Somos siete en esta mesa
luego de la carne y la ensalada,
el arroz y el pan con romero.
Mi copa de vino se calienta despacio
porque el fresco del jardín no alcanza,
porque la respiración vertical del bambú
no alcanza a detener los ruidos de la banda de reggae
que ensaya en el edificio de junto.
He sido asignada a partir la tarta,
a partirla como se parten las conversaciones,
el deseo del otro,
la tierra durante las catástrofes.
He sido elegida para escribir este recuerdo:
el de las frutas que brillan bajo la luz
mientras el cuchillo las atraviesa.
Me han dado un arma para partir una costra
que en el centro tiene el color oscuro del chocolate.
¿Cómo podía negarme?
Cómo negarme a la posibilidad de trazar un camino,
otro
otro
siempre distinto
nunca el mismo
ningún trozo igual.
Cómo negarme ante tal ofrecimiento,
cómo negarme a las pequeñas catástrofes
de la cocina:
ahora todos tienen un pedazo de la fruta que duele
después de haber sido cortada por mí.
Ven a mi amante pecho,
gato mío;
guarda las garras de tu pata […]
Charles Baudelaire
Aprendí a caer de pie,
a querer con mis siete vidas,
a dejar cabellos en la ropa de los desconocidos.
Aprendí a guardar las uñas
para no lastimar a quien me ama.
Y sin embargo,
a veces —sin querer—
hice pequeñas heridas en las piernas
y en los corazones de mis amantes.
Ovillé mi cuerpo durante el sueño
y también durante el sueño atravesé paisajes
donde fui la más veloz y la más ágil.
Libré batallas y triunfé sobre el más fuerte,
abriendo su carne,
encajando mis colmillos de gata enfurecida.
Pero hoy me he detenido en el umbral
de la puerta entreabierta
porque también temo al viento,
a los nudos que hace el viento
cuando es marzo y el tiempo teje sus caprichos
y yo soy un pequeño animal que ronronea.