Albert y Mileva

Luis Fernando Verissimo

(Porto Alegre, 1936). Texto tomado del libro Diálogos Impossíveis (Objetiva, 2012).

Albert Einstein y su mujer Mileva vivieron separados durante cinco años antes de divorciarse en 1919. Fue Einstein quien telefoneó a Mileva para decirle que quería el divorcio.
—¡Albert, qué bueno escuchar tu voz!
—¿Tú cómo estás, Mile?
—Bien, bien. Y tú vas muy bien, ¿no, Albert? Eres famoso y llamado genio.
—La gente exagera un poco.
—¿Y nuestra separación, Albert? ¿Cuánto tiempo más va a durar?
—Era sobre eso que quería hablar contigo, Mile. Pienso que nos deberíamos divorciar.
—¿Divorcio, Albert? ¿Después de todo lo que pasamos juntos?
—Mileva…
—¿Recuerdas cuando nos conocimos en el Polytechnische de Zúrich? ¿Nosotros dos estudiando matemáticas y física?
—Lo recuerdo, Mile. Tú eras incluso hasta mejor alumna que yo.
—¿Recuerdas nuestra boda en 1903?
—Claro.
—¿Te acuerdas de 1905?
—¿Cómo olvidarlo? El año milagroso en que fueron publicadas las cuatro tesis que revolucionaron la física e hicieron mi reputación. Y tú estabas a mi lado.
—¿Y todo eso no significa nada para ti?
—Significa, Mile. Pero terminó. Pienso que el divorcio será lo mejor para nosotros.
—Para ti, ciertamente.
—Mileva, no seas así…
—Ahora tú podrás casarte con Elsa. ¿No es eso lo que quieres? ¿O tú piensas que yo no sabía del asunto entre ustedes, incluso cuando todavía estábamos juntos? Elsa, Albert. ¡Tu propia prima!
—Yo esperaba que fueras más comprensiva, Mile.
—Soy comprensiva, Albert. No sé si Elsa va a ser tan comprensiva como lo fui yo.
—Ella me ama y me apoya.
—¿Pero será que ella haría el sacrificio que yo hice para que nuestro matrimonio funcionara?
—¿Qué sacrificio?
—¿Olvidas cómo fui comprensiva cuando acepté que tú firmaras los cuatro artículos revolucionarios que escribí yo sola y te llevaras la gloria? Yo no lo olvidé.
—Después de aquellos artículos, publiqué muchos otros igualmente importantes, Mile.
—Como aquéllos no, Albert. Aquellos que hicieron historia. Aquellos que cambiaron el modo de pensar sobre el Universo. La ciencia nunca más fue la misma después de los cuatro artículos publicados en 1905. Mis cuatro artículos.
—Yo nunca negué tu capacidad.
—Pero el mundo nunca lo supo, ¿no es así, Albert? Tal vez ahora sea la hora de que lo sepa.
—¿Me estás chantajeando, Mileva?
—No. Sólo estoy pensando en reparar una injusticia.
—¿Recuerdas por qué yo quise firmar los artículos en vez de ti?
—Me acuerdo. Dijiste que nadie creería que habían sido escritos por una mujer. Y yo, comprensiva, para no amenazar nuestro matrimonio, estuve de acuerdo.
—¿Y tú crees que hoy, en 1919, sería diferente de 1905, Mileva? Nadie va a creer que tú eres la autora de esos artículos. Van a decir que es la invención vengativa de una mujer despechada. Para que se acepte que una mujer pueda ser un genio de la física como un hombre todavía falta mucho tiempo. ¿Olvidaste la importancia del tiempo en tu propia teoría, Mile?
—Lo sé. Todo es relativo. Y el tiempo más que nada. Pero si hubiera una confrontación entre nosotros dos para saber quién está diciendo la verdad, yo probaría mi autoría. Tú nunca entendiste muy bien mis teorías, ¿no es así, Albert?
—¿Tú harías eso, Mile? ¿Sólo para evitar que me casara con Elsa?
—No, Albert. Quédate con tu reputación, con tu genio y con tu Elsa. Yo no haría esto. Yo continúo siendo una mujer comprensiva. Agraviada, despechada, pero comprensiva.
—¿Me perdonas, Mile?
—Tal vez con el tiempo, Albert

Traducción del portugués de Felipe de Jesús Hernández Rubio.

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