(París, 1959). Como escultora, recibió la Medalla de Plata de la Ciudad de París. Es autora de la novela L’exil du coeur, de próxima aparición.
Un pincel grueso esparce la lluvia sobre su jornada de derrota, con gestos oblicuos, de arriba hacia abajo. Es un velo amnésico gris-azul que da paso al caos.
Frente a la tela de lino tendida, mojada, ella busca la aparición de líneas que deberían surgir. Una sensación de déjà-vu acompaña su gesto. El pincel dudoso no se posa y queda suspendido. Ella sabe que las formas reveladas la pondrán en peligro, pero no recuerda por qué. Tomar el riesgo de dejar a su mano revelar su historia olvidada. Es valor o locura.
Ella duda, pero la fiebre conectada a un último instinto de sobrevivencia de pronto se desvanece. No sabe qué podría perder. ¿Nada, su vida? Entonces…
Suelta la soga del perro salvaje que es su mano, y, frente a sus ojos, el cuadro del día anterior se devela, con trazos diseminados.
Sobre la tela aparece una mujer hincada bajo la ventana de una recámara oscura. Parece esperar. La lluvia se escurre en gotitas rojas sobre los vidrios, sobre la tela. La sangre alrededor de su cuello y en sus manos, la mujer llora.
Al colocar el pincel, recuerda que estaba en peligro porque está herida en la espalda y se encuentra refugiada dentro de este cuarto donde en este momento está pintando. Un espejo al fondo de la pieza refleja, en las ramas de un árbol, el rostro de un hombre sonriendo.
Aterrorizada, con su pincel grueso, extiende la sangre sobre la tela mojada, para borrar esta visión de horror, dentro del velo amnésico gris-azul que da lugar al caos.
La sensación de déjà vu se hace apremiante. No sabe qué hace frente a esta tela azul-roja, vacía de formas. Siente un miedo húmedo. Busca en su memoria una explicación a eso, pero no halla más que la noche.
Una voz agresiva le ordena que abra la puerta. No reconoce el timbre violento y, llena de escalofríos, se refugia frente a su tela. Pinta visceralmente para olvidar lo que escucha. Sobre la tela aparece una mujer de pie cerca de la ventana de una recámara oscura que pinta una mujer arrodillada y ensangrentada.
Los golpes en la puerta despiertan en ella un sentimiento nuevo que da lugar al miedo: la ira. Pinta frenéticamente sobre el vidrio el rostro de un hombre sonriendo. La cerradura de la puerta se debilita por la brutalidad de los golpes. Ella mira el rostro del vidrio fijamente y lo cubre de pintura roja.
La puerta de la recámara cede. Ella se avienta para adelante, apuntando con el mango de sus pinceles, y percute en la masa del intruso que se desploma.
Desenmascara a este hombre que yace en el piso. Entonces recuerda.
Traducción del francés de Silvia Eugenia Castillero.