El mexicano que alcanza notoriedad y cacicazgo es, generalmente, un ser maleducado y soberbio y, en el fondo, un drama, cuando no un melodrama: «El Presidente» de Jorge Hernández Campos trata de uno de esos casos. En cambio, el hombre común en la derrota, con el que nos identificamos casi todos, es, en nuestra poesía y en nuestro cancionero popular, un personaje radical y auténtico, a veces, incluso, a su manera, refinado; siempre agudo y amargo, a veces cómico, que vive su indefensión con valentía y sentidos del humor y de la comedia. Tal personaje puede ser muy sofisticado en su amargura e incluso, en la poesía de Rubén Bonifaz Nuño, ser tan complejo como una pirámide estratificada en tiempos y culturas; un retórico que utiliza la retórica para llegar a regiones desconocidas de la llaga, desenvolviendo muchas capas de dolor bien envuelto en reglas de bien decir y cortesía. Como los mesoamericanos, Bonifaz Nuño trabaja por capas; en su caso, de náhuatl, latín y griego, de idioma cortesano y de cantina, de laúd y mariachi, de caballero y de arrabalero, de azotado que no pierde frente al mundo sino frente a la mujer, ardido por el alcohol y el desamor:
Y no pienses, ya que así te portas,
que me voy a dejar de todos
yo que de ti sola me he dejado.
Perdí el albur, pero me sobra
el valor. Lo escribo y te lo firmo:
lloro por las sotas, pues bien sabes
que los caballos me dan risa.
Bonifaz Nuño tiene un libro que se titula Albur de amor. Albur de amor es un título digno de una colección de canciones anónimas del siglo xv, y es un libro que, en la pluma de un mexicano como él, se desplaza desde Safo y Catulo hasta nuestro particular sentido del albur y el amor. Los libros de poesía del también filólogo y traductor veracruzano pueden contener versos como éstos:
La cólera creciendo en sucesivos
collares, desde el centro
que, en lo callado, enjoya la caída
de un ojo púrpura despierto.
Versos como éstos:
Cada quien agarre lo suyo
antes de que alguno se lo gane;
éste es el momento de ver las llagas,
de enseñar los labios hendidos
hasta el paladar, de abrir los candados
y soltar los puercos de pelea.
Y un verso como éste que sólo se comprende desde el albur mexicano:
Negra al que no quiera salir aullando.
Los poemas de Bonifaz Nuño, en materia de mexicanismos, suelen ser muy ricos, muy complicados, embozados y eficaces.
Rubén Bonifaz Nuño vive por entero la cultura nacional en lo más popular y en lo más refinado (que en México coinciden no pocas veces); tiene una sabiduría poética que no le quita intensidad a los sufrimientos, sino que los hace inteligentes, sin mellarles filo y azote, fraternidad y tragedia, y su poesía está llena de sabor y de música. Rubén Bonifaz Nuño es el artífice loco de amor y desengaño, que canta un tipo de canción del que se sabe todos los cánones y le incorpora un corazón adolorido que late musicalmente y con ingenio. La poesía de Rubén Bonifaz Nuño merecería el título de un poema y de un libro póstumo de López Velarde: El son del corazón. Como el zacatecano, el veracruzano sabe ir del grito y el colorido del gallo a las irisaciones plenas de matices de la perla.