Coro mixto. Voces dese el exilio

Bettina Moreno Calderón, Luis Enrique González-Araiza, Santiago de Jesús Aguilar Castañeda

Integrantes de la Asamblea de Asociados de Dignidad y Justicia en el Camino, AC, conocida popularmente como FM4 Paso Libre: contacto@fm4pasolibre.org

Éste es un texto construido a partir de las experiencias, los sentimientos y los pensamientos de algunas personas refugiadas que llegaron y fueron asistidas humanitariamente por nuestro albergue fm4 Paso Libre, así como de testimonios que escuchamos por parte de autoridades y ciudadanas y ciudadanos mexicanos. Pensamos que sus voces son parte de un gran coro que enmarca situaciones contrastantes, algunas plagadas de discriminación y desinformación, y otras tantas llenas de pesares, tristezas y dolores por lo acontecido en sus países de origen.

Cantor uno: Ahora me dicen refugiado, acogido, asilado, exiliado, perseguido, expatriado, defendido, desterrado, cuando yo pensaba que refugiar a alguien era cobijarlo, albergarlo, ampararlo, esconderlo, asilarlo, resguardarlo. Sigo sin entender por qué no soy bienvenido.

Cantor dos: El motivo de mi salida del país fue el atentado. Después de eso, ya no pude volver más. Ya no puedo volver más. ¿Me entiende? Esa mañana del atentado murieron dos familiares y un amigo, pero en realidad perdí todo lo que era mío: mi nombre, mi casa, mi trabajo, mi familia. Mi mundo, porque, como quien dice, para la gente de El Salvador estoy muerto.

El día del atentado llegaron los de la mara a la bodega de abastos y nos tiraron a quemarropa; primero a mi amigo, después a mí, luego a un tío, y después al otro tío, que viene siendo un pariente político, pero al fin, tío. Yo sobreviví, aunque me dieron por muerto. Como ya dije, allá todos creen que estoy muerto. Sólo mi madre y un hermano saben que no fue así. Por eso no puedo volver, porque de saber los de la ms que sigo vivo, no quiero pensar. Ellos siempre cumplen con el objetivo. ¿Usted se arriesgaría a regresar? ¿No temblaría del miedo de saber que no lo quieren a uno vivo y que en cualquier momento irán a rematar lo que no pudieron hacer aquel día? Esa mara, la ms que le digo, es la que predominaba en el barrio donde yo vivía. Piden impuesto de guerra. Nosotros nos dilatamos en dárselo y ni chance nos dieron de decir que sí o que no daríamos la cuota. Ahora, en todo El Salvador se sabe que en el atentado hubo puro muerto. Dieron la noticia sin saber bien. Mi situación es triste. Fíjese, yo desaparecí: para mi país, para mi exmujer y mis hijos, yo estoy muerto. Y mire, a veces creo que sí fue así. De un día a otro, esos hombres terminaron con la vida que llevaba, todo lo que amaba dejó de ser posible para mí. Por eso vine aquí, a México, a pedir refugio.

Hubo uno de la familia, que es coyote, que me ayudó a salir. Ése también sabe que vivo. Y sí me entiende, ¿no? Me vine para acá para alejarme del peligro. Porque el marero cabeza que atentó contra nosotros es uno de la familia. ¿Puede usted creer? Es esposo de una prima mía, pero igual se dice familia. Lo que quiero es simplemente estar fuera del peligro, tener una vida tranquila, superarme, recuperar mi salud, porque después del tiroteo no he estado bien. Quiero trabajar; igual, cuando tenga un buen trabajo, ayudar a mi mamá y ella a mis hijos, aunque no sepan que ese billete viene de mí, de su papá, que vive… Mi mamá y mi hermano me apoyaron en lo más difícil, ¿sabe? Y bueno, ahora también gracias a Dios estoy aquí, en buena casa, donde lo apoyan a uno. Ya que esté bien de la salud, ya que tenga fuerzas y papa suficiente, quiero irme más lejos del peligro, porque siento que me sigue, que me pisa los talones. Soy un fantasma que vive intranquilo.

Cantor tres: Tiene derecho a refugio en México, una persona con temor de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, género, pertenencia a determinado grupo social, u opiniones políticas.

Cantor cuatro: Soy Cristal, así quiero que me llamen. Soy la menor de mis hermanos, mi hermano y mi hermana me llevan muchos años. Tengo veinticinco, ellos cuarenta y tres y cuarenta y siete. Desde que recuerdo me decían que no querían que yo naciera. En ese entonces mi mamá ya estaba delicada de salud. Pero el primero en morir fue mi papá. Murió de cáncer. Yo tenía siete años. Mi mamá se fue cuando yo tenía once; murió de leucemia. A esa edad también me di cuenta de que era una chica trans. En la escuela muchos compañeros me molestaban y me golpeaban. A mis hermanos les molestaba que les dijeran: Tu hermano es así… A los nueve meses de que murió mi mamá, mis hermanos comenzaron a agredirme: me golpeaban, mi hermano una vez me rompió los dientes, me dejaban moretones en la cara y donde se viera, para que no saliera a la calle por la vergüenza. Nunca fui al hospital cuando estaba herido porque mi hermano me amenazaba; me decía que, si me preguntaban por qué iba golpeado, ellos tenían la posibilidad de meterme a un albergue para niños huérfanos. Y a mí eso me daba más miedo que los golpes. También me sacaban a dormir a la calle, me quitaban mi ropa, no me daban de comer. A veces me iba con alguna tía, pero sólo a veces.

Una vez, en una cancha de futbol, había muchos muchachos drogándose y los policías levantaron a todos. Entre ellos había una muchacha que era trans como yo; entonces fui a defenderla, porque ella era más pequeña. A los demás los llevaron a un centro de rehabilitación y a mi amiga y a mí nos abusaron. Después intenté matarme. Tenía dieciséis años, me corté las venas y tomé un medicamento para sobredosis con alcohol. Mi tía se dio cuenta, estuve catorce días en terapia intensiva. Cuando salí del hospital me fui a vivir con esa tía, pero mis hermanos la amenazaron diciéndole que si me ayudaba le iban a echar a la policía porque ella no tenía por qué tenerme ahí. Entonces me hicieron regresar a la casa, donde sufrí abusos y maltratos. Me decían que por qué usaba ropa de mujer. A veces me encerraban en un cuarto de lavar por mucho tiempo. Tú sabes que mi mamá dejó la casa para nosotros, no para ti: así me decían. Cuando tenía diecisiete años, una vez que dormía en un parque, me acuchillaron y estuve en coma. Los atacantes fueron transexuales que se peleaban el lugar por el dinero que dejaba la prostitución en ese parque. Yo sólo llegué ahí a dormir. Me dieron siete puñaladas; una de ellas perforó mi pulmón, por eso estoy operado de ese pulmón y a veces me duele. Dicen que estuve grave de cuarenta y dos a cuarenta y seis días y durante ese tiempo nadie fue a verme al hospital.

Al recuperarme regresé a la calle. Un amigo que tenía un salón me dio el trabajo de hacer el aseo. Ahí aprendí lo de trabajar en salón: me enseñaron a cortar el cabello, o sea, me hice estilista. Hace dos años conocí a las amigas Génesis y Selena, que son con las que viajo. También ellas son chicas trans. Allá las tres alquilamos un departamento y estuvimos bien un rato. Bueno, eso es un decir, porque tuvimos que prostituirnos para pagar el alquiler. Ese trabajo es peligroso. Los clientes creen que porque te pagan te pueden lastimar. Teníamos clientes de doble cara: eran casados, pero iban con nosotras a escondidas. Una vez una mujer se enteró de que su marido era cliente y arremetió conmigo: me dio de navajazos en el rostro, por eso tengo rayada la cara, mira, estas cicatrices que tengo fue de esa vez. Fui al hospital y ahí en la recepción me decían: Ahorita te van a atender. Pero nunca me pasaron. Dijeron: Si tú eres hombre, por qué vienes vestido de mujer. A veces uno como persona quisiera ser alguien normal para no ser maltratado. Ahora que viajo tengo mucho miedo, porque, la verdad, nunca había salido de mi país. Me dijeron que aquí puedo pedir refugio. Si me lo dan, lo primero que quiero es ponerme a trabajar, vivir en algún departamento, tal vez no caro, pero bonito, y estar bien siempre, es lo más importante, la seguridad, para poder seguir adelante y siempre estar con mis amigas, porque ellas son mi familia y nos queremos bastante.

Cantor cinco: ¿Cuántos hijos e hijos de mis hijos y sus nietos se necesitarán para que tengan estudios, una casa? Y un nombre y apellido que se pronuncie con todas sus letras y que no sean conocidos como extranjeros.Que el hummus y el kepe bola, la shakshuka, las arepas, las baleadas, los tacos o el suflé sean un recuerdo de nuestros orígenes. A ellos les bendigo. Es mi deseo que a esas ramas de mi árbol nunca les falte comida, ni techo en que se refugien en calma. Que tengan amigos y sean ellos mismos amigos del que es nuevo en el barrio, que conozcan su nombre y no le miren raro. Y cuando sea primavera y de las flores nazcan frutos, sean ramas que compartan, porque sus manos no serán suyas: en cada dedo habitaremos los que ya no estamos.

Cantor seis: Dice la ley en México que, cuando una persona expresa temor de regresar a su país de origen porque su vida, su libertad o su seguridad estarían en peligro, la persona debe tener acceso al procedimiento para solicitar el reconocimiento de la condición de refugiado. Pero esto no sucede así. Inicié mi procedimiento un mes antes de la pandemia de covid-19. Y hasta la fecha, la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (Comar) no me ha dado respuesta. Dice la licenciada del albergue que los plazos de los casos están suspendidos por la pandemia y que Comar tiene miles de casos en espera de respuesta. Pero imagínate, aún no tengo papeles en México; cuando voy a pedir trabajo me piden mi curp; para hacer trámites ante el Seguro Social también la curp; hasta para pagar impuestos con el sat me piden mi curp, y no la tengo porque mi trámite está suspendido.

Cantor siete: Ésos vienen huyendo de la justicia de su país. ¡Seguro hicieron algo malo! Los migrantes se drogan, se vienen a hacer puras dagas, es gente que tenemos que mantener. ¿Te imaginas los refugiados?

Cantor ocho: Voy de regreso a Houston, Texas. Allá tengo mi familia: a mi hija de cinco años y a mi esposa; ésa es una principal razón para regresarme. También allá viven mis papás y mi hermano como indocumentados. Tenía quince años de vivir en Houston. No tengo la condición de refugiado en Estados Unidos; no me la dieron que porque no comprobé mi temor fundado. Pero qué le digo… Allá está mi esposa, allá nació mi hija. ¿Me entiende? Ellas son la razón más importante por la que quiero ir allá. Me duele cuando mi hija me dice: Pa, ¿por qué vos no me llevas a la escuela? Creo que me parte el corazón cuando me lo dice: Yo quiero que vos me lleves; y eso hace que quiera volver. Quiero que me den el asilo. Estar donde mi familia está a salvo. A mí ahora me dicen deportado, migrante, aquí en México. Yo me veo como un hombre que quiere vivir donde están los suyos, donde por fin encontró algo de paz. Mire, valió la pena huir de mi país de origen, salvar mi vida. Ahora mis hijos tienen oportunidades. Ésa es la esperanza, si no para mí, para ellos. Llevo diecisiete días aquí en México. Viajo solo, pero conocí a un amigo en Coatzacoalcos, Veracruz; nos perdimos, nos volvimos a encontrar en San Luis, nos volvimos a perder y nos encontramos acá otra vez. El camino no ha sido fácil, hay que pasar cosas difíciles, sobre todo porque hay gente que se aprovecha de ti, no te quieren llevar y, si te llevan y el pasaje cuesta cuarenta pesos, te cobran cuatrocientos pesos; entonces eso es algo que nos hace difícil el camino. Pero, como todo, también hay gente buena.

Yo entré a México por El Ceibo. Es una frontera que está entre México y Guatemala. Por no traer papeles, le pagué a un niño como de ocho años y él me sacó por un cerro, me rodeó toda la frontera. En Guatemala trabajan muchos niños de ocho a diez años y ellos te dicen: Yo te llevo, yo te llevo. Parece que ellos viven de eso. Tardé unos treinta minutos entre cerros. Luego tome el camión hacia la ciudad de Tenosique; ahí es donde te digo que el pasaje cuesta cuarenta pesos y te lo revenden en cuatrocientos pesos, y eso es algo que te digo, si no se los das, no te llevan. Y los conductores tienen el descaro de decirte: Si eres mexicano, enséñame tus papeles. Pero ellos no tienen el derecho de pedirte tus papeles, no son migración, ni policía; si yo no cometo ni una falta, no daño ningún derecho, ellos no tienen por qué pedirme mis papeles.

Entonces te dicen: Si no los muestras, yo no te puedo llevar. Entonces te dicen: Págame mis cuatrocientos pesos o no te voy a llevar. Y pues pagué, y ya en Tabasco, tomé un tren, luego, hasta otra ciudad que se llama Palenque, en Chiapas, y luego de ahí a otra ciudad que se llama Coatzacoalcos, Veracruz; luego hasta otra ciudad que se llama Tierra Blanca, Veracruz. Pero antes de pasar por todo eso, pasas por cosas: te roban, te asaltan, te golpean; cosas muy difíciles. Le cuento, no me pasó a mí, pero igual lo viví, lo vi todo: íbamos en grupo andando, venían unos hermanos con su hermana; luego de bajarnos del tren, allá por el monte, que salen como cuatro mareros con armas y machetes; nos amenazaron, a mí me quitaron la camisa, a mis amigos les quitaron los pantalones, los bóxers, dejándonos desnudos, y a la muchacha también la dejaron desnuda delante de todos, delante de sus hermanos; ella, pues, violada, y nosotros tuvimos que ver cómo ella lloraba, suplicaba que no le hicieran nada, y nosotros sin poder hacer nada, porque nos dijeron: Si alguno de ustedes se mueve, ella se va a morir. Y no estaban bromeando, esos tipos no estaban bromeando. Si fueron capaces de hacer eso al frente de sus hermanos, quienes gritaban que la dejaran…, pero, pues ni ellos ni nosotros podíamos hacer nada. Si yo sentí feo, no me imagino lo que sintieron los hermanos. Yo pensaba en mi esposa. Ella no iba a vivir eso, me decía. Pero ¿y si tuviera que hace el viaje con ella y mi hija? Hay cosas en las que mejor no es bueno pensar. Después de ahí, fuimos a otro lugar que le llaman Lechería, ya cerca de la Ciudad de México. Tuve otra amarga experiencia: un muchacho se aventó del tren y se quebró la pierna y el brazo.

En la Ciudad de México llegué a la central de autobuses y me quedé mirando. ¿Qué hago? ¿Qué debo hacer? Me topé con un muchacho, le platiqué y me dijo: Yo te llevo, ¿traes dinero?, no te preocupes, yo te voy a llevar. Entonces yo me monté en su carro; venía otro tipo ahí con él. Me dejaron ahí tirado en un baldío, sin dinero, sin lo que traía. Yo, sin saber qué hacer, ni a dónde ir. Luego me encontré con otro señor, me preguntó lo mismo: ¿Para dónde vas? ¿De dónde eres? Le dije: Voy para el otro lado, soy de Honduras, y preguntó: ¿Tienes familia en Estados Unidos? Le dije que no. Entonces me empezó a tratar mal. Le dije: No, no tengo, y me dijo: No me estés mintiendo. Si no me dices la verdad, te voy a cortar el dedo. Entonces le dije: Señor, por favor, y empecé a llorar, le supliqué: No haga eso. Y había otra muchacha ahí y le dijo: Déjalo, y logré salir de ahí. Pensé: Si Dios tiene un propósito para mí, tiene que haber manera de que yo llegue a reunirme con mi familia. Quiero vivir con mi hija, mi esposa, las personas que amo. No puedo rendirme. Desde que me deportaron, ya pasaron cinco meses, y yo sin ellas. Ya mi vida no es lo mismo. Mi esposa dice que ella necesita de mí, necesita mi apoyo. Ella ahora me manda dinero. Allá en Honduras, de donde soy, las pandillas son las que mandan. Y acá, donde estoy de paso, mire a lo que me he enfrentado. ¿Esto que he vivido en México no es temor fundado? Mire cómo tiemblo de acordarme. La violencia y las leyes me separan de quienes amo. Cómo no voy a tener miedo.

Cantor nueve: Los refugiados son personas sobrevivientes de una violencia estructural y social que pocos conocemos. Negocios incendiados, casas balaceadas, amigos o familiares secuestrados, desaparecidos o muertos, gobiernos persecutores, crimen organizado en territorios sin control. A pesar de que tras la huida continúan el miedo, la herida, la tristeza y el duelo, los he visto anteponerse a lo inimaginable, ser resilientes, alegres, soñadores, con una capacidad única de supervivencia y una manera esperanzadora de aferrarse a la vida.

Cantor diez: Mi historia es complicada. Yo no salí de Guatemala, sino que fui secuestrado de mi país. Recuerdo que la tarde de mi secuestro me transportaron en una camioneta; yo iba drogado y dormí mucho tiempo. No sé si llegué a México en camioneta o en lancha, no me acuerdo. Antes de que eso sucediera, yo iba de la escuela a mi trabajo y luego a mi casa, y que a jugar beisbol, futbol, iba con mis hermanos o mis amigos. A veces siento que esas cosas que yo hacía en Guatemala ahora ya no van conmigo. Hay veces que me dicen: Oye, pero si eres un chavo. Pues sí, pero a mí eso ya no me va. Será que nunca pensé que me podía pasar todo lo que ya viví.

Otras cosas que acostumbraba allá en Guatemala era ir a comprar despensa para mi mamá y compartir juntos, hacer tamales, plataninas, pan, o algo así. Yo estaba acostumbrado a eso y el despoje fue muy duro para mí. Cuando pude escapar, estaba muy asustado. No sabía a quién acudir, ni a dónde ir. Tampoco sabía dónde estaba. El lugar donde estuve era apartado de todo, no había casas alrededor. Caminé mucho, llegué a una parroquia a pedir ayuda. Ahí me dieron de comer, también ropa, me dieron para el pasaje de camión, para venir acá, a este albergue. Fue aquí donde me enteré de que es mi derecho solicitar la condición de refugiado. Antes yo no sabía nada del refugio. Tenía mucho miedo, no confiaba en nadie. Estaba desesperado, lloraba mucho. No quería hablar de lo que viví, pero me dijeron que si no hablaba no me podían ayudar. Tenía mucho miedo por todo lo que me había pasado. Sólo entonces llamé a mi familia, porque llevaba todo ese tiempo sin saber de ellos ni ellos de mí. No es fácil decir: Ay, soy libre, le voy a marcar a mi familia. Cuando hablé con ellos hubo gritos de alegría y también llanto. Para mi familia tampoco es fácil seguir en Guatemala. Allá los tienen vigilados. No sabemos bien ni quiénes son ni de dónde vienen, pero sabemos que los tienen vigilados. Después de esta situación que pasé, se rompió la relación con personas de la familia, porque tengo doce tíos de parte de mi papá, once de parte de mi mamá, en total veintitrés. Sospechamos que uno de la familia tuvo que ver con mi secuestro. Por eso mi papá me recomienda no contar nada de cosas personales con la familia. Porque lo que nos pasó no es un juego ni un chiste como para andarlo contando.

A veces quisiera estar en Guatemala, comer las cosas de allá, estar con mi familia. Seguido me pregunto: ¿Qué hago acá? Pero luego me acuerdo. Mi familia me dice lo mismo: Imagínate que regresas y te vuelven a atrapar y esta vez no te escapas; mejor quédate allá y prueba lo de la condición de refugio. Aquí en México fue muy difícil confiar en las personas después de lo que viví. Con los días comencé a hablar con los que se encargaban de mí. Ellos tuvieron paciencia, me preguntaban si quería un helado o un refresco, comenzaron a darme el cariño que me hacía falta. Ahora quiero quedarme a vivir aquí. Si mi sueño hubiese sido ir a Estados Unidos, ya me hubiese ido de acá. Lo que me interesa es vivir tranquilo y feliz.

Ya tengo la tarjeta de Razones Humanitarias por un año, pero nada de refugio aún. Llevo como cinco entrevistas y han sido muy difíciles, porque las preguntas son muy fuertes y me hacen recordar a fondo y me hacen retomar el tiempo en que yo estuve aprisionado, cuando estaba completamente a oscuras y sólo escuchaba los gritos y veía cómo destruían la vida de otras personas, cómo les rajaban el estómago y les quitaban el cerebro… una situación muy difícil para mí. Estoy yendo con la psicóloga; ella me dice que sólo cuente hasta donde yo pueda hablar, y, bueno, por eso callo muchas cosas que sufrí.

Cantor once: Las personas refugiadas sueñan, como nosotros, con tener una vida digna, un trabajo honesto, una vida familiar y comunitaria en paz.

Cantor doce: Si quieres ver a Dios vestido de esperanza, ve a donde hacen fila los durmientes de las vías.

Cantor trece: Venimos cansados. Somos dos familias que hemos recorrido casi todo el continente americano. Viajamos mi esposa y mis dos hijos acompañados de mi cuñada y su esposo. Nunca pensamos que volveríamos a pasar por tantas calamidades. En el año 2011 tuvimos que dejar nuestra isla, Haití, ya que, después del terremoto, trabajé como policía en el barrio en el que vivíamos. Pero poco a poco las condiciones empeoraron, la delincuencia se apoderó de nuestro barrio y exigió que trabajara para ellos. Al negarme, fuimos amenazados de muerte; por eso dejamos la isla mi esposa y yo, y nos fuimos para Brasil. Ahí me dieron trabajo en la construcción de un estadio. Nos acercamos con la Iglesia católica y nos ayudaron con las solicitudes de refugio. Dos años después nos dieron respuesta positiva y por fin fuimos reconocidos como refugiados en Brasil. Al mismo tiempo, nació mi primer hijo, y un año y medio después nació mi hija. Así pasó el tiempo; vivíamos con algunas carencias, pero hacíamos frente a ellas como familia. Las cosas empezaron a empeorar para nuestra familia cuando llegó a la presidencia Jair Bolsonaro, en enero de 2019, ya que empezó a generar un clima en contra de todas las personas que éramos migrantes o refugiadas, y nuestro color de piel era un elemento más para excluirnos.

La pandemia de covid-19 terminó de hundir cualquier expectativa de una vida mejor en Brasil. Por eso decidimos volver a desplazarnos: en cuanto las fronteras se abrieron, tomamos camino rumbo a los Estados Unidos, ya que el nuevo presidente Biden nos prometió mejores condiciones de vida. Y con esa ilusión de frente cruzamos Brasil, Ecuador, Colombia, para adentrarnos en el Darién, frontera limítrofe con Panamá; de ahí, recorrimos pie tierra Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala. Al llegar a México, e intentar cruzar la frontera del río Suchiate, fuimos recibidos por los toletes y escudos empuñados por la Guardia Nacional. Fuimos detenidos y llevados a una estación migratoria, donde sufrimos vejaciones por ser migrantes afrodescendientes. Después de tres semanas de encierro nos dieron un documento que decía que teníamos treinta días para solicitar la regularización migratoria en México.

Con ese documento cruzamos el país hasta llegar a la ciudad de Guadalajara. Valoramos la opción de solicitar la condición de refugiado en México, y el albergue al que llegamos nos ayudó para realizar este trámite. Y aquí estamos, con la ilusión diaria de encontrar un lugar al que llamemos hogar.

Cantor catorce: Antes veía ajena y lejana la situación de los refugiados. Allá en Europa huían debido a las guerras, a la lucha por el territorio, por persecución religiosa, discriminación, crisis económicas, debido al cambio climático… Luego, acá en Latinoamérica, los solicitantes de refugio provenían de Cuba, Haití, Honduras, Guatemala, El Salvador, Colombia, Venezuela, Argentina. Unos debido a su situación política: que el comunismo o la dictadura; otros, por la violencia generalizada y el narcotráfico; otros migraban por la pobreza extrema… Pienso en el México actual y en los motivos por los que se huye de la patria, y me dan ganas de llorar.

Cantor quince: Quisiéramos escuchar eso que se lee en los tapetes de entrada a los departamentos o casas: «México es mi casa y tu casa. Eres bienvenido».

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