Sin título

Lorena Huirón Vázquez

(Xalapa, 1982). Wintu (Ediciones Liliputienses, 2020) es uno de sus libros publicados.

Las oraciones indefinidas únicamente admiten una lectura. 

Un artículo definido pertenece al universo del discurso, por ejemplo: «Los» niños juegan en el jardín. No es lo mismo escribir ese artículo que, por ejemplo, el artículo indefinido: «Unos» niños. En el primer caso sabemos que se trata de un conjunto que conocemos, que es único; cada uno podría, incluso, darles un nombre: Mariana, Joaquín, Camila. En el segundo caso podríamos pensar en rostros y nombres vagos, pequeños individuos cuya existencia podríamos ignorar por siempre.

La veracidad o falsedad de la oración definida depende de la existencia de quien la enuncia.

C. posee una historia indefinida en su cabeza que todo el tiempo intenta validar y enuncia: tiene un novio políglota coreano, planea hacer galletas de avena con chispas de chocolate, cuida de dos cuyos, escucha voces que le advierten de personas que quieren matarla, ese mismo día puede decir «Te quiero» al teléfono, dos horas después manda mensajes sumamente ofensivos. Pone su ropa en bolsas de plástico y hace un campamento en la sala porque ese novio políglota coreano está a punto de salvarla de los matones que están por llegar. Pasa la noche en vela, sentada y tensa, mientras mis padres la acompañan de la misma forma, como si estuvieran en la sala de espera de un hospital.

Indefinida y definida para ella. En una pizarra desmembramos cada elemento para analizarlo como una oración indefinida.

Intentamos reconstruir los últimos hechos de la crisis más alarmante que ha tenido: 

Las dosis inadecuadas prescritas por un neurólogo.

Otras dosis prescritas por otro neurólogo que se lavó las manos y contestó de modo muy grosero a mi madre que no tenía tiempo para eso.

Ahora conviene frenar el deterioro de su memoria, cercada por un presente indefinido. 

C. descrita en un fragmento de Miguel de Molinos:

A veces no encuentra el control de sí misma, no reina el perfecto y verdadero dominio, pero con el escudo de la nada se defiende del pasado, del presente, de su memoria, esa su envidiosa enemiga.[1]

Cuando se ignora a sí misma somos nada, no podemos nada, valemos nada, abrazamos sus violentas sequedades, toleramos sus horribles desolaciones, ebriedad, insomnios y somnolencia, sufrimos sus espirituales martirios, sus interiores tormentos. En sus pequeñas convulsiones muere, morimos todos.

Al mirarla profundizo en mi miseria, bajeza, sólo avistamos nuestro hundimiento en una única e imposible lectura.


[1] Miguel de Molinos, Guía Espiritual, fragmento 193, capítulo xx, «Enséñase cómo la nada es el atajo para alcanzar la pureza del alma, la perfecta contemplación y el rico tesoro de la interior paz”, Ediciones Epopteia, Madrid, 2020, p. 156.

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