(Rosario, Argentina, 1951). Entre sus libros más recientes se encuentra Archivo Dickinson (Vaso Roto, 2018).
El herbario de Emily Dickinson consta de cuatrocientos veinticuatro es- pecímenes prensados, dispuestos en sesenta y una páginas de un álbum de tapas duras color verde.
De ese total, doscientos cincuenta pertenecen a especies originarias de Amherst, Massachusetts.
El resto son plantas de casa o jardín: sólo cinco guran en la Lista de plantas raras de Massachusetts: Clematis occidentalis, Adlumia fungosa, Oxalis violácea, Alclepias verticillata y Veronicastrum virginicum.
Una especie, la Castilleja occinea, se encuentra hoy extinta.
No se observan muestras de grupos difíciles.
Tampoco de helechos, juncos, pastos o sauces.
El formato general sigue las pautas del Manual Ilustrado de Botánica de América del Norte (Eaton, 1822): en las etiquetas se consigna la nomenclatura, después el número que idéntica clase y orden del género.
Ni la colección ni las páginas parecen responder a un diseño.
Se nota una tendencia a dejar sin etiquetar las ores prensadas en las últimas páginas.
Hay evidencia de daños causados por insectos.
A diferencia de Thoreau, que redactó un diario con abundantes notas botánicas para acompañar su herbario, faltan aquí por completo las circunstancias de recolección; no se indica si fue en un prado, en el jardín o en otra locación, no hay fechas, no se aclaran los hábitos de crecimiento de las plantas, la frecuencia de su aparición. Esto atenta contra el posible valor científico del trabajo.
Se observan faltas de ortografía y, algunas veces, una especie puede ser confundida con otra: la hiedra venenosa, por ejemplo, con la adela trepadora.
No hay título ni autoría ni pretensión de embellecer las plantas con poemas.
No hay índice al final ni al principio.
Se desconoce la finalidad del proyecto