Los entrelazamientos

Alberto Chimal

(Toluca, 1970). Es autor de La saga del Viajero del Tiempo (Fomento Editorial UNAM, 2020).

Para hacer enojar (amistosamente) a un novelista, se le puede recordar que la historia de la novela es una rama de la historia del cuento. Se le estará diciendo la pura verdad: al menos en Occidente, las narraciones extensas, digresivas y fragmentarias que son las novelas descienden de compilaciones de historias cortas provenientes de la Edad Media. En aquel tiempo, la palabra italiana novella daba nombre a muchas formas populares de escritura breve y significaba, justamente, narración o noticia corta: notita.

Alrededor del siglo xii —el tiempo del gran Chrétien de Troyes— se puso de moda alterar ligeramente las novellas que llegaban a los copistas en un solo volumen, de manera que hicieran referencia unas a otras incluso si provenían de lugares y tiempos muy diferentes. Esta técnica, conocida como entrelacement (entrelazado, entrelazamiento), producía libros que daban la impresión de construir un mundo narrado común, dividido entre historias individuales que, sin embargo, podían entenderse como partes de ese todo mayor. De ahí a la historia única y los capítulos de la novela como la conocemos hay pocos pasos.

Pero la importancia de la novela como género, fortalecido por la tecnología de la imprenta, nos ha hecho olvidar que esos pasos no son obligatorios. Es posible crear en el territorio extraño del que podría llamarse cuento mutante, entre la historia unitaria y aislada y la narración extensa. Por eso nos sorprenden las obras que lo hacen, a pesar de su raíz antigua, desde Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas, hasta Caza de conejos, de Levrero. Y por eso es llamativo un libro como Al final del miedo, de Cecilia Eudave: una colección de ocho cuentos entrelazados que crean un universo de lo misterioso y lo inquietante.

Como si hiciera una figura gimnástica de elevada dificultad, el entrelazamiento de los cuentos es doble: personajes del primero son mencionados en el segundo, cuyo protagonista está a su vez emparentado con un secundario del tercero…, y además hay un telón de fondo, un elemento misterioso que se menciona una y otra vez en los textos, pero no es el tema de ninguno salvo el último. Aunque el mundo de Al final del miedo es básicamente una ciudad del altiplano mexicano, y en especial su clase media —segura pero no tanto, menos libre de lo que cree, más esclavizada a sus expectativas y sus posesiones de lo que quisiera admitir—, su Tierra entera está presenciando el mismo fenómeno: enormes agujeros que se abren sin advertencia en el suelo, crecen y crecen, y parecen invitar a la gente a que se arroje por ellos. Los lectores a quienes gusten las metáforas podrán ver una aquí: una imagen de la angustia contemporánea, aunque ni siquiera el último texto interpreta el fenómeno. Simplemente es algo que ocurre: una mancha en todas las cosas, que se extiende a todos los pensamientos.

Esto último es la clave de un rasgo aún más interesante del conjunto. Cecilia Eudave, académica además de escritora, es una de las estudiosas y practicantes más conocidas entre nosotros de la literatura de imaginación fantástica, y en este libro, como en la mayor parte de su obra breve, se dedica a explorar diversos modos y posibilidades de lo insólito. Pero los diferentes sucesos y sitios alarmantes que aparecen en los cuentos —una fotografía digital que se vuelve la ventana hacia otro lugar y otro tiempo, una misteriosa tienda de rarezas, una suerte de amnesia contagiosa que purifica a quienes la padecen— nunca son el centro de ninguno. Con esto quiero decir que son parte de los textos y de la intriga, pero que la conclusión de cada historia no es una explicación o ampliación de ellos, sino, por el contrario, una revelación meramente humana: lo sobrenatural es parte de la experiencia que nos revela lo atroz o lo banal (como escribía Borges en Ficciones) de las vidas de los personajes. Algunos toman mayor conciencia de sus debilidades; otros se resignan a sus defectos o a las consecuencias de sus actos. Todos siguen viviendo en su mundo perforado y expectante.

¿Y no es verdad que eso ocurre también en la realidad? Aun si no tenemos supersticiones, y no creemos realmente en ningún «más allá», lo extraordinario rara vez no lleva más allá de nosotros mismos, y en cambio nos devuelve a quienes somos. Al final del miedo nos recuerda, de forma elegante, esta constancia de nuestras propias existencias.

Al final del miedo, de Cecilia Eudave. Páginas de Espuma, Madrid, 2021.

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