(Requena, Loreto, 1962). En 2017 publicó Las provincias secretas. Antología poética 1987-2011 (Urkututu Ediciones).
Un barco
El amor en ríos lejanos solo es posible en un barco donde las
máquinas se han destruido y se ha detenido el mundo.
El acertijo es incomprensible. La desorientación de la fauna
es un fenómeno prudente como el mecanismo fisiológico
del poema.
Al final, la playa.
A tres kilómetros está el vértice del Universo Vaciante,
luminoso vidrio de la infancia, resuelto a los vientos cuando
se cosecha la yuca y el pan del árbol.
No hay repuestos para el barco.
Solo la playa ardiente al mediodía y fría en la oscuridad
de la noche.
La playa de los tigres, de los lagartos, de los quelonios
ovopositores, la que trae el olor de la pomarrosa y nos revela
como seres humanos.
¿Y los venados? Somos mamíferos y bramamos.
Nuestras patas han caminado mucho, se han embarrado entre
las matas y en los barrizales donde
crece el melón y la sandía.
¿Y el muelle?
No hay muelle, la orilla está vacía, frente a la boca del río —ese
paraíso que pocos conocen,
y es pecho ebrio de los científicos—.
Sin muelles el viaje es lo que queremos, lo que nos anima para
ir aullando por los meandros, para ser el sonido que huye en el
espacio libre y continuo, en la
curva del tiempo in sæcula sæculorum,
viajando hacia montañas arcanas.
El barco herido descansa sobre el estío, la fractura de la tierra
es evidente y se levantan los montes y cruzan los peces y los
delfines.
Se respira la atmósfera caldeada y la arena se prolonga
semejante a galaxias que se expanden.
De lejos se ven mejor los desperfectos del mundo y así miramos
a los niños turcos que huyen de la guerra y son pasto de
la xenofobia.
El práctico, es el soldado que requiere la nave para enrumbar
hacia otras costas y dar la vuelta al globo, para girar sobre
nuestro eje, para ir y venir en una elipse desvestida, en una
fórmula elaborada
de la mecánica cuántica y en los misterios nocturnos
de los montes silenciosos y húmedos.