Entrevista con Valerio Magrelli
En esta entrevista, el poeta italiano Valerio Magrelli reconoce que es «un incurable y acaso ingenuo humanista de la vieja escuela». Licenciado en Filosofía por la Universidad de Roma, Magrelli ha sido profesor de Literatura Francesa y colaborador en periódicos y revistas. Traductor de Valéry, Mallarmé, Verlaine y otros poetas franceses, ha publicado principalmente libros de poesía, y aunque dice que «el único deber del poeta es el de responder a la Musa, es decir, a la propia inspiración», desde hace varios años se interesa «por una poesía política o, para mejor expresarlo, civil, o mejor todavía, cívica, a fin de denunciar los desmanes que está padeciendo mi país».
Profesor Magrelli, sé que usted venera profundamente la poesía de Eugenio Montale, autor algo desconocido entre nosotros (no a nivel de expertos y conocedores, se entiende: sin ir más lejos, un compatriota suyo, Fabio Morábito, llevó a cabo justamente en México la traducción de su poesía completa al español). ¿Cuál considera usted que es el mensaje capital en la amplia producción lírica de Montale?
En efecto, tengo en mucho la traducción al español de la poesía completa de Montale que en México realizó Fabio Morábito. Respecto de un juicio sobre Montale, la sola idea de reconsiderar qué representa hoy su poesía es tarea poco menos que temeraria. Para expresarlo, valiéndome de una paradoja de Emil Cioran, si es verdad que la peor desgracia para un autor es que lo comprendan, no obstante, Montale fue en mayor medida comprendido que tantos otros. Empero, el riesgo principal consiste en que, actuando de esta manera, se pierden justamente los rasgos más heterodoxos de su escritura. Para dicho objetivo vale la pena acaso remontarse al ensayo que Andrea Zanzotto (1921-2011) le dedicó bajo el título de L’inno nel fango[Himno en el fango] en 1953.
Rara vez la poética del residuo, la excrecencia, el detrito o el desecho lingüístico se encaró con tales extremos. Es un tema recurrente en toda la producción montaleana, que constituye, sin embargo, un núcleo significativo, especialmente en el periodo comprendido entre los libros El vendaval y otras cosas (1956) y Satura(1971), donde justamente, a guisa de lema, se perfila una intuición que desconcierta: «La poesía y la cloaca dos problemas / jamás discernidos por entero». Desde este punto de vista, podríamos colocar a Montale bajo una nueva luz, aquella, por ejemplo, que considera la agresión crítico-irónica de las diversas vanguardias históricas. ¿Qué sirve de nexo entre las reflexiones excrementicias y la obra de Montale? Poco, pero acaso suficiente como para procurar que no se ciña a esa imagen demasiado tranquilizadora, la cual, en todo caso, parece igualmente sofocarla.
En el último libro de Montale, publicado tras su fallecimiento —Diario póstumo, 66 poemas y otros (en traducción de María Ángeles Cabré, Ediciones de la Rosa Cúbica, Barcelona, 1999)—, el autor se lamentaba de la situación en aquella época denunciando un universo literario dominado por personas que poco o nada tienen que ver con la idea de la belleza, los llamados trepadores, especuladores de la palabra o políticos de la pluma. Montale había recibido todas las distinciones que pueda concebirse y, no obstante, deploraba cosas que no lo afectaban a él directamente, sino a los jóvenes que apenas comenzaban y no figuraban todavía en grupúsculo alguno. ¿Tiene usted algún comentario sobre el particular?
Los malos poetas son como el granizo, las moscas, el aburrimiento o bien el dolor de muelas: siempre han existido y siempre existirán. Lo cual se echa de ver por ejemplo en la Epistula ad Pisones [que aquí se ofrece en la versión en el castellano cuasi medieval de don Thomas Tamayo de Vargas Toledano, bajo el título deTraducción de la Arte Poética de Horacio, Príncipe de los Poetas Líricos]:
Que como del tocado de la lepra
o de gota coral o de locura
o castigado de Diana ayrada,
assí temen llegar (huyendo lexos)
al poeta sin ánimo y cordura
los hombres que son sabios y prudentes. […]
Y tal es el que digo y más furioso
que, como un oso bravo, que ha quebrado
la xaula o cárcel donde preso estaba
quanto delante topa despedaça,
bien assí el enfadoso recitante
de malos versos al idiota y docto
y a quantos hay presentes desbarata.
Y haze que huyan dél como de infierno;
y si por dicha alguno no se escapa,
al desdichado coge entre sus manos
y ahoga y mata con leerle versos,
y aún no se aplacará su sed rabiosa
hasta que convertido en sanguisuela
le chupe quanta sangre el triste tiene
quedando della satisfecho y harto.
A juzgar por la profusión de videos suyos en YouTube, advierto que usted no tiene nada en contra de la idea de llevar la poesía e incluso la gran cultura a las masas. ¿Considera usted que estos dos dominios, el del intelecto y el del espectáculo, son compatibles? En otras palabras, ¿juzga usted que la comunicación entre ellos es factible?
Es cierto, estoy a favor de llevar la poesía hacia el gran público. Todo reside en comprender la manera en que hay que hacerlo. Tengo la esperanza sincera de que la erudición literaria y el mundo del espectáculo resulten compatibles, y considero, además, que la comunicación entre los mismos es una posibilidad. Esto, sin embargo, tiene que darse salvaguardando la calidad de la poesía, sin prostituirla, sin reducirla a un simple producto de consumo. ¿Misión imposible? Quisiera pensar que no, si bien tengo que reconocer que soy un incurable y acaso ingenuo humanista de la vieja escuela. De cualquier forma, hace cosa de dos horas, estando en el aeropuerto de la Ciudad de México, descubrí que la dependienta con quien acordaba la adquisición de dos variopintas calaveras de cartón estaba estudiando el Orlando furioso de Ariosto: entonces, ¡debía de haberlo leído completo! Cuando le dije que yo prefería a Tasso admitió que concordaba conmigo: no sólo conocía la Jerusalén liberada, sino que le había encantado una obra, por lo general ignorada incluso por los propios italianos, como es la Aminta. ¿No es para quedarse sin palabras? Se trata de un caso aislado, es verdad, pero es una maravilla. Por otra parte, mi madre también se dedicaba a la venta de este tipo de recuerdos.
Me imagino que no resulta sencillo ser un estudioso de las bellas letras (en particular las de Francia), un poeta laureado con varios premios incluso y, al mismo tiempo, aceptar invitaciones para participar en eventos encaminados al gran público. Quiero decir no debe de ser fácil hallar el justo medio entre la atmósfera de recogimiento y concentración, condiciones cuasi necesarias para captar la lírica, y el tono banal, en ocasiones exaltado, que exige la televisión. ¿Cómo hace usted para mantener la atención cuando debe presentarse en este tipo de programas televisivos?
Como decía, lo más importante, incluso antes de procurar no venderse, es evitar devaluarse. A manera de ejemplo, vea usted el modo como propuse un ciclo de encuentros acerca de la literatura en el Auditórium de Roma, el cual ha de estar en cartelera durante ocho meses, a partir de noviembre próximo, con objeto de introducir a algunos Novelistas latinoamericanos del siglo xx: «Dispuestas a manera de charla introductoria a la lectura del texto, las sesiones vespertinas tendrán una duración aproximadamente de una hora. Cada uno de los eruditos convidados analizará ciertas páginas de autores escogidos. Ha de partirse de la ficha biográfica del autor, para pasar luego al análisis literario, concediendo por fin la palabra a la lectura de la obra propiamente dicha. La iniciativa pretende obviar tanto la aridez de los entendidos como el perderse en una suerte de diletantismo, a fin de ofrecer a los espectadores no sólo la posibilidad de conocer ocho clásicos del siglo pasado sino incluso para descender al calor del obrador lingüístico, un espacio tantas veces ignorado por el público».
Este género de contradicciones suele traerme a la memoria la imagen de Escila y Caribdis, dos escollos insalvables ante los cuales naufragaban aquellos bajeles que describe el padre Homero. Se trata de dos peligros, a cual más nefasto, en lo que atañe a los míseros marineros-lectores-espectadores. Por una parte, se halla una literatura que a menudo se presenta bajo un aspecto algo sañudo y pretencioso, como para irritar al público o bien intimidarlo. Por otra parte, encontramos los acostumbrados productos de consumo, capaces de atraer a inmensas multitudes, aunque marcados por una trivialidad desoladora. Es el marco conceptual que definiera Pierre Guiraud en términos de teoría de la comunicación: «Nos aprisiona la tentación de decírselo todo a alguien o bien de no decirle nada a nadie». Por una parte, esto es, tenemos trabajos que requieren concentración y esfuerzo desafiando, sin embargo, al consumidor promedio; por otra parte, en cambio, productos susceptibles de producir grandes ganancias, incluso primarias, elementales, básicas. Pues bien, a pesar de todo ello, sigo creyendo en la posibilidad de una vía intermedia, capaz de acercar, por lo menos, a una parte del público sin, por ello, desdeñar la erudición.
Me ha sorprendido, de manera sumamente halagüeña, su observación de naturaleza crítica respecto de aquello que aconteció en la ciudad de L’Aquila, con motivo del último terremoto. Fue un error flagrante no intentar reconstruir el antiguo complejo urbano, una ciudad de milenios. Según usted, ¿los poetas hoy tienen el deber moral de pronunciarse acerca de estos asuntos que tocan más bien el orden cívico o político?
El único deber del poeta es el de responder a la Musa, es decir, a la propia inspiración. Obligar al escritor a escribir algo que no le interesa es un crimen de lesa libertad y bien lo sabe aquel que vive bajo un régimen totalitario, de cualquier tipo que éste sea. Algunos entre los más hermosos versos de la poesía italiana hablan de objetos cotidianos como imanes, bicicletas, pescados o recámaras.
Declarado lo anterior, desde hace varios años me intereso por una poesía política o, para mejor expresarlo, civil, o mejor todavía, cívica, a fin de denunciar los desmanes que está padeciendo mi país: la oposición, es decir, la antigua izquierda, que hace alianza con un partido fundado por tres reos procesados. Mi padre pasó la primera mitad de su vida con miedo a causa de Stalin, la segunda con miedo a causa de Berlusconi. ¡Qué suerte que ya falleció! De otro modo, habría asistido al nacimiento de un régimen guiado por estalinistas y berlusconistas por igual. Ahí van juntos de la mano a fin de trastornar las reglas democráticas más elementales al pretender enmendar una Constitución que redactaron los héroes de nuestra Resistencia contra los fascistas nazis.
¿Cuál es el papel principal de la poesía, si es que tiene alguno, en un mundo como el nuestro?
Nadie, creo, ha respondido mejor que Joseph Brodsky y Octavio Paz. El primero de ellos escribe: «La poesía no es una rama del arte sino algo que va más allá. Si eso que nos diferencia de las demás especies biológicas es la palabra, entonces la poesía, que es la operación lingüística suma, constituye nuestra meta antropológica y, de hecho, genética. Quien considera que la poesía es un pasatiempo, una lectura posible, comete por tanto un crimen antropológico, en primer lugar contra sí mismo».
Pasemos a la segunda contribución. Interrogándose acerca del sentido de la palabra humana y de su frágil libertad, ayer bajo las insidias del totalitarismo, hoy bajo las normas de los medios de comunicación masiva, Paz reafirma que la poesía constituye el único antídoto contra la tecnología y el mercado. En ella, a diferencia de la lógica del consumismo, se expresaría de hecho un modelo de supervivencia fundado en la fraternidad de las formas y de las criaturas en el universo entero: «A esto se reduce su función: ¡Nada más y nada menos!».
¿Se encuentra usted trabajando en alguna obra por el momento? Si no es demasiada indiscreción, ¿podría revelarnos algún pormenor sobre su último libro?
Estoy escribiendo un volumen acerca de los dibujos de Federico Fellini aunque, en realidad, es más bien acerca de su poética. Hablo de homeopatía, magia, esoterismo, veneración hacia los chamanes. No por nada el director de cine quería tanto a México, leía a Carlos Castañeda e incluso deseó conocerlo en persona. Hay que recordar que anhelaba rodar una cinta que llevaría por título Viaggio a Tulum [Viaje a Tulum], de hecho salió un libro de tiras cómicas que diseñara Milo Manara. Si de manera esporádica lo he frecuentado, por espacio de casi quince años, me hallo enfrascado ahora en la lectura de un sinnúmero de testimonios, desde Paolo Fabbri hasta Renzo Renzi. Todo dio comienzo un día del ya lejano 1980, cuando, atendiendo al teléfono, oí una vocecilla que decía: «Qué tal, habla Federico Fellini».