Voy a contarles la historia
como la cuenta la gente,
Pedro Páramo el cacique
fue un solo rencor viviente.
Sucedió en la Medialuna
por los rumbos de Comala
escenario de murmullos
y de la muerte antesala.
Llegó Juan Preciado un día,
buscando a su padre, anduvo
«Cóbrale muy caro, m’hijo,
el olvido en que nos tuvo».
Fulgor Sedano le alerta:
«Patrón, se acabó el dinero».
«Me caso con Doloritas,
y ahí termina el enredo».
La Cuarraca en su regazo
aprieta a un niño dormido
pero sólo lo imagina;
nunca tuvo, ni marido.
Pedro vivió enamorado
desde niño de Susana.
Fue su sueño idealizado:
¡ay, dolor!, ¡espera vana!
Y él siguió como enyerbado
viviendo su amor profundo.
Triste sueño malogrado:
¡ella no era de este mundo!
Cuando Susana murió,
Comala estaba de fiesta.
Pedro con rabia gritó:
«Muera el pueblo. ¡Es mi respuesta!».
Comala languideció,
los susurros la habitaron.
De sus paredes añosas
voces y ecos le brotaron.
Pedro, al filo del camino,
se sentó en un equipal
para esperar al arriero
que le clavaría un puñal.
Susana y Pedro están juntos
atrapados en la muerte.
Del pueblo: ¡sólo difuntos
purgan penas! Fue su suerte.
Juan Preciado no encontró
ni rastros del padre ausente,
lo envolvieron los murmullos
que desquiciaron su mente.
Visitante, si tú vas
por los rumbos de Comala,
cuídate del tal Abundio,
puede dañarte a la mala.
Y si la luna está hinchada,
pendiendo desde un mecate,
estará Eduviges Dyada
reflejada en un petate.
Ya con ésta me despido,
cada quién ahora a lo suyo.
No se asusten si les digo:
yo soy tan sólo… un murmullo.
Ay, Juan Rulfo, ¿dónde estás?
¿Dónde dejaste tu pluma?
Tu fantasma está en un libro,
te adivino entre la bruma…