Cien estaciones de radio bajo el bosque lácteo

Kenia Cano

(Ciudad de México, 1972). Está por aparecer su nuevo libro, Parcela blanca (Simiente, 2022).

Desde Llareggub las voces deslizadas,

el oído erizado en el barrio de Dolores, Ocotepec.

(A partir de Dylan Thomas)

Dice que aprovechó la pandemia para hablar sobre la peste,
dice que no pudo seguir leyendo,
que abandonaba para siempre el tema de la madre moribunda,
que no podría sanar heridas del padre en la intimidad, 
tic-tac, tic-tac, los relojes descontrolados de Llareggub.
Que está harta,
que no consigue juntar una palabra con otra,
que desconfía del futuro,
que se saldrá de todos los grupos de WhatsApp
y dará las notas del clima.

Siempre se mudan las personas antes que las hormigas.
Nadie sabe si seguirá siendo un buen negocio.
«Reiteramos el uso del cubrebocas».
Cubrimos atrasos financieros.
Ellos han llegado con bien a la estación espacial.
Cómodas mensualidades,
retorna la herida grata del consumismo, la gran necesidad.

Cien estaciones bajo el bosque lácteo
y la gripe estacional que se avecina,
las vecinas que nunca se verán igual.
«Del mismo modo partió el pan»,
también la misa por radio los domingos pero es lunes 
y aún estamos en semáforo verde.

Cien voces encontradas, confrontadas,
voces que no supieron conciliar.
(Amigos que saben leer el mundo amargo, 
amarillento, 
el mundo del cuarto para las dos).
Violencia intrafamiliar,
distanciamiento social.

Diarrea del perro de las doce.

Es una noche de primavera,
sin luna ni estrellas,
negra como una Biblia en las noches empedradas del pueblo.

En el bosque encorvado de conejos,
cojea invisible la voz lentinegra,
columpiadora de zaguanes negros también.

Diarrea verbal del perro de la una.
Rollos y rollos de papel mal gastado,
oferta de última hora, 
minutos antes de que para él o ella termine el encierro,
de los que nunca se quisieron o pudieron,
la salud de los que dudan,
actas que no hace falta llenar.

Los del Zoom roban secretos,
los de la sep dejan instrucciones pretenciosas,
los del inba graban la voz del muerto José Carlos.

Becerros ojinegros lejos de casa,
leche que has sabido cuidar en la cubeta,
estrellas que esos hombres miran como si pudieran tocarlas.

¿Qué vías para leches que comienzan?

Para los que aún confían en los ángeles,
para aquellos que desean contemplar 
una noche más humana, polifónica.

Los dueños de la casa se han ido, 
otra vez podremos apropiarnos.
Tu privilegio no es el mío pero ambos contamos.
Me alegra que puedas leer esta letra manuscrita.
La tienda de la esquina no colocó un listón negro.
La fruta llegó desde varios municipios,
parajes que no se han visto la cara.
Nunca habíamos estado tan unidos,
ningún pan se quema en la puerta del horno,
ningún golpe asola el Estado,
los mayores no se apesadumbran 
bajo el bosque lácteo de Ocotepec.

(No muy lejos de aquí, en la tatemada serranía, 
alguien apaga la luz para evitar el presagio,
todo volvería a la calma ordinaria).
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