Poesía peruana del Bicentenario [segunda de dos partes]

Roberto Valdivia

(Lima, 1995). Su más reciente publicación es el libro de poemas Sadako Sasaki (Hijos de la Lluvia, 2021).

Versos futuros en Casa Bagre

La segunda escena que ha tenido una notoriedad creciente es la de la poesía en lenguas originarias. Quisiera tomar como un punto de inflexión importante el recital «Hallyi Harawi!», realizado el 4 de enero de 2019 en el centro cultural Casa Bagre, cerca de Jirón de la Unión. Este recital (promovido por el cuzqueño Jorge Vargas Prado) me parece simbólico en muchos niveles, por ser el punto más notorio en el cual estas escrituras se exponen a un sector de la poesía limeña, tal vez el menos conservador.

Si hay algo en común de estas dos propuestas (a primera vista) inconexas, la electrónica y las lenguas originarias, es que ambas son tomadas como exotismos en las discusiones sobre literatura contemporánea. Es decir, si bien tienen cierta representatividad en ferias del libro o actividades oficiales, nunca son examinadas desde un lugar central. ¿Cuántos críticos han reseñado un poemario de Inin Rono (a pesar de las traducciones de sus textos)? ¿Cuántas revistas han dado espacio central para estas escrituras? ¿Cuántos han presentado estas propuestas con alusiones de frescura pero también de condescendencia? Con la poesía electrónica, el silencio a veces es justificado con un rotundo: Esto no es poesía. ¿Por qué no podríamos pensar que el silencio de críticas y comentarios sobre las escrituras en lenguas originarias no es, a su manera, un ninguneo similar? Una bienvenida políticamente correcta y luego una superficialidad absoluta. Un aplauso por nuestro bello multiculturalismo, a la par de una inacabable postergación (más) de su integración en la tradición peruana.

La escritura en lenguas originarias es tradicional, pero este adjetivo no debe confundirse con el ya mencionado conservadurismo limeño. No es lo mismo respetar una tradición que ser una persona conservadora. Contra lo que el lector promedio podría esperar, los poetas en lenguas originarias (varios de ellos recientemente reunidos en el llamado Club de Poetas Jóvenes Originarios del Perú, formado un mes luego del recital en Casa Bagre) no escriben a una andinidad arcaica, sino más bien sobre el choque o la amenaza de sus lenguas por la máquina capitalista, la tecnología homogeneizante que es tan representativa del internet corporativo (ese internet que es Facebook, Instagram, WhatsApp, Amazon y Netflix), en el que sólo las características culturales del capital acaban imponiéndose. Estas escrituras sobre el choque me recuerdan algunas obras de arte japonesas que aparecieron durante la llegada del neoliberalismo a ese país en los años ochenta, fricciones entre modernidad y tradición. O, sin irme tan lejos, las escrituras de José María Arguedas o Gamaliel Churata, nuestros autores en lenguas originarias que mejor se asentaron en la tradición peruana.

Hay en esta comunidad una apropiación de lo digital desde la periferia (con una cantidad muy activa de recitales en línea y eventos desde sus redes sociales) que, a pesar de existir hace décadas, se enuncia como imposible dentro del imaginario que corresponde a lo «rural» o «andino» (términos usados últimamente con gran desatino por políticos conservadores). Los clubes distritales de migrantes en Lima a los que el Club de Poetas Jóvenes Originarios hace referencia, por tomar un ejemplo, han hecho uso de las redes sociales ávidamente desde que tengo memoria (en mi caso particular, el Club de San Diego de Ishua, el pueblo en Ayacucho de donde provienen mis abuelos, viene usando internet desde la blogósfera, a través de un sitio en Blogspot, desde 2004: un sitio que con el tiempo ha sido dejado de lado en pos de otras redes sociales, siendo la fanpage en Facebook del mismo club el lugar de actividad más notorio y motor de la continuidad de las festividades principales durante la época de confinamiento, de manera virtual; este tipo de redes son comunes en este tipo de organizaciones populares, bastante activas hasta la actualidad). Estas apropiaciones me llaman la atención, ya que para su funcionamiento requieren de una participación comunitaria activa, que proviene desde mucho antes de internet y que en la actualidad adhiere lo digital para continuar esos pilares.

Creo que este comunitarianismo es importante, porque es la base de un «hazlo tú mismo» profundamente peruano. Contrario a los típicos dolores de cabeza que los artistas limeños sufren para financiar sus proyectos, clubes como el de San Diego de Ishua ponen al centro de sus movilizaciones la fiesta: la fiesta de todos. Este financiamiento autónomo (evoluciones de modelos incaicos, como el Ayni) es mucho más exitoso que aplicaciones extranjeras asimiladas (como Patreon) y tienen como mayor éxito la campaña del presidente Pedro Castillo: una campaña que fue tildada de improvisada e «ignorante», pero impulsada incontables veces por algo que el mismo político llama «pueblo». Cada vez que Castillo menciona «pueblo» podríamos reemplazar esa palabra por «autogestión» o «hazlo tú mismo». Los imprevistos no atendidos son comunes en la autogestión, así como la precariedad, pero una estructura delgada no es sinónimo de una mala estructura.

Este comunitarianismo se ve reflejado en la inexistencia de autores «fantoches» dentro de esta comunidad, lo cual puede ser al mismo tiempo un factor de ilegibilidad para un sector de lectores: aún deseamos ese autor que hable fuerte y exponga (ahora desde sus redes sociales) su vida y sufrimiento, por más que luego se desprecie este tipo de conductas. La poesía en lenguas originarias es al mismo tiempo antigua y cuestionadora radical de nociones de la poesía que consideramos parte de nuestra «modernidad» literaria como inalterables. Desde su forma de tejer redes, se opone a la idea de genio romántico y autor individualista, así como a una idea básica de nación que, contrariamente a lo que se dice en el discurso oficial, es aún la forma en que hegemónicamente percibimos la literatura y cultura de este país: escrita sólo en español.

Esto sin mencionar la multitud de cosmovisiones y ritmos que produce cada lengua. En este aspecto debo reconocer mi ignorancia y la de la mayoría de los autores que comentamos poesía: la gran barrera del idioma y conocimiento de estas lenguas nos convierte solamente en comentaristas superficiales, sólo amparados en las traducciones de algunos autores y textos. Sin embargo, esto no es necesariamente algo malo, sino el punto de partida para que nosotros nos reconozcamos como dispensables: quienes deben enunciar crítica y comentarios a estas literaturas son los hablantes nativos de estas lenguas. Mientras utilicemos «mediadores» para estas escrituras, habrá mayor posibilidad de acercarnos a ellas desde lugares superficiales o distorsionados y con un anticuado paternalismo. Al mismo tiempo, estaríamos siendo parte de una apropiación injusta e innecesaria: una cadena más en la postergación de la inclusión de estas escrituras a la discusión sobre la poesía peruana.

No se necesita que ingresemos a su comunidad, sino que comunidades como la del Club de los Jóvenes Poetas de Lenguas Originarias tengan el espacio de difusión necesaria en revistas de poesía independientes, crítica literaria y premios literarios (no en una categoría aparte), con escritores en lenguas originarias que participen como editores, críticos, comentaristas y jurados. Si bien Jorge Vargas Prado, quechuahablante, tiene una presencia notoria en varias de las escenas de poesía peruana, sería inexacto obviar que su posicionamiento se dio de una forma más tradicional: como parte del colectivo de poesía Dragostea, desde los claustros universitarios, así como su colaboración en varias ocasiones con editoriales posicionadas en Lima, como Estruendomudo. Jorge Vargas Prado figura para los lectores habituales como un mediador, alguien cuya escritura es legible para lo entendido como «poesía peruana», lo que le da la facultad de acercar lo «ilegible». No menciono todo esto para desmerecer en absoluto el trabajo de Jorge Vargas Prado como difusor de las escrituras en lenguas originarias (donde ha tenido un papel decisivo), sino para explicitar mecanismos postergados de posicionamiento para estas escrituras. (Creo que el principal mérito de Vargas Prado es eclosionar el interés en estas poéticas de un gueto habitualmente académico —por cierto, no sólo desde su actividad como gestor cultural, sino como autor de uno de los libros más radicales de la década pasada, la confrontación de lenguas de Tikray, que requeriría un texto más extenso. Me gustaría destacar de todas formas también el esfuerzo digital de la web Hawansuyo, activa desde 2009 y dirigida por Fredy Roncaya, especializada en literatura peruana en lenguas originarias, desde un enfoque más formal y académico pero igualmente muy valioso).

Si bien he mencionado más extensamente la eclosión pop de esta escena de poesía luego del Recital Haylli Harawi!, a diferencia de la microescena de poesía electrónica peruana, el número de autores en lenguas originarias no es pequeño: su poca visibilidad parece dar esa impresión. Sin embargo, el entusiasmo por la llegada de un momento decisivo para estas escrituras es compartido también desde lugares más académicos: la reciente antología digital (también publicada en formato de libro impreso) Musuq Illa (2000-2020) es un estudio de poesía en quechua publicada durante los últimos veinte años, acompañado de textos, audios y material multimedia producido a través de estas escrituras y reunidos en una página web. Es un proyecto indispensable para pensar lo contemporáneo de estas escrituras. Si bien es un texto académico, su formato digital apunta a hacer llegar estas escrituras no sólo a investigadores. Dicho entusiasmo se reverbera en las menciones a Liberato Kani y Renata Flores, que, si bien no son poetas, son dos artistas pop que se han posicionado como una conjunción entre el quechua y la modernidad digital durante los últimos años.

Como agregado, existen dos proyectos en lenguas originarias recientemente antologados en la selección de poesía electrónica latinoamericana de la Red de Literatura Electrónica Latinoamericana. Uno de ellos es Quechua memes, una fanpage de Facebook activa desde 2015, a cargo del pseudónimo Chaska Kanchariq (quien es una profesora de educación intercultural bilingüe apurimeña), en la que, a través de plantillas de memes macro, inserta pequeños versos en las imágenes, creando poemas en formato memético en quechua que rápidamente se viralizan en internet. Otro proyecto, en este caso mexicano, es la fascinante escritura algorítmica de #DadaísmoZapoteco, del poeta y hablante nativo Rodrigo Pérez Ramírez, quien, a través de una base de datos en Excel y un procedimiento de programación sencillo, invita a la experimentación y al mestizaje de la poesía en zapoteco. El resultado más reconocido es el bello ᴟBÁK ŠÉʔʟ ŠÍʔL Ɱ—ŠÎʔʟ («Borrego Alas de Mariposa»), un texto generado desde esta escritura combinatoria, que luego es intervenido con códigos ascii (un código de representación estándar electrónico) con la intención de obtener un texto a manera de logograma, donde la visualidad mestiza digital remita a la escritura de los zapotecos antiguos.

No es mi intención decir que la poesía en lenguas originarias peruana haya encontrado puntos de encuentro suficientes con la poesía electrónica para considerarse escenas adyacentes, a diferencia de lo que sucede en México, donde el proyecto #DadaísmoZapoteco es, de hecho, un movimiento cultural enmarcado dentro del Zapoteco 3.0 (que entre varios proyectos se encarga de la modificación y traducción de navegadores web comerciales al zapoteco). Lo que sí creo es que ambos ejes guardan ciertas similitudes, especialmente en un acercamiento de nuevas comunalidades, que cuestionan ampliamente la lógica de la poesía peruana (la poesía de autor), así como también el individualismo neoliberal, eje ético del capitalismo actual. Estas similitudes pueden darse la mano a veces, en proyectos muy interesantes, hipermodernos como antiguos. Ancestrales como postcapitalistas.

El fin de algunas cosas

Debido a una cuestión de espacio (y para no hacer este artículo interminable) obvio mencionar a varias comunidades, de la multitud de escenas existentes en la poesía peruana contemporánea, cuyos proyectos y trabajos vienen siendo importantes. Tal vez por mencionar a algunas más de ellas, podría hablar de los colectivos feministas de poesía, que han aparecido con gran fuerza durante los últimos años (tomando como núcleo inicial a Comando Plath), así como al colectivo Ánima Lisa, interesado en poéticas concretas, conceptuales y sonoras, muy activo esta última década. De igual forma, la aparición de comunidades de poesía amateur en Instagram, las redes de poesía Slam, entre varias otras decenas de microcomunidades. Un rasgo que deben poseer la mayoría de ellas es que mantienen un fluido e intenso diálogo con sus similares extranjeros a través de internet. Es así como, por ejemplo, la poeta peruana Fiorella Terrazas estuvo a cargo de la organización de «Nos leemos poemas», un recital hispanoamericano de poesía escrita por mujeres, que por los nombres que participaron debe de haber sido uno de los eventos literarios más importantes de los últimos años. También se encuentran presentes las figuras de autores de generaciones anteriores activos, publicando o dirigiendo revistas virtuales (como Sol Negro, de Paúl Guillén), o poetas insulares que escriben sin agruparse con una escena específica, y más bien saltando entre ellas (como Frido Martín).

Como ya varios autores han escrito, el Bicentenario encuentra a la poesía peruana llena de comunidades, fragmentada, y por lo general conservadora. Tan llena de posibilidades como empecinada en visiones ciertamente cucufatas.

Esa fragmentación (ya presente desde los años noventa, como indica Luis Fernando Chueca en su célebre texto Consagración de lo diverso) de escenas se ha apropiado de lo digital como herramienta de difusión y autogestión. Esta característica en sí no es necesariamente una arista negativa de la poesía peruana actual. Dentro de su heterogeneidad es posible una escena literaria vibrante. Lo que debería combatirse es esa «confusión» que apunta Mateo Díaz Choza, donde internet pareciera equilibrar cánones simultáneos, donde en ocasiones propuestas amateurs son igual de recibidas que otras más artísticas y valorables. Se necesita una nueva institucionalidad crítica. Creo que para un crítico neto, la confusión de internet podría resultar muy estimulante; nunca hay más oportunidad de elaborar hipótesis y propuestas que frente a un magma desordenado pero incandescente. Esta nueva crítica, aún inexistente, es imprescindible para que las escenas literarias puedan encontrar solidez artística como respaldo, desafíos literarios, difusión y discusión pública. Para ello esta nueva crítica, que puede aparecer desde la textualidad, debería ser especialmente inteligente para ocupar un lugar decisivo en la digitalidad, capaz de viralizarse, al igual que algunos poetas logran hacerlo de vez en cuando. Todo sin perder su intención crítica como meta primigenia de sus proyectos.

Esto debería complementarse con un cúmulo de apoyos estatales que tengan un papel decisivo en la solidez de las escenas literarias, financiando estas propuestas, sin obligarlas a convertirse en empresas. Es decir, sin ignorar las condiciones contemporáneas de la poesía peruana. Menos aún privilegiando una línea sobre las demás.

Algo que alimenta, por supuesto, la toxicidad y las autoproclamaciones, tanto como las pullas y deseos mesiánicos, es la poca institucionalidad ya referida, lo cual se traduce en algunas ocasiones en que los autores más polémicos o edgys serán los que amasen una mayor atención, como método de posicionamiento en medio de un campo de batalla, una selva de mata-matas que hemos normalizado e incluso romantizado erróneamente.

El conservadurismo (limeño) se enuncia desde una enorme frustración: el declive de la masculinidad occidental (el modo de hacer política entendido como un hombre que domina la naturaleza a su voluntad). Y a pesar de que los fantoches del conservadurismo se viralicen en forma de memes, sus enunciaciones permanecen incompletas: la salvación con la que estos autores nos librarán de la degeneración literaria es siempre una promesa. Sus propuestas nunca logran posicionarse hegemónicamente (como ellos proclaman) ni destruir los demás «moldes» estéticos. La utopía de recuperación de este sector es imaginativamente escasa: su utopía es un tiempo pretérito. Sus construcciones se limitan a la visibilización de algo en lugar de eso otro.

Durante los últimos cuarenta años, tanto lectores como críticos hemos esperado que al inicio de cada década aparezca un autor (como voz de un grupo), un hombre fuerte, que nos diga claramente lo que tenemos que hacer para tomar las vías de una nueva poesía. Un caudillo, que en sus venas lleve la sangre «testicular» de una tradición, con el gusto por lo iconoclasta y el egocentrismo (el rockstar Jorge Pimentel o el poeta laureado José Santos Chocano). A pesar de lo fuera de lugar, y de las visiones obsoletas que acompañan estas apariciones, los fantoches actuales generan fascinación a medias. Ellos son, ciertamente, poetas a la altura del internet corporativo, el internet de Facebook, cuyos algoritmos privilegian ante todo el morbo, la desinformación y el chisme, condiciones sin las cuales estas propuestas nunca hubieran sobrepasado grupos muy cerrados.

Creo que podríamos estar perdiendo el tiempo demasiado concentrados en esas definiciones de poesía. Esperando que las nuevas obras importantes aparezcan por las vías conocidas. De seguro, varios de los proyectos más interesantes de nuestros poetas serán los que tengan una mayor libertad creativa frente a estas estrechas definiciones. Ojalá los enfoques del primer gobierno de izquierda en el Perú no dejen de lado la importancia de la poesía en nuestro país y se realicen ciertos apoyos necesarios desde este lugar a nuestra literatura. Apoyos verdaderos, realizados por conocedores de cómo se mueven las escenas de la literatura actual (y no fuercen a las movidas a privatizarse para ser consideradas estimables), y que no sólo sean concedidos a las camarillas de autores de editoriales transnacionales que por lo general acaparan los incentivos. Los seleccionados para esta tarea tendrán mucho que leer.

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