Preparatoria 7
La tenue y blanca luz de la luna junto con una montaña de cobijas y un sucio oso de peluche son las armas de muchos niños para enfrentar las noches de su infancia. Cuando la luz del día escaseaba e iniciaban las noticias en la televisión, aparecía mi mayor miedo: la noche, ese momento comprendido entre la puesta y la salida del sol.
Aunque yo no entendía exactamente por qué le temía a este eterno fenómeno astral, sabía que no era el único. Pero ¿por qué temerle si la noche no tiene vida, forma, inteligencia, maldad ni fuerza? Bueno, ahora creo que forma parte de la naturaleza humana, ya que ¿qué seríamos sin un rayo de luz que nos ayudara a ver entre la oscuridad de la noche? Pero la mente humana también ha acentuado el miedo con su imaginación, o ¿será que el hombre mediante la imaginación creó este miedo? Tal vez el hombre le atribuyó alma y existencia a lo inexistente, es decir, al no poder ver pero sí escuchar, oler, sentir e imaginar, creamos una serie de imágenes en nuestras mentes, luego les damos vida y las relacionamos con la noche: nacen los monstruos, fantasmas y toda la gama de creaturas nocturnas, dando origen a las leyendas, mitos y relatos de terror, y se crea una tradición de horrores nocturnos que llegan a las inocentes mentes infantiles para establecer la idea de pánico que se experimenta de noche.
Pero esto no es así para todas las personas, sino que cada quien tiene su concepto y percepción de la noche: para el niño es el momento en el que los monstruos salen de debajo de la cama; para el padre y la madre, la hora de reencontrarse y descansar; para el joven, el momento perfecto para la pasión y el placer por su propia mano; para el ladrón, la entrada al trabajo; para el poeta, un verso; para los amantes, una oportunidad; para el científico, el momento perfecto para apreciar la vida del universo; pero para mí, aun después de rebasar la infancia, es el momento de ocultarme bajo la cobijas.