Adentro de la luz
circula tu alma
aminorándose hasta que se extingue
Neruda
Tengo un acuerdo con el cielo—
cada día presencio
la rendición de las olas que vuelven al azul
y no me quejo
demasiado… nos parecemos cada vez menos a nosotros,
aunque en el fondo seguimos ahí.
La juventud se fue, la enredada cuerda de la madurez, todo
en el aire como ropa
en la brisa, mientras nos vemos desaparecer apenas
en el remolino de la tarde.
Mientras más cerca estoy del cielo, más quiero creer
que esto no es todo—
que todavía me dirijo a algún lugar, adonde sea.
*
En el parque con vista al mar, me siento debajo
de los árboles de coral y de eucalipto
y respiro profundamente al lado de los cuervos —es gratis,
y la compañía, aunque ruidosa,
es confiable, confundidos todos mirando hacia el cielo sin rumbo…
Pongo mi bolsa en el suelo
y vierto una copa de pinot noir, el primer sorbo tan equilibrado como
la noche azul que zumba
encima del borde de la isla. El segundo sorbo
es casi trascendental
mientras mando mis saludos a las nubes, hago mi apuesta
de que eso moviéndose allá arriba
es sólo la niebla nocturna, y no algunos ángeles que han descuidado
sus tareas aquí.
Mañana intentaré de nuevo darle algún sentido
a esto… pero en cualquier caso,
caramba, fue divertido mientras duró. También podría
poner más amapolas rojas
y geranios en el balcón para animar el ambiente un poco.
*
No hay otoño, no hay invierno aquí —mangas de camisa agitadas [por los vientos de Santa Ana
10 de los 12 meses del año
al parecer, y como los árboles, estoy un poco inquieto, expuesto
aquí en el acantilado
con una de las doce camisas hawaianas que pesqué de segunda mano—
toda algodón, surfistas
de la vieja escuela sobre tablas largas en Diamond Head, pescando en el aire,
flores de hibisco y cocoteros
que se balancean en esa luz de los 60 que sigue esfumándose al borde del océano…
Hernández nos advirtió
acerca del árbol de las cosas imposibles, y aunque le creí,
escalé rama por rama
tan alto como pude. Leí filosofía a mis veinte y entendí
que no tenía mucho que decir,
pero busqué decirlo de igual modo… Y aunque nunca haya [imaginado
a mi corazón como naranja helada
o granada ardiente, aún podría el alma
tener algunas capas, como una cebolla,
esa nube de polvo tamizado… Ahora estoy aquí afuera trabajando
cada día para desentrañar
el oratorio del ruiseñor, las coplas del pinzón canela
que se felicitan entre sí
en el comedero mientras se aferran a la brisa del mar…
He descubierto 100 maneras
de temer a la muerte tanto como cualquiera, y las escondí
en los árboles de seda,
envueltos en la espuma de la rompiente a lo largo de la orilla
antes que oscurezca
me atrapa el aire húmedo que, sin embargo, me salva
de las estrellas,
de nuestra inminente recaída en el polvo que destella
sobre el mar,
donde ninguna oración ha mantenido a esos pájaros en el aire.
*
(por siempre Pablo)
Los cipreses toman sus formas del viento, envejecen,
y como nuestras mentes
esbozan una poética de la ausencia. Sin embargo, en el verde hoja
de las finas sombras
de los pimenteros, pienso en ti, maestro, compañero,
y te llamaré luego
desde las nieblas solares, desde los vientos que soplan
hacia las habitaciones vacías
de la eternidad. Salir de las costillas y los huesos
del brazo de tus odas,
dicen que la muerte significa menos que la resaca
murmurando en la marea,
cantando en vano en la sangre. Danos un grito
o dos para perseguir
a los políticos sobre el precipicio, una canción para reparar el dolor de espalda,
la punzada en el costado,
la pierna entumecida. Danos un rastro de espuma de mar,
cortezas solares
más allá de las capuchas blancas que revelan la ironía
de cada recurso malgastado.
Nadie se engaña cuando perdemos a un camarada tras otro,
cuando cada brisa
calcula mal el dolor de aceras abandonadas,
la muerte de los tallos de las rosas.
Si alabamos nuestros zapatos, o las dos plantas de jitomate
que elevamos cada primavera,
si proclamamos trapo de cocina a la feliz bandera de nuestra república,
incluso estas sobras
de alegría se dispersan entre las hojas azules de la noche
cuando la luz,
en cuyo interior el alma gira, parte a través de la costa
y desaparece…
el beso de sal sellado en la brisa, perdido sobre el mar.
Versión del inglés de Luis Eduardo García
El Cielo
Adentro de la luz
circula tu alma
aminorandose hasta que se extingue
Neruda
I have an understanding with the sky— / each day I attend / the capitulation of the waves back into the blue / and don’t complain / too much . . . we look less and less like ourselves, / though it’s still us inside. / Youth gone, the knotted string of middle age, all up / in the air like laundry / in a breeze, until we barely see ourselves disappearing / in the swirl of dusk. / The closer I come to the sky, the more I want to believe / this is not it— / that I’m still headed somewhere, anywhere at all…
*
In the park overlooking the sea, I sit beneath / coral and eucalyptus trees / and breathe deeply alongside the crows—it’s free, / and the company, though ruffled, / is reliable, all of us bemused, looking into the aimless sky… / I set my bag down / and pour a cup of pinot noir, first sip as balanced as / the blue evening humming / out there above the island’s edge. A second taste / almost transcendental / as I send my saludos to the clouds where I hedge my bets / that it’s just the evening mist / shifting up there, and not some angels who’ve overlooked / their assignments here. / Tomorrow, I’ll take another stab at making some sense / of this… but in any event, / caramba, it was fun as it flashed by. Might as well / put more red poppies / and geraniums on the balcony and cheer the air up a bit.
*
No fall, no winter here—shirtsleeves whipped in a Santa Ana / 10 months out of 12 / it seems, and like the trees, I’m a bit unsteady, exposed / here on the cliff / in one of my dozen Hawaiian shirts picked up at the thrifts— / all cotton, old school / surfers on long boards at Diamond Head, sail fish in the air, / hibiscus flowers and coconut palms / swaying in that 60’s light still fading at the ocean’s edge… // Hernandez warned us / about the tree of impossible things, and though I believed him, / I climbed branch by branch / as high as I could. I read philosophy in my 20s and understood / that I didn’t have much to say, / but wanted to say it anyway… And though I’ve never imagined / my heart as a frozen orange, / or a burning pomegranate there still might be something / to the soul layered like an onion, / that dust cloud sifting down… I’m out here working now / every day to unpuzzle / the mockingbird’s oratorio to life, the coplas of spice finches / congratulating each other / at the feeder as they hang on in the off shore breeze… / I’ve discovered 100 ways / to fear death as much as anyone, and have hidden them / in the silk trees, / wrapped them in the froth of breakers along the shore / before the dark / catches me out in the damp air, that, nevertheless saves me / from the stars, / from our imminent relapse into dust glimmering / above the sea, / where not one prayer has kept those birds in the air.
*
(for good Pablo) // The cypress take their shapes from the wind, grow old, / and like our minds / sketch a poetics of absence. Yet in the leaf-green / and lacy shade / of pepper trees, I think of you maestro, compañero, / and call you back / from the solar mists, from the winds blowing toward / the empty rooms / of eternity. Step out from the ribs and arm bones / of your odes, / say death means less than the undertow / murmuring in the tide, / singing for nothing in our blood. Give us a grito / or two to chase / the politicos over the cliff, a song to repair the back ache, / the stitch in the side, / numbness in the leg. Give us a trail of sea foam, / crusts of sunlight / leading beyond the white caps that reveal the irony / of every wasted appeal. / No one is fooled when we lose one comrade after another, / when every breeze / miscalculates the sorrow of abandoned sidewalks, / the death of rose canes. / If we praise our shoes, or the two tomato plants / we raise each spring, / if we proclaim a dishtowel the happy flag of our republic, / even these scraps / of joy blow away through the blue leaves of evening / as the light goes out / across the shore, inside of which the soul spins / down and is gone… / the air-sealed kiss of salt in spindrift lost above the sea.