Ciudad de México, 1959. Su publicación más reciente es el cuento «Una noche loca». (Papalotzi, primavera de 2022).
Cuando solicité empleo en La Parisina nadie preguntó por qué tenía un solo apellido; acababa de terminar la secundaria. Con aquel empleo inició mi vida adulta, a los quince años.
Veo la imagen del regreso de mamá como una fotografía que poco a poco se hunde en el agua, igual que el título de doctora que alguna vez imaginé en mi mano. Soy feliz, sin duda. En palabras de mi abuela, salí de blanco de mi casa, ¿qué más puede pedir una mujer? Desde que recuerdo no he tenido motivos de tristeza, por eso no entiendo qué me pasa hoy, que desde que escuché la noticia estoy llorando. Murió Sandro.
Era un personaje de televisión, el galán de la novela de las cinco. En los últimos años había dejado de existir para el público y yo ni siquiera me había dado cuenta de su ausencia. Pero cuando pasaron aquella canción en el homenaje que le hizo la radio algo se me quebró dentro, algo que durante años había detenido las lágrimas. Desde ese momento he llorado interminablemente. Siento la misma congoja de alguna tarde en mi adolescencia. ¿Dónde vas los domingos que no tienen sol?
El peso de las tardes infinitas de los domingos en casa de mi tía, tres habitaciones oscuras junto a un patio prohibido porque ahí está el Firpo, los niños que juegan en la calle, la mirada burlona de la maestra de sexto, las fiestas con las amigas de la secundaria. ¿Dónde vas los domingos que no tienes dónde ir?
Los domingos me toca lavar mi ropa, en casa no se acostumbra salir porque esperamos que mi tío regrese de algún viaje y qué tal que llega mientras andamos paseando en las lanchas del Parque Alcalde o en misa hasta la Merced, siendo que en la colonia ya el padre Loreto está construyendo la capilla. No me doy cuenta de que no me están preguntando, sino que responden a mi pregunta.
¿Dónde vas cuando quieres hallar un amor? Suspiramos. Un dejo de placer, un calorcito en el pubis, la alegría de nuestros doce, catorce años. No salimos solas después de las siete de la tarde. Las fiestas son en casa de alguna de nosotras, coca-cola y tacos dorados, tal vez pozole en el cumpleaños de Pati. Se hace una rueda y todas bailamos en círculo viéndonos unas a otras. Algún vecino, algún primo a veces, pero en general no.
Sandro es el modelo, los sueños húmedos, la tristeza inexplicable, el estremecimiento entre las piernas al verlo mover las caderas, los gritos cuando nos mira fijamente a los ojos a través de la cámara de televisión. Sandro que gana en las competencias para saber quién tiene más llamadas telefónicas en los programas de radio. Para algunas chicas con hermanos mayores, Creedence, para nosotras, Sandro.
¿Dónde vas si no sabes qué rumbo elegir? Mis maestras son formales, estrictas, la falda va debajo de la rodilla y la tarea, sin borrones. Las llamamos mises. Con miss María llenamos decenas de páginas con apuntes de cómo concentrarse en la lectura y series de preguntas interminables: ¿te gusta hacer sumas?, ¿cuidarías a tu hermanito enfermo?, ¿tienes habilidad para el voleibol? Orientación vocacional, se llama la clase. Yo quiero todo. Quiero explorar el fondo del mar como en las series de televisión o curar perritos malheridos; quiero dar clases en una escuela como la mía o ser animadora en los intermedios del futbol americano, pero sobre todo, espero el día en que me presentaré frente a mi madre con el título de profesionista en la mano. Le diré: puedes separarte del viejito, puedes regresar a Guadalajara, vamos a vivir juntas, vamos a poder ir a los festivales del diez de mayo, mi mano en tu mano para ir a la escuela, nos mudaremos a las colonias o al centro, nadie hablará de tu pasado porque ahora yo trabajo en una empresa y gano mucho dinero. Ahí se desbarata la burbuja y otra vez escucho las palabras de la maestra: vas a tener muchos problemas para poder estudiar. Tendrás mil penas para desterrar, confirma Sandro con su voz profunda.
¿Dónde vas cuando quieres contar tu pesar? No es que mi tía sea mala, al contrario, ella se casó «de velo y corona», según mi abuela; nos cuida al Firpo y a mí. Barre, lava, plancha, cocina, no se da descanso, pero hay algo en falda recta y gris, en el chongo, en los zapatos bajos y oscuros que provoca ese sabor espeso y amargo que pasa por mi garganta cada que la veo erguida del brazo de mi tío.
¿Dónde vas si no tienes con quién conversar? Es una película borrosa. En casa únicamente vivimos mamá, la abuela, mi tía y yo. Tengo un vestido de lunares rojos y un lazo alrededor de la cabeza. Veo a los niños jugar en la calle. El que será mi tío estaciona su tráiler en la acera de enfrente. Mi tía barre la calle, falda gris, tacones bajos. Platican, se ríen. En el siguiente corte de la película estamos en misa de seis viendo la boda. A modo de fiesta vamos al menudo con El Taurino. Corte. Largas ausencias de mi tío, el tráiler frente a la ventana hace más oscura la casa. Ya no vamos al Parque Alcalde ni a misa al centro porque ahora todo es esperar a que mi tío regrese, siempre en fechas imprecisas y siempre cansado, con el pantalón aceitoso y la franela roja en la mano. En otra o en la misma película es de tarde, el tío llega con un perro grande con bozal y correa gruesa, lo deja en el patio con la orden estricta de que no nos vea. Los perros pierden la bravura si conviven con mujeres, dice. En esa proyección rayada y borrosa ya no está mamá. Cuando pregunto por ella dicen que fue a la tienda, hay una vecina con la sonrisa chimuela: no, pos mija, más bien se fue con el de la tienda. El acercamiento a una risa cruel cierra el cuadro.
¿Dónde vas cuando no hay nadie a tu alrededor? Los días se van lisos y lentos sin parque y sin salir a la calle. Alguna vez escucho conversar a la abuela y a mi tía en voz baja. Hablan de cambiar mi acta de nacimiento, pedir a mi tío que me dé su apellido, empezar otra vida, dice mi tía. Antes de eso no sabía que me faltara un apellido. Siento el sabor amargo en la garganta, el asco por la tía bien casada «de velo y corona». Quiero irme con mamá, preguntar quién es mi padre, asomarme a ver a Firpo, abofetear al tío que ya casi nunca viene a la casa.
Tendrás mil penas para desterrar, tendrás la angustia de tu soledad. Extraño a mamá. Voy a terminar el sexto año. Cuando miss Chole revisa mi acta de nacimiento, me mira con una expresión torcida, una mirada de burla y lástima. Mueve la cabeza de arriba abajo y dice como hablando para sí misma: por eso tu mamá se casó con el viejito de la tienda, por eso se fue al norte. Luego en voz alta: vas a tener muchos problemas para seguir estudiando, te falta un apellido.
Tendrás mil penas para desterrar, verás la angustia de tu soledad, verás al mundo con su incomprensión. Margarita salta en el pie derecho y pivotea el aire con el izquierdo. Have you ever seen the rain comin’ down, Rosario agita un bastón imaginario, We all are in a yellow submarine, gritamos sin dejar de bailar mientras Julio Iglesias repite en el tocadiscos Tiré tu pañuelo al río. Desde la funda del disco, Sandro me mira fijamente a los ojos y pregunta: ¿Dónde vas los domingos?
Este domingo sin Sandro no he parado de llorar.