Cine imprescindible para entender a Chile / Hugo Hernández Valdivia

Acaso sea una postura reduccionista, pero para hacer un esbozo del talante de la cinematografía chilena actual invariablemente me remito a dos polos: los documentales de Patricio Guzmán y las ficciones de Silvio Caiozzi. Cierto que en el paisaje aparece Miguel Littin (cuya veintena de títulos lo hace casi prolífico en territorios maltratados por una sequía recurrente), pero incluso su cine cabe en estas dos vertientes, las más significativas y las más representativas del cine chileno. Guzmán ha dejado ver en cada entrega una memoria terca, y su gran obsesión es la historia reciente de su país, la que arranca con Allende y sufrió un resquebrajamiento en 1973 con el golpe militar. Caiozzi, por su parte, no ha filmado mucho —seis largometrajes y un cortometraje—, pero en sus cintas se hace presente una voz cuyos ecos es posible escuchar en numerosas cintas chilenas y que remite a la narrativa de José Donoso (de hecho, dos novelas de éste sirvieron de inspiración a igual número de películas de Caiozzi, y ambos redactaron el guión de otra), con un aliento onírico apreciable, un tono grave y sensibles atmósferas opresivas. Es posible rastrear la huella de ambos en el cine de Pablo Larraín, quien se ha ganado un lugar aparte desde la década pasada con una serie de ficciones exitosas, habitadas todas por una lucidez y una agudeza extraordinarias. Alrededor de estos tres nombres se puede armar la estructura del cine chileno reciente. Explorar brevemente sus filmografías permite hacerse una idea de las coordenadas entre las que se mueve.
     Silvio Caiozzi inició su camino en el cine como cinefotógrafo y, con su segundo largometraje como realizador —y primero en solitario—, Silvio comienza en Julio (1979), obtuvo merecido reconocimiento. Sigue aquí los empeños de un adolescente que pretende evitar la emulación de su padre. El resultado es de una emotividad memorable y alcanza para reflexionar sobre las contrariedades de la filiación. Con La luna en el espejo (1990), en la que comparte el crédito del guión con José Donoso, inicia la relación cinematográfica del realizador y el novelista. La historia sigue a un anciano exmarinero que no puede abandonar su cama pero que, desde ahí, vigila a su hijo y a la vecina con la que tiene una relación. Con premios obtenidos en los festivales de La Habana y Cartagena, entre otros, Coronación (2000) es su película más exitosa. El argumento se inspira en la célebre novela de Donoso, y a lo largo de 140 minutos da cuenta de la debacle de un hombre maduro que es manipulado por la abuela. Caiozzi concibe un ambiente claustrofóbico para exhibir la decadencia de una familia burguesa. Cachimba (2004), su más reciente entrega, se inspira en la novela Naturaleza muerta con cachimba y registra las vicisitudes de un amante atribulado que se involucra en una trama irracional que tiene como origen los cuadros de un pintor desconocido pero tal vez genial.
     Patricio Guzmán se ha ganado un sitio de honor entre los documentalistas del continente —y del mundo, cómo no. Tenaz y valiente, sus entregas son manifestaciones políticas: para él, el documental es una forma de acción. No es extraño, así, que una de sus obras cumbre, La batalla de Chile (1977-1980), asuma como un compromiso dar a conocer al mundo los eventos que sacudieron a su país a partir del ascenso de Salvador Allende, en particular la ignominia que se instaló por el golpe de Estado. Dividido en tres partes y con una duración total de cuatro horas y media, este monumental documental (que se puede ver en YouTube: goo.gl/0TQkg) constituye el archivo más importante de imágenes en movimiento del aciago evento, y alcanza para entender el clima de aquellos años y para compartir la indignación. La incomodidad que generó la película hizo blanco a Guzmán de la inquina militar, por lo que tuvo que partir al exilio, donde concluyó el montaje y donde ha trabajado desde entonces.
     En adelante no ha dejado de regresar a este periodo y de dar cuenta de cómo ha evolucionado la sociedad y la política de su país: En nombre de Dios (1986) recoge la oposición a la dictadura y el activismo de la Iglesia Católica; Chile, la memoria obstinada (1997), título que bien podría servir para designar toda su obra, sigue la visita que hizo en 1997 a los escenarios y los personajes de La batalla de Chile; El caso Pinochet (2001) nace de la detención del dictador en Londres; Salvador Allende (2004) es un homenaje al personaje epónimo; Nostalgia de la luz (2010), su más reciente largo, reúne a los astrónomos que indagan el cielo desde los observatorios de Atacama y a las mujeres que en el suelo buscan los restos de sus desaparecidos. Guzmán además se ha interesado en la «religiosidad popular» de América Latina (La Cruz del Sur, 1992), partió a investigar el naufragio del personaje más conocido de Daniel Defoe (Isla de Robinson Crusoe, 1999) y fue tras las huellas de las personas y los lugares que dejó consignados Luis González en su libro más célebre (Pueblo en vilo, 1995).
     Con su opera prima, Fuga (2006), que recoge una sórdida historia familiar y musical, Pablo Larraín inició una carrera exitosa y dejó ver su interés por asomarse a los cochambres de la mente que son el alimento del mal social. En Tony Manero (2008), cuyo título surge del nombre del personaje interpretado por John Travolta en Fiebre de sábado por la noche (Saturday Night Fever, 1977), exhibe la mezquindad del sujeto que es producto de la dictadura: sin identidad y con la única ambición de la emulación. Post Mortem (2010) se emplaza en un sitio privilegiado para registrar el golpe de Estado: la morgue. No (2012) es su más reciente entrega y registra las actividades de un publicista que trabaja para que gane el «no» en el plebiscito que en 1988 se llevó a cabo para determinar si Pinochet seguía al frente del gobierno. Larraín es hijo de un político de derecha; no obstante, su filmografía hace un comentario sobre el presente, exhibe a un país terriblemente dividido (entre los entusiastas que apoyaron a Allende y los abúlicos que no dudaron en apoyar a los golpistas) y denuncia los males que la dictadura ha hecho a su país. Si bien es cierto que su carrera es incipiente, también lo es que hoy es uno de los cineastas más apasionantes de la América descalza.

 

 

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