Anotaciones a

Luis Jorge Aguilera

(Guadalajara, 1989). Su última publicación es San Juan de la Cruz en México. Apuntes para su recepción lírica en la poesía mexicana (Universidad de Guadalajara, 2020).

Teología de las pequeñas cosas[1]

En estos días 
y desde meses antes
estoy ocupada en la gran teología 
de las pequeñas cosas.

Aprendo a lanzar sábanas al vuelo
sobre el tendedero de mi memoria
y agradezco
aquellas horas de fogón 
junto a mi madre 
en vacaciones siempre
en benditas vacaciones
donde se trabajaba más 
desde temprano
pero para correr antes al mar.

Dios se esconde en eso diminuto
y en resolver su acertijo somos expertas las mujeres.

Ahí está en la moneda encontrada
la levadura que levanta su volcán 
el riego que provoca flores en gratitud
el vaivén de la escoba
las manos que saben doblar y planchar 
y poner la mesa para los encuentros
y la sobremesa para los consuelos
el juego 
la contagiosa risa del chiste familiar.

A media noche oculto está 
el Dios de lo minúsculo
detrás de La Luna
y en el espejo que la refleja 
—Luna en la luna—.

Y cuando amanece, 
palpita en el olor a yerba
de los campos vecinos
y en el pájaro que busca su alimento 
junto a la jaula de los pericos.

La suya es teología de la mirada atenta
del perdón y la espera
del despojo de lastres
que estorban a la gracia.
Es camino de lentitudes 
acelerado a veces 
porque hay prisas que sí importan
para que la tapioca esté a tiempo
y el arroz no se queme.

Es teología de mucho agradecer a diario
por el rosal y el agapando
el pollo orgánico y el pescado de mar
y porque él está aquí
sano y salvo
regando sus orquídeas 
en los intervalos del trabajo en línea
y por esos ojos que en la pantalla 
nos piden cantar
una canción de cuna
contar una receta
decir una vez más el consabido amor
que por sabido tiene que decirse con más certeza.

En las manos y en los gestos 
en los pasos
anida Dios. 

Nos acompaña. Con su sombra a veces. 
Pero cerca.
Siempre cerca. 
Quizás dentro.
Quién sabe si en todas partes. 
Quién sabe si en todos los rostros. 
Además hay pájaros 
cuyo canto es curativo.

María Guadalupe Morfín Otero

13 de mayo de 2020

En el poema, signado en un mes del año del confinamiento reciente, la voz poética femenina se sitúa en un rango temporal y espacial dinámico. Frente a la concreción del 13 de mayo de 2020, la primera estrofa abre un tiempo de días y meses en el que discurre la ocupación contemplativa del yo lírico. Los tres espacios visibles: el doméstico, con su jardín y su mesa; el de la memoria, y finalmente el de la conexión virtual, están comunicados por el espacio interior, hacia donde se dirigen las epifanías de la contemplación vestal.

La tercera estrofa compone el pareado esencial del poema. En tan sólo esos dos versos de talante aforístico, Guadalupe Morfín, desde su intuición poética, afirma lo que el discurso académico2 ha podido recoger de la teología mística y por lo tanto de la historia de la mística emanada del Cantar de los Cantares: en resolver el acertijo de Dios son expertas las mujeres. Esta sabiduría viene en «Teología de las pequeñas cosas» legada por una línea matriarcal, suerte de monachatus non est pietas. Una configuración de modelo de vida de mulier religiosa, que, si algo conserva en común ahistóricamente con configuraciones como las beguinales, es la rebelión inusitada de su encuentro con lo divino.

Otro dicho aforístico es la afamada afirmación que Teresa de Ávila hace en sus Fundaciones:«también entre los pucheros anda el Señor». Toda una tradición literaria de la experiencia religiosa se puede desprender de esta prescripción. En esta tradición sin duda encontraría un lugar «Teología de las pequeñas cosas».

En el poema de Guadalupe Morfín hay un desafío, un desacato beguinal a la sanción de Pablo de Tarso para alejar a las mujeres de los asuntos teológicos; sanción que le recuerda el obispo de Puebla, Manuel Fernández, travestido de Sor Filotea, a Sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana responde con deliciosa ironía teresiana: «¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito». La respuesta de nuestra monja jerónima es un referente novohispano fundamental que han de reconocer todas las teologías femeninas desde el siglo xvii.

Los cuatro primeros versos de la séptima estrofa asumen la tarea ascética del desapego de todo lo que estorbe a la gracia. Otra desobediente del siglo xx, Simone Weil, abunda sobre esta forma de desapego en sus Cahiers que serían en parte editados y publicados como La gravedad y la gracia. A la juancruciana apófasis de La gravedad y la gracia se aproxima también la voz lírica en este poema al sentir la compañía de la sombra de Dios.

El verdadero desafío de Guadalupe Morfín en «Teología de las pequeñas cosas», cosas en su sentido de objetos y en su sentido de asuntos, no es sólo que Dios ande entre los pucheros, sino que Dios está en los pucheros mismos, en la amorosa preparación de la tapioca y el arroz. El desacato de la experiencia divina entraña una paradoja: es inusitada por cotidiana.


[1] Agradezco a Guadalupe Morfín por permitirme reproducir íntegro su poema.

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