo derecho. ¿Que otorga usted valor, en el tren expreso interurbano, a delimitar su superioridad como intelectual y viajero habitual frente a la ruidosa plebe que viaja con tarifa reducida de fin de semana? Coloque encima de usted, en el compartimento del equipaje, una edición en veinticuatro tomos de la Enciclopedia Brockhaus y levántese de vez en cuando para coger un volumen. ¿Que pasa usted sus vacaciones en Mallorca y no por eso es usted un turista? Cómprese una carretilla y llévese consigo a la playa la edición facsímil de Zettels Traum, la monumental obra de Arno Schmidt. Si toma en cuenta estos sencillos consejos no tiene por qué temer una pérdida de su identidad. Por el contrario, los contornos de su persona externa se harán considerablemente más nítidos. Experimente lo que significa ser una vivencia inolvidable.
Para cubrir una necesidad humana de aire puro y asegurar la quema de por lo menos cuatrocientas kilocalorías a la semana, se ha demostrado que el acudir con regularidad hasta donde está el contenedor de papel reciclable es imprescindible para estudiantes, artistas y otros profesionales autónomos. Y para ampliar el volumen de su espacio habitacional, el consumidor de periódicos estaba obligado a abandonar su cueva cada dos días, exponerse a la luz del sol y entrar en contacto con el mundo exterior. Sobre todo en la casa de los escritores, los detritos de papel para reciclar, resultado de tres suscripciones a distintos diarios, se iban apilando hacia la escalera, formando una torre de marfil, que garantizaba la adherencia al suelo y abría importantes posibilidades de investigación durante los frecuentes paseos al contenedor azul.
Durante el proceso de desintoxicación «periódica» sentirá usted tal vez la necesidad de echar mano del alcohol, de producir montones de botellas vacías y, de ese modo, crearse un pretexto para esas excursiones sucedáneas al contenedor del vidrio. Pero no tiene por qué ser así. También sin periódicos hay alternativas a la adicción al alcohol. Dado que, como se sabe, los precios de los periódicos se han disparado enormemente, le alegrará escuchar que usted mismo podría generar, de un modo muy sencillo, su propio papel reciclable. Y todo por doscientos euros al mes. Se hace así:
1. Compre una vez al día, en la papelería más cercana, un pack de veinte folios formato din a2 (unos cinco euros).
2. Imprima esas páginas con los contenidos de cualquier archivo ReadMe de su propio ordenador (uso de colores, unos 2.10 euros). En caso de que las páginas grandes no quepan en su impresora, le aconsejo que invierta en comprarse una profesional (si es de uso, el coste puede ser de unos tres mil euros).
3. A continuación se colocan los pliegos unos sobre otros, se engrapan por el centro y se doblan.
4. No empiece de inmediato a leer el periódico terminado por algún descuido. Ése no es el propósito para el que ha sido concebido.
5. Vaya acumulando el papel reciclable producido por usted mismo en la cocina.
Con un tiempo de trabajo de dos horas por día —sólo seis veces más tiempo que el que necesitaba usted antes para leer al vuelo los editoriales— se convertirá usted en (redactor) jefe de su propio basurero de papel. Disfrute de la independencia de las crisis editoriales y de los cálculos usureros de precio. A fin de cuentas, una suscripción al Tageszeitung cuesta veintiocho euros al mes.
A toda persona le gusta tener la razón. Pero para poder tenerla se necesita por lo menos la apariencia de una verdad objetiva. En ese aspecto, la prensa siempre ha prestado valiosos servicios. Debates teórico-críticos sobre la intersubjetividad, la lucha filosófica por la fragmentación de la realidad y la marcha triunfal de la arbitrariedad postmoderna acabaron de forma abrupta ante las puertas de las redacciones de los periódicos. Un periodista no dice «Yo creo que…», ni siquiera dice «Según las informaciones con las que cuento…», y mucho menos dice «A fin de cuentas no es posible saberlo todo». Un periodista dice: «Esto es así y asá». Una base estable de datos es algo imprescindible para cualquier sabihondo. En particular hay una conocida revista de noticias hamburguesa, cuyo nombre, como el de Nuestro Señor, no debía pronunciarse en el uso cotidiano, que trabajó obstinadamente, en colaboración con su imitadora, Focus, en abolir el plano subjetivo a favor de un mundo de estadísticas, modelos de columnas y diagramas con forma de tartas. Si alguien, en medio de una discusión, pretendía plantear sus dudas acerca del «ser así» de las cosas, era posible mencionar entonces el nombre del Todopoderoso: «¡Pero si lo publicaron en Der Spiegel!».
También en ese sentido la «desperiodización» trae consigo un poderoso impulso para adentrarnos en la postmodernidad. La televisión e internet como medios irreales del servicio no se interpondrán en el camino de la derrota del anacrónico monopolio de lo objetivo. Debería usted acostumbrarse pronto a formular sus contribuciones a un debate de un modo acorde con los tiempos. Demuestre que tiene una visión relativista del mundo a través del uso del subjuntivo. Practique las siguientes frases:
1. «Eso hubiese podido aparecer en Der Spiegel».
2. «Presuponiendo la existencia de un periódico de tirada nacional, mi opinión hubiese quedado demostrada gracias al editorial del día de hoy».
3. «La siguiente afirmación podría representarse mediante un diagrama tarta y posee, por eso, un elevado potencial de verdad».
Pruebe usted algunos giros inventados por usted mismo al dirigirse a amigos y conocidos. Y si algún interlocutor se da la vuelta haciendo un gesto negativo con la cabeza, haga usted lo mismo. Él no ha leído este artículo.
Nada es más variado que la candidez, y quien alguna vez tuvo un falkplan lo sabe. El obispo protestante Spangenberg lo planteó hace doscientos cincuenta años de este modo: Santa candidez, milagrosa clemencia / sabiduría profunda, fuerza mayor / hermoso ornamento y fuego de amor / ¡obra que sólo Dios puede crear! Spangenberg no podía saber que algún día habría gente en condiciones de plegar la sección de anuncios del Leipziger Volkszeitung con sólo tres dobleces y llevarlo al tamaño de la más interesante oferta inmobiliaria para ponérselo delante de las narices en un tranvía repleto mientras viaja de pie. Un experimentado lector de periódicos podría doblar con pocas maniobras un montón de papel pintado y convertirlo en un cuadernillo en toda regla. Con mucha ejercitación conseguiría leer hasta el final un artículo en varias partes en el Herald Tribune sin tener necesidad de auxiliarse de unas tijeras. Los más avanzados pueden plegar una edición ya leída de Die Zeit de tal modo que las secciones de economía, ciencia, cultura y literatura aparezcan en el orden adecuado. Se dice que un estrafalario fanático adepto de los periódicos, al cabo de cuarenta años de suscripción al The New York Times, había reducido la guía telefónica de Manhattan al tamaño de una estampilla.
A más tardar en este punto preguntará usted para qué puede servir eso. La respuesta, bien sencilla, es la siguiente: en la era del gps, la disciplina del plegado se adentra en el ámbito del l’art pour l’art. En caso de que el plegado artístico del papel ejerza sobre usted un efecto meditativo, le propongo las siguientes acciones:
1. Recoja todo lo que hay en su escritorio.
2. Haga un curso de origami en la escuela nocturna.
3. Regale una máquina de café espresso sin caja y envuelva el objeto como es debido en papel de regalo.
Pero sobre todo debería usted tener claro que puede demostrar el estar hecho a imagen y semejanza de ese dios del obispo Spangenberg de un modo moderno, por ejemplo, con la programación de un grabador de vídeo. Porque: «Mas a todos los que le recibieron (léase grabaron), les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios» (San Juan 1,12). Experimentará usted que apretar botones y teclas tampoco es tan fácil y genera efectos psicológicos comparables.
Por los cómics, los libros infantiles y las parodias de agentes conoce usted la imagen: un hombre con sombrero y guantes está sentado en un banco de un parque, con el rostro y el torso totalmente ocultos tras un periódico abierto. Si se mira bien, se descubre en la página delantera dos agujeros a través de los cuales ese hombre vigila a su víctima sin que nadie lo note. Un método muy similar se aplica a diario en miles de situaciones, sólo que sin aquellos agujeros. Durante el desayuno, el diario local erige una especie de biombo y delimita la dosis diaria de conversación de las parejas casadas a unos nueve minutos estadísticamente comprobados. Los acusados se colocan periódicos delante de la cara cuando abandonan el edificio de los juzgados. El tren regional de la mañana transporta todo un camping de tiendas de una sola persona con el cartel de Bild. En los metros de Nueva York, los directivos de empresas ocultan su Harry Potter tras el Financial Times. Y así, lo que para el niño era un manto mágico salido de los cuentos, algo que lo hacía invisible, es para el hombre adulto su escondite portátil.
No cabe duda de que la prensa ha contribuido sobremanera a poner en escena de un modo apropiado el proverbial aislamiento del ciudadano masivo en situaciones aun más apretadas. Entretanto, sin embargo, la sociedad de la comunicación tiene listos otros logros tecnológicos para impedir la comunicación, logros que todavía no son usados ampliamente por el consumidor normal. ¡Pero no se deje caer! La «desperiodización» será capaz de sustituir con mejores medidas muchos de esos modos de comportamiento a los que hemos tomado cariño pero que son menos efectivos. En una pantalla de gran formato colocada en medio de la mesa, podría usted, con la ayuda de un beamer, proyectar las noticias de la mañana, a fin de evitar de un modo ya definitivo cualquier contacto con su pareja. Y cuando entre usted a la sala de un juzgado, puede colocarse sobre la cara su ordenador portátil con una cómoda cinta de goma. En el transporte público, una pantalla opaca de veinticuatro pulgadas sobre el regazo puede crear la atmósfera acogedora y anónima de un puesto de trabajo en una gran superficie de oficinas. Experimentará usted de manera nueva lo que significa sentirse solo.
7: Despotricar contra la prensa
El tabloide Bild es un ejemplo ignominioso de periódico de cotilleos que amenaza la paz en nuestra república creando escándalos salidos de la nada. En el Frankfurter Allgemeine se reúnen los que más ganan y más saben para acomodar sus sandeces acerca de una torre de marfil sostenida por el capitalismo. Die Zeit reúne a intelectuales en peligro de extinción para, a continuación, recibir un premio como primer museo al aire libre impreso del mundo. Y desde que la sección «Streiflicht» (reflejo de luz o comentario breve) existe en forma de libro, al Süddeutsche Zeitung ya no se le ocurre ningún motivo por el cual se lo debería leer fuera de las grandes ciudades bávaras gobernadas por el Partido Socialdemócrata (spd). Die Welt cubre a diario los gastos de una jugosamente subvencionada tertulia de bar, con manteles almidonados y vajilla de plata. El Tageszeitung ofrece espacios protegidos para veteranos izquierdosos a fin de que éstos puedan entregarse a sus colectivos sueños de vigilia, y al mismo tiempo va haciendo copia taquigráfica de todo. El Frankfurter Rundschau limita su carácter nacional a la ciudad de Fráncfort, y el que no haya sido mencionado hasta ahora es porque no se lo ha merecido.
Despotricar contra la prensa es una premisa irrenunciable del control moderno de la realidad, porque el mundo es todo lo que aparenta, y de esa apariencia en todas sus facetas se ocupa el cuarto poder. La culpa del caos, de la estupidez y la injusticia la tiene el que crea de forma mediática, día tras día, ese mundo caótico, estúpido e injusto. No nos hagamos ilusiones: despotricar contra los políticos que, en la izquierda, siguen pendiendo del hilo de la opinión pública y, en la derecha, dependen de los grandes intereses económicos, dejó hace mucho tiempo de ser lo auténtico.
Y para arreglárselas con la «desperiodización» debería usted cambiar su imagen del mundo. Recuerde que no son los periódicos los que crean la realidad. Es la televisión. Tenga bien claro que en la televisión, además de los cámaras, también trabajan periodistas. Lleve una lista para el periodo de transición (ard = fr, zdf = faz, 3Sat = sz, Sat1 = welt, rtl = bild, arte = zeit, etcétera), y así se acostumbrará a localizar distintas visiones del mundo en determinados canales. De ese modo no sufrirá usted ninguna pérdida de imágenes del enemigo. Hasta que un día haya usted invocado, con su algarabía, la era de la «destelevización». Pero para eso falta un montón.
Epílogo
Ese particular crujido de la primera vez que desplegamos el periódico. El olor del té y de la tinta recién impresa. Una lluviosa tarde de domingo en un café, las largas horquillas de madera en los ganchos: ediciones de fin de
semana entre tornillos de orejera. ¡Ver cómo el sol resplandece a través de cada página por separado de un periódico que un anciano lee por la mañana en su banco habitual del parque! Sentir cómo el viento se apodera de todo diario arrojado y lo hojea excitado. O cuán infinitamente triste es el aspecto del papel impreso cuando la lluvia lo pega a la calle. Para generaciones de niños él fue sombrero, barco y avión. Miles de pequeños gatos han corrido detrás de las noticias tirando del ovillo de hilo. Y entonces alguien grita: «¿No es bonito? Ese milagro de varias páginas y caras, ¿podrá ser sustituido con otra cosa? ¿No seguirá siendo algo único tanto en lo olfativo, en lo táctil e incluso en lo acústico? ¿Era ése uno de aquellos que cancelaron hace poco su suscripción porque sólo encontraba tiempo para repasar al vuelo los titulares del Der Spiegel online?». No, nadie ha gritado nada. Creo que he escuchado mal. Nosotros no queremos abolir una cosa y sustituirla por otra para, de inmediato, empezar a lamentar la pérdida de lo primero. Ustedes, señoras y señores, no pueden ya dar un paso atrás poco antes de llegar al objetivo. ¿O sí?
De ser así, aquí les propongo la last exit to Gutenberg:
1. Coja esta página y sáquela completamente del Tageszeitung.
2. Péguela con cinta adhesiva al palo de una escoba.
3. Y alce la blanca bandera.
4. Más tarde, salga a la calle y cómprese un periódico. Uno más.
O quizá muchos más.