(Ciudad de México, 1971). Este poema está tomado del libro Sutra de la mariposa blanca (Fondo Editorial Universidad Autónoma de Querétaro, 2020).
Viajero, tú no sabes lo que es amar a los dioses en tierra de tártaros. Tú no respetas a los abuelos del camino ni ofreces arroz a los espíritus en las montañas. En cada santuario que visitamos en vez de ver el amor tallado en la piedra, sólo ves idólatras. Hordas de infieles que van y vienen asesinando flores, postrándose rendidos ante una llama. Donde tus ojos ven a un mendigo sosteniendo una flor de loto y tocando con un dedo a la tierra, hay un relámpago partiendo la semilla del sufrimiento; donde tus oídos sólo oyen cantos monótonos, hay un regimiento de salmos disolviendo la oscuridad del mundo. Si ellos viven en los bosques sin posesiones y vagan como hombres serpiente, es porque en sus adentros encienden su morada. Si tus escrituras dicen que el dios del desierto le dio a Noé el monte Ararat para detener su naufragio, ¿por qué ellos no pueden danzar alrededor del Kailás? Si el hijo del hombre dejó su rostro en un pañuelo ¿por qué ellos no pueden dibujar mandalas? Es cierto, después de ti vendrán los otros con las mismas dudas calando frío en primavera. Traficantes en todas las especies de la lengua. Husmeadores del zodiaco, pastores del vellocino de oro. Es cierto, enamorados como estamos del camino el sol sonríe ahora para nosotros. Pero, viajero, sé prudente, como dice el persa. Peligroso es el camino que recorres y afilada la espada del destino. Propicios son los vientos que nos llevan y nos traen a salvo, propicios son los cantos. Pero tú realmente no sabes —y bien lo sabes— qué viaje nos espera al morir. Tú vienes de un país donde nadie respira a su sombra. ¿Tú crees que los astros ignoran tu camino? ¿Crees que el humo de las aldeas es el potro que cabalgan los vientos? Viajero, tú no sabes amar a los dioses en tierra de tártaros. Tú no toleras las fiestas de las máscaras ni el diálogo de los pueblos. Tú vienes a ver qué te llevas y no lo que dejas. Ignoras las tres joyas del refugio y como el ruiseñor incendias tu nido para habitar con el Gran Khan en una jaula. El único cinocéfalo de Andamán es tu dinero. Hoy escribo en esta cárcel de recuerdos lo que una sombra anónima se calla.