"En la honda del tiempo", de María Teresa Gutiérrez

Paula Zulaica

(Zamora, Michoacán, 1979). Autora de Después de Babel (La Zonámbula, 2008).

A pesar de que conozco a Tere personal y profesionalmente, de hace varios años, fue apenas unos tres que descubrí que es poeta. Fue en una noche bohemia, durante un encuentro académico que organizamos en el iteso, no muy diferente a esta noche, y por las mismas fechas, porque recuerdo que nos llovió. Ambas leímos, esa noche, poemas de nuestra autoría, pero lo más trascendental para mí fue que reconocimos, una en la otra, el brillo en los ojos, signo y síntoma inconfundible de la afección crónica del amor por la poesía.

Leí En la honda del tiempo en celosa soledad. Me dejé caer por el hueco del infinito, asida solamente del sabor de las palabras.

Gracias, Tere, por esta travesía.

Son cinco las partes que forman En la honda del tiempo: «Umbral del tiempo», «Semejanzas», «Migas», «Cataclismo» y «Cabo fugaz». Cada una, parte esencial de la explosión que destruye y crea universos.

La honda del tiempo se desdobla en un anverso y reverso que cohabitan cual imagen y reflejo, añorándose, uno a otro, perpetuamente, a través del espejo.

Aquí debo hacerles una confidencia: tengo una pasión lúdica por las palabras, una filia, y nada me satisface tanto como el ingenio de Tere al jugar, magistralmente, con las aliteraciones: «sal, saliva, salvación, silencio», «El infinito es una espera que se escapa», «haz de luz», «pesa el azar», «es necesaria la ceguera», «¿quién pronuncia los nombres prohibidos?», «sol, luz, azul».

¿Quién aquí que niegue que los versos de Tere hacen agua la boca?

Aunque la aliteración no es su único juego, quizás sí es el más concupiscente.

El juego de palabras abunda en En la honda del tiempo.

La honda es a la misma vez el péndulo eterno que oscila de un extremo a otro, manso y pacífico, marcando el tiempo. Pero la honda es también arma mortal, violencia y destrucción, cuando se agita por encima de la cabeza y se suelta la pedrada.

Honda también habla de la profundidad femenina del tiempo.

Honda es la eternidad.

Honda, la poesía.

No es coincidencia que honda (con «h») suene igual que onda (sin «h»). La piedra rompe la tensión del agua, el orden no natural, y las ondas concéntricas se expanden, crecen hasta el infinito.

El caos es el estado natural del universo.

La inutilidad del orden

Configura el caos en el ojo del espejo

La niña ve lo que se niega en el momento

La memoria abre el demonio interior

El círculo creciente rompe las posibilidades

Igual que la honda y la onda, el tiempo acecha y asecha.

Primero acecha (con «c» de caza, y me refiero a caza con «z»).

El tiempo furtivo, agazapado, listo a saltar y arremeter, y con sus puños abrir la frente. Pero el tiempo también asecha, (con «s»), tiende las trampas, las asechanzas tejidas de artificio, de engaño.

En el verso embriagante de Tere, el tiempo tiene forma: la espiral y el círculo se asoman en su honda; es la espiral del caracol que se arrastra dolorosamente lento, y es también el laberinto de su concha. Es la piedra redonda que esconde la honda, cual plomada. Es el corazón que se desgaja en latidos, alejándose siempre en sus ondas sonoras. Es el ojo y es el sol, que se miran uno al otro. Es corona y es un reloj que marca el compás infinitamente. Es el río, siempre inquieto, que circunda la Tierra. Es la manzana del paraíso redondo.

Pero, sobre todas las cosas, el tiempo, igual que el infinito, «es una espera que se escapa».

Leer a Tere es leer el verso contundente.

Una voz ancestral que lo sabe todo, que va creando universos al enunciar las palabras. Los versos de En la honda del tiempo deben leerse en voz alta, y en voz de Tere. Para escucharlos detrás de una sonrisa enigmática que algo esconde. El secreto de que la vida es fugaz. Que la vida es la miga de pan que se salva del picoteo de los cuervos y queda en la tierra expuesta, como semilla que nunca ha de echar raíces.

La vida breve se esconde En la honda del tiempo.

Y gira y gira hasta el golpe de muñeca que la libere y la lance al infinito.


En la honda del tiempo, de María Teresa Gutiérrez. Luz Vesania, Guadalajara, 2021.
Comparte este texto: