A tiro de piedra de la calle Téllez / Juan Antonio Alfaro

Hay una escena: una calle que se alarga, no sabemos hasta dónde. En ella, un niño de cinco años, ¿o son los gallos de Eliot que cantan la canción de amor de Prufrock? No. Es Daniel en su calle: Téllez, se llama. Hay un Chicano que se nos figura un gigante de la antigua Grecia. Un grupo de gamberrotes en contra de Perrault, que leyeron a los Grimm y están a favor de que Caperucita y el lobo compartan la cama. Una anticipación: el túnel de la risa. Las palomas sufíes José Ángel. Valente si se quiere. El poema edificante, sin embargo. Traer a colación, le llaman a esto. Alberto Blanco, en la cuarta de forros, dice que los poemas que Daniel Téllez construye en este libro son, entre otras cosas, un enigma. Dicen algunos que la poesía es la memoria de su tiempo. Un enigma o traer a colación. Y eso es lo que hace Daniel en esta primera parte de su libro A tiro de piedra: traer a colación el pasado como un conjunto de intertextualidades polisémicas que irrumpen en el presente ya domesticado. No por nada el poeta dice: A mi reino oído comparecen / nombres vulgares que sirvieron / en otros tiempos… Ese conjunto de nombres llegan al oído a través de la vivencia del poeta, y éste los toma y quiebra, les da un nuevo significado con códigos que perturban el pasado, el universo que nos muestra. Estos nombres también son enigmas, y tienen sus claves en la memoria; puestos en evidencia por medio del juego lingüístico, el equilibrio acentual en el ritmo, la ironía o el neologismo. Aquí no existe una sola voz, en un momento se habla a lo chicano, y el registro cambia cuando nos habla la monja Amherst del adn minimalista. Pero Daniel vuelve a cambiar el registro y, desde la chabacanería, le confiesa a una mujer audaz: Tacharte de romántica / porque prefieres hacer una escena porno / que una de celos. Más adelante, el juego sicalíptico, chabacano, puede pasar de una declaración fogosa a ser descrito a través de una función neuronal, como la sinapsis. Los poemas de esta escena, en palabras del autor, traen consigo un pantano / o buzones para desmoronarse en ascuas / y no quitarse la losa de las auroras.
     La escena cambia. Lo que se presentó antes en forma de enigmas, ya no lo es tanto. Se escucha la nostalgia por el divorcio de los Polivoces; la euforia de ellas por Roy Rosello, la de ellos por Sasha Sokol; hay un eco en el que se reconoce a Gerardo Deniz; un reclamo a la Suave Patria lopezvelardiana. En estos textos se muestra una nación que le da la espalda a eso que ahora son sus verdades, porque forman parte de ese pasado que no muy bien la constituye, y que hoy, el poeta, sabe que: la vida mediterránea prometida / era sólo una siniestra alternativa / para concebir lo que podría pasarle al tiempo / si emigráramos al otro extremo del mundo. Pero todo esto no es gratuito: ése es el tiempo que al poeta le tocó vivir, y éste su paso por el mundo. Su visión que queda, que vuelve al pasado para recuperar lo que está hecho. La poesía también es testimonio. Éstas son sus pequeñas verdades evidentes; pero las verdades también son artificiales.
     Las escenas se juntan, la construcción se rompe. Construcción en tanto el poema edificado en versos. La prosa se abre paso ahora como referencia. Si la poesía es memoria y pasado, aquí nos permite vislumbrar el diálogo. Hasta ahora, el regreso a la infancia, la búsqueda de recuerdos personales y sociales, ha tenido un valor contextualizador en la obra del poeta. Pero en este momento del libro se violenta la tradición porque se le cuestiona, porque los ejes referenciales y simbólicos que acompañan la formación de Daniel Téllez son expuestos.
     En primera instancia, con San Francisco de Asís, se inicia una transpolación de vivencias: la escritura a partir de cartas, recados o documentos diversos, permite la presencia del otro; intertextualidades, le llaman algunos. El autor dice: Esto es un collage de sobresaltos. Y en el rescate de la palabra franciscana hay también una vuelta al pasado y una apropiación que resiste y sabe que: cualquiera es una criatura extraña a ojos antiquísimos. Un saber contenido que deviene en vivencia: un fragor fuera del pecho.
     En cambio, cuando el poeta se dirige a Zurita, no hay nada que medie su diálogo: el poeta le cuestiona, a la vez que lo reconoce como parte de su historia. Zurita es su tradición y a ella se encamina. Zurita es un roble. Dice Daniel. Pero también se confiesa: Melancólico y devoto, lava mis heridas. Es este saber reconocerse dentro de un registro lo que le permite al poeta cuestionar a quien es, como parece, fundamental en su bagaje poético. En ese sentido, el mero ir hacia al pasado no le satisface. Para poder ir más allá, hay que conocer aquello que han hecho o leído, en este caso, aquéllos a quienes admiramos; por eso Téllez pregunta: ¿A quiénes admiras más, Zurita? ¿Quiénes encabezan tu peculiar registro? Es la escritura una vuelta al pasado, como ya se ha dicho, pero también es una reescritura del comienzo.
     Estos poemas rectifican el excelente manejo del lenguaje en Daniel Téllez: aquí afila su prosa y se permite juegos de palabras y sonoridades bien logradas. Así, en el poema v de este conjunto, otra vez mientras cuestiona a Zurita, dice: ¿Qué es la envergadura de la palabra nervadura, Zurita? Y en la respuesta estoy de acuerdo contigo, Daniel: no es más que un errante mix de palabras alveolares.
     En la última escena, una fotografía en blanco y negro de Raúl Renán al micrófono, leyendo. Circa 1998, dice el pie de foto. Llegamos al final, al punto de llegada que, nos revela, también es punto de partida. El modus operandi del poeta. De Daniel a través de Raúl Renán. Porque hablar de Raúl Renán es hablar de un hombre que ha buscado siempre romper con lo ya hecho, conflictuar el lenguaje, experimentar, sacar de quicio, abandonar la tradición que vive en nosotros. En este punto, Téllez nos comparte sus experiencias con Raúl, sus pláticas sobre José Ángel Valente, citas que a modo de tesoros han brillado en la escritura de Daniel: una complicidad en el funcionamiento de ambos. El inciso «g» de este apartado dice: se presenta el poema y el poeta no deja que se calle. Para el poeta, el estilo renaniano es el equilibrio. También inicio y experiencia: el poema en sí mismo.
     Hasta aquí las escenas. El rodaje llega a su fin o, quizá debamos decir, a su comienzo. Daniel Téllez lanza la piedra desde ésta, su road movie,hacia el pasado —a la manera de Sebastián Hiriart— y atina al centro inamovible de la tradición que es revisitada, cuestionada en cada libro, y sólo a partir de ella el poeta confirma su propósito: la huida del tiempo presente. Porque lo sabe bien, porque ha sido una constante en la poesía de Daniel y, en un pasaje mientras se dirige a Zurita, pareciera que también a nosotros nos dice: A tiro de piedra esto de las palabras es un voltaje emocional. Un rastro clandestino, […], que sobrevive donde mea un perro.

A tiro de piedra, de Daniel Téllez. unam / Bonobos Editores, México, 2014.

 

 

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