Ponme la mano aquí (sobre la (im)posibilidad de tomarnos de la mano)

Óscar Molina

(Quito, Ecuador, 1987). Su trabajo se ha publicado en medios nacionales e internacionales como Gatopardo, Telemundo, Univision, El Espectador, The Clinic Online, Relatto, entre otros.

Un volcán, lava seca.

La herida en tu mano es eso: un volcán, lava seca.

Que tu mano izquierda no se entere de lo que diré de tu derecha, pequeño dios falso.

Tu mano quieta, inerte, nada tiene de especial: dedos largos, uñas cortas, vellos nada bellos. Tu mano viva, curiosa, toca y limpia todo, doméstico y compulsivo rey Midas. 

De tu mano, que tan poquita cosa parece, he recibido mucho: bastante. Si una loba, una rata o un buitre la encontrara en el bosque, la alcantarilla o un vertedero, la despedazaría sin mirar, sin siquiera pensar en todo lo que tu mano fue, en todo lo que es.

La indiferencia, honey, es aun más cruel con lo que apesta.

Pero tu mano aún no es puro hedor. 

Hasta hoy ha olido a lo que ha tenido que oler: a glande, a culo, a axila. A mi glande a tu culo a mi axila. A tu glande a mi culo a tu axila. Ha olido a mandarina, pastelitos y fritada. Al «tigrillo» y los pancakes que preparas. Ha tenido tufo a cloro, a credo y lavavajillas. A apuro, macadamia y tierra. Aunque desde hace dos años, coração, carga apenas el perfume pulcro de la desinfección. 

Ay de mí sin tu mano artística.

La que resucita a Brahms con una flauta traversa (travesti, le decían los mugrositos de tus compañeros). La que firma con estilográfica los pagos puntuales de la vida migrante. La que pasa las páginas fantasmas del Quijote, el Orlando Furioso y Os Lusíadas como quien acaricia el misterio mismo del océano. La mismísima mano brillante que escribe ensayos, dirige orquestas culinarias y nos masturba con igual precisión, siendo todo brío.

Ésa. Precisamente ésa. Esa mano-maravilla-mano-alianza-mano-navaja es justo (oh, injusto) la que no he podido tomar —desde hace siete años— en público, en la calle. Al aire libre. 

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«I wanna hold your hand», cantan, desde el fondo de sus narices, los Beatles. «I want to hold your hand». «Cause I’ve got one hand in my pocket, and the other one is giving a high five», grita, con desespero, la bestial Alanis Morissette desde el fondo helado de 1994.

Pausa y permiso —que no perdón— para una digresión: Hace poco vi un capítulo de Transparent en el que Shelly, la madre de la familia, canta esa canción de Alanis para cerrar su show en el escenario de un crucero repleto de gente tan empachada como vacía. Y hay que ver cómo esa mujer blanca de Los Ángeles, who apparently got it all, interpreta esa letra como si recitara sus últimas palabras: o las primeras que 
—por fin— siente suyas. Y hay que sentir cómo el espolón de rabia en su garganta se desagua entre lentejuelas y labial rojo y un collar plateado y una peluca ídem que gritan Fuck You! Fuck. You. All! 

«Saco una manito / la hago bailar», cantábamos en la escuela. «La cierro, la abro y la vuelvo a guardar». «Let her take my heart and take my hand», dice el coro de una canción llamada «Take My Hand (The Wedding Song)». No more comments, su señoría. O sí, sabe qué, sí: una puñaladita más. ¿Acaso ustedes no quieren casarse ni poner canciones el día de su boda? 

Huir de lo cursi es lo más cursi que hay, ternuritas. 

«Hold my hand, baby, I promise that I’ll do all I can», canta Michael Jackson en un video que se promociona en YouTube con una imagen suya abrazando a un niño white. Ok. Next. 

Más acá, cerca nuestro, en 2015, Selena Gómez canta «Can’t keep my hands to myself / No matter how hard I’m trying to», y yo sólo pienso en lo problemático que es/que sería —aunque tampoco debería serlo— 
que un hombre latino, como ella, cantara esos versos. 

Guardar, cerrar, esconder: qué extraña manía les tenemos a las manos. Como si fueran tarántulas adolescentes. Como si, en verdad, se gobernaran solas como Dedos, de Los locos Addams. 

Busco en Google, en mi lengua: «manos + canción». Nada interesante. Pruebo entonces, sin una libra de ingenuidad: «manos + Ricky Martin». «Mis manos como garras / se han prendido de tu piel», dice en una canción de 2014 que jamás había escuchado y jamás volveré a escuchar. Ricky, ese año, ya estaba out, pero dudo que se la dedicara a un hombre. 

«Manos + Raphael». «Estas manos / las que alzaron nuestro niño / hoy callaron y lloraron / cuando aquellas otras manos / te besaron / estas manos», susurra Raphael, y esta vez yo no dudo de que se la regala a otro hombre. 

La canción que viene no la busco en el computador. La pienso y la encuentro enseguida en mis cavernas: «Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí».

Pónmela aquí, donde encalle.

Aquí, donde quepa. Donde devore.

Ponme la mano aquí, pequeño. Aquí, sobre esta mano sola que otra vez quiere salir a pasear.
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