Una magnolia para Saúl

Silvia Eugenia Castillero

(Ciudad de México, 1963). Uno de sus libros más recientes es Atrios (Bonobos / UdeG, Toluca, 2018).

48, rue Pernety. Me temblaban manos y piernas; toqué el timbre y una voz masculina me dio las señales para subir hasta su departamento. Me abrió la puerta Saúl Yurkievich. Me había dado cita cuando, armada de valor —recién llegada a París—, le llamé por teléfono, entusiasmada al ver en mi carnet su nombre entre los profesores que me darían cursos en el dea, la maestría en Literatura Hispanoamericana que empezaría a cursar en la Sorbonne Nouvelle en septiembre de 1994.

Había leído libros de él, y tenerlo frente a mí fue una de las experiencias más felices de mis días parisinos. Amable, sonriente, generoso, junto con Gladis, su mujer, conversamos sobre México y su literatura. En ese encuentro se fraguó una amistad que duraría hasta su muerte. Fue mi profesor y mentor. Pero sobre todo un amigo entrañable, sin cuya cercanía París no hubiera brillado como sigue brillando en mi memoria.

Sus enseñanzas continuaban en las charlas de café, pues ya tenía establecido que después de su clase (ya fuera en Paris 3 o en Saint Denis) partía al café con sus alumnos. Y ahí es donde tomaban perspectiva de vida y de experiencia todos los conceptos aprendidos. Muchos de sus discípulos asistíamos a sus cátedras por gusto, habiendo cursado hacía varios semestres los créditos obligatorios.

También en París conocí a Adolfo Castañón, en la Casa de México en la Ciudad Universitaria, en una presentación de un libro del fce. Esa noche, durante el brindis y luego en una cena en el mítico restaurante La Coupole, sellamos una amistad que nos une hasta los días presentes.

*

La magnolia entre bambalinas. Escritos en torno a Saúl Yurkievich es mucho más que un libro de crítica, de homenaje, o biográfico: es un gabinete de maravillas. La escritura de Castañón se cierne desde los sentidos, desde el sentir. Cada capítulo se desliza para el lector como una serie de objetos preciosos y preciados que nos van mostrando a un Saúl vivo, humano, presente. No puedo negar la nostalgia que me invadió al leer este bello recuento de vida y obra, de anécdotas y hallazgos de la biografía de Yurkievich que yo ignoraba.

Así vamos sabiendo de las raíces ruso-polacas de Saúl, de su nacimiento en La Plata, Argentina, de su llegada a París en 1966, de su cercanía con la vanguardia y sus estudios sobre Apollinaire. Uno de sus secretos mejor guardados, nos dice Castañón, es la intersección entre poesía, pintura y crítica de arte. Y desde esta trinchera desarrolló Saúl los distintos géneros literarios.

El autor del libro nos muestra a un Yurkievich testigo y protagonista de un momento histórico en que confluyen varias generaciones. Por un lado es descendiente de la primera vanguardia, impacto que se transparenta en su poesía: en ella acoge lo inmediato y común, lo remanido y el estereotipo, el lenguaje publicitario y el cotidiano, y los contrarresta con tácticas de choque o de humor, con mezclas insólitas, con la agitación formal, la arbitrariedad, la ironía reveladora. Sin embargo, a la vez se retira de la vanguardia y se proclama nerudiano y vallejiano para devolverle a la poesía su capacidad de adaptación y manifestación. Buscaba reinstalar su poesía en la realidad candente de los años sesenta y setenta, vincularla con la lengua viva y la experiencia inmediata.

La magnolia entre bambalinas va dejando muy claro cómo Saúl urdía una trenza dorada entre la crítica literaria, la prosa y la poesía. Cito a Adolfo: «la crítica desplegada por Saúl Yurkievich practica un juego cultural muy amplio y sistemático de inter-relación entre los saberes cada vez más específicos del arte, de la ciencia, y las teorías literarias de la crítica cultural y las fábulas literarias […] no sólo es capaz de ver la literatura latinoamericana desde adentro, reconstruyendo las derivaciones de sus propios relatos, sino también desde afuera, creando una fronda entre los árboles del saber crítico» (p. 31).

Relacionado con sus congéneres, mantuvo un diálogo entre los poetas de su generación como José Emilio Pacheco, con quien coincidió como invitado en la Abadía de Royaumont para ser traducida la poesía de ambos al francés. Saúl me invitó a la lectura bilingüe como acto final de la estadía. Fue él quien me presentó a Pacheco, a quien también me unió una relación fraterna. Saúl sostuvo lazos intelectuales y continuos con Alejandro Rossi, Salvador Elizondo, Carlos Germán Belli, Juan Gelman, Julio Ortega, Guillermo Sucre, José Miguel Oviedo —escritor este último a quien conocí, leí, admiré y aprecié enormemente, gracias a un encuentro con ambos durante la fil Guadalajara.

Yurkievich gustaba de caminar por París; eran recorridos iniciáticos, rituales, durante los cuales me relataba anécdotas de su entrañable camaradería con Julio Cortázar. Y me mostraba los lugares que —decía— solía visitar Julio. También durante los paseos por los distintos barrios parisinos, ciudad de la que estaba enamorado, me explicaba: «El escritor es esquizoide, su doble vida transcurre entre ser un conciudadano y un semidiós; busca las sensaciones confusas. Y el poeta es el habitante ignorado de la casa, pero siendo el excluido, sólo en los poemas encontramos la configuración más cabal del tiempo común a todos».

Castañón nos introduce en sus libros, en esa poética tan misteriosa de Yurkievich. Poeta-crítico y crítico-poeta tan cercano a Julio Cortázar, la puesta en escena de la obra de éste por Saúl es única, es la mejor, es de una agudeza y de un amor que sólo fue posible gracias a la amistad que tuvieron. Fue amigo y también crítico de Octavio Paz, del que también platicaba diversas anécdotas. Adolfo se basa sobre todo en dos poemarios de Saúl: Vaivén y Sentimiento del sentido; a partir de estos ejes profundiza en toda su obra. De este modo nos devela cómo en la poesía de nuestro tan querido amigo y maestro hay «una red de complicidades —entre el yo y el tú que lo desdobla y entre cada uno y ambos con el lector que a su vez lo espía por el ojo de esa cerradura que es el vocativo y que a su vez tiene el poder de desdoblarlo a él mismo […] el poeta anda en ese filo de navaja que no es el adentro ni el afuera, ni la intimidad ni la historia: la flexibilidad del poeta que anda por el borde, como quien caminara por la orilla de un vaso o decidiera habitar la orilla donde el mar se rompe y la arena no se moja, las comisuras de la luz, el filo del fuego y del agua, el hilo de tinta que disimula un abismo» (p. 43).

Para Castañón, en la poesía de Saúl hay un equilibrio entre la tradición reinventada, el talento individual y el azar, lo incierto, lo impredecible y lo incalculable. Por ello es «un sistema de grutas y alcobas subterráneas donde las palabras se yerguen o caen puntual e inexorablemente como un bosque de estalactitas y estalagmitas donde lo incalculable —la polvareda caótica de la experiencia externa, interna o híbrida— se hace forma y figura, donde lo elemental —la experiencia— se plasma en esbeltos y elegantes surtidores, columnas sostenidas por o dirigidas a ese tú misterioso» (p. 50).

En esta bella edición de La magnolia entre bambalinas, coeditada por la Universidad Veracruzana y Bonilla Artigas Editores, la figura de Saúl Yurkievich se despliega en todas sus aristas a través de la escritura de otro crítico-poeta, Adolfo Castañón. Además del diálogo con las imágenes de Julio Silva, otro gran amigo de Saúl. Y una bibliografía detallada de su obra, elaborada por su compañera de vida, Gladis Yurkievich.

Siempre estuvo Saúl cerca de las artes plásticas; cuando me criticaba algún manuscrito, en lugar de tacharme mis versos y sustituirlos por otros, me sugería ir a ver exposiciones o libros de pintores que me ayudarían a resolver mis problemas formales. Y siempre fueron muy acertados sus consejos.

Adolfo define de la mejor manera el sentir de quienes quisimos y admiramos a Saúl y ahora sufrimos su ausencia con su presencia resonante: «Saúl baila y canta, zumba y suena bajo el mar del tiempo en una profundidad insondable, tanto más misteriosa cuanto más transparente. Y quien dice transparencia dice pureza e inmediatez. Y eso es lo que asombra y maravilla de este bosque de saúles apellidado Yurkievich: que haya leído tanto y tan bien tantos libros y que su carne no haya perdido el alborozo ni su palabra la sonrisa. Risueño, irónico, levemente gracioso, nunca corrosivo ni sarcástico» (p. 49).

En el libro viene el facsímil de una carta de Yurkievich a Castañón, escrita un mes antes de morir. Además de percibir el cariño, cercanía y admiración hacia Adolfo, Saúl habla de un poemario que no sabe si va a aparecer en editorial Ditoria, de Roberto Rébora. Ese libro salió a la luz de manera póstuma; en él hay un texto que continúa impresionándome y que Rébora tuvo a bien acomodar como poema final del libro:

en ruta

una lluvia persistente vela en el paisaje de llanura. la luz decae. sólo mi coche rueda por este camino como si fuera un viaje que me está destinado, hacia el lugar ignoto donde hallaré quien me diga de dónde soy y a dónde voy. llevo los faros encendidos y sus haces están pespunteados por las gotas que oigo repiquetear sobre el metal. este carrillón en sordina y el latigueo de los neumáticos sobre el pavimento empapado son los únicos ruidos del mundo que se apaga, calla y me distancia.

La magnolia entre bambalinas. Escritos en torno a Saúl Yurkievich, de Adolfo Castañón, con ilustraciones de Julio Silva. Bonilla Artigas Editores / Universidad Veracruzana, México, 2019.
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