Elizondo, de noche / José Israel Carranza

El Mar de Iguanas
El Mar de Iguanas

El Mar de Iguanas

 

Acaso la virtud evidente de este volumen radique en la posibilidad de que restituya a la lectura de Salvador Elizondo la atención que, sobre todo después de su muerte, ha ido difuminándose —como no sea para enfocar obligatoriamente sobre él como el autor de ese libro cardinal que es Farabeuf, que incluso tuvo edición conmemorativa a cuatro décadas de haber aparecido por primera vez. Pasa por lo general con los autores de obra deliberadamente renuente a transigir con los modos y las modas de su tiempo, que tiran para ser clasificados en el poco favorecedor anaquel de las rarezas, y con suerte quedan referidos sólo a algún título (como Farabeuf) al que se vuelve una y otra vez, como si no hubiera nada más. De ahí que haya que celebrar la reunión de la Autobiografía precoz, «EinHeldenleben» y Elsinorecomo una ocasión para el redescubrimiento (y el hallazgo para muchos nuevos lectores) no sólo de un escritor inusitado e irrepetible, en un entorno en el que estas dos cualidades parecen proscritas por la querencia editorial por lo confiable y lo predecible, sino además de un temperamento literario forjado por una voluntad de lucidez que se atuvo estrictamente a las posibilidades de la escritura para, con ella, internarse como nadie hasta el fondo de la memoria, la lectura y el sueño, es decir: la vida intensificada conforme se va escribiéndola, o al revés: la escritura como una forma permanentemente deslumbrada de vivir.

A quien se reencuentre aquí con la consignación fúrica, melancólica o eufórica de los hechos que tienen lugar en la Autobiografía precoz, redactada a los 33 años, le resultará difícil precaverse contra los estremecimientos de la primera vez: toda la desesperación está intacta, aguardándonos del mismo modo infalible en que nos aguardan las ensoñaciones del muchacho que se fuga una noche de la academia militar en Elsinore, para vivir una aventura cuyo encanto radica más en las expectativas que hizo albergar que en las que llegó a cumplir efectivamente. Y el cuento «EinHeldenleben», también de corte autobiográfico, conserva asimismo toda su calidad de evocación fantasmagórica u onírica en la relación de una infancia brutalmente estrellada contra el muro de la Historia. Estas tres piezas, naturalmente, habrían ameritado ya la edición de este libro. Pero hay más: la inclusión del primero de los cinco cuadernos, hasta ahora inéditos, llamados Noctuarios, que Elizondo fue escribiendo entre agosto de 1986 y septiembre de 1997. (Una selección, de hecho, preparada por Paulina Lavista, de quien son también las notas, excesivas y casi siempre estorbosas).

Y es en esa inclusión, en la que consiste casi la mitad de El mar de iguanas (el título que el propio autor pensó alguna vez usar para un libro), donde radica la virtud más notable de este volumen: un género de escritura surgido del insomnio o del desvelo, a contrapelo de lo que iba quedando en los Diarios (una parte de los cuales fue apareciendo a lo largo de 2008 en la revista Letras Libres), y en el que se aprecia cabalmente al escritor empecinado en esa voluntad de lucidez ya dicha, pero poblada aquí de las obsesiones que se antoja aceptar como más suyas: los alcances de la lectura, de la memoria, de la escritura y del sueño —y también del acontecer de lo doméstico, de las preocupaciones del cuerpo, de la frecuentación de los muertos—, en el trabajo de ir averiguando quién es el hombre que va largando esa prosa a veces desmañada, siempre imprevisible, que se extiende y se pierde y se recupera como una red en la que no es raro que fulgure la poesía. (Al preguntarse si ese cuaderno llegará a cobrar la forma de un libro, y si ese libro llegará a publicarse alguna vez, Elizondo precisa al personaje que podrá presumirse detrás de semejantes páginas: «Personaje que se significaba por la gesticulación y la gritería, resumido por los años a la actitud pasiva, paternal, conyugal, por así decirlo, familiar, en fin»).

«A pesar de que es muy aburrido, éste es tal vez mi libro más profundo de muchos», anota en uno de los abundantes aforismos que van puntuando las elucubraciones más distendidas, los proyectos de relatos, las consideraciones sobre el trabajo en proceso de Elsinore, las observaciones sólo aparentemente pasajeras que emergen del humo de la angustia, a menudo disipado con un manotazo de ironía o una risilla malévola. Tiene y no tiene razón: el Noctuario está lejos de ser aburrido, pero si es o no el «más profundo de muchos», interesa menos que la importancia —la frase la indica— que Elizondo iba dándole a su escritura nocturna. «Este libro dura hasta la muerte», apunta en otro momento. Y es de esperarse que dure mucho más allá.

 

El mar de iguanas, de Salvador Elizondo. Atalanta, Girona, 2010.

 

 

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