[91]
A propósito de Bélgica. Había una mujer impasible que vendía latkes en el mercado de Amberes. Le pedimos uno y sostuvo el latke en la mano sin extender la mano hacia nosotros. Nos quedamos un momento así, como en una película de pronto detenida, hasta que entendimos que teníamos primero que entregarle la moneda y sólo entonces recibiríamos el latke.
No cabe duda de que había ladrones de latkes entonces en Amberes, y la mujer era cuidadosa. De hecho, la tentación de robar latkes en el mercado de Amberes es muy grande. Como también lo es extender la pierna (cuando alguien pasa por ahí despreocupado), por el mercado de Amberes o en algún otro lugar.
O de abofetear a alguien sin ningún motivo. Pero nada más allá de eso. Las navajas son ajenas a nuestra índole. También las pistolas y los fusiles.
Pero nos alegramos si derraman sopa en alguien, especialmente si hay patas de pollo en ella. En términos generales, nos alegra ver la desgracia ajena.
[92]
Un periodista llamado Kashkhanski escribió lo que escribió acerca de otro libro nuestro en el cual hablábamos con franqueza de nuestras vidas.
Había en él algo de la bondad característica de los forjadores de este país. Muy probablemente le costaba trabajo contener las lágrimas y observaba los edificios blancos de Tel Aviv como a través de una niebla.
La credulidad de estas personas nos rompe el corazón. Tienen los pies firmemente plantados en los lamentos de Yosef Haim Brenner, pero su espíritu es libre y ven qué corresponde, y qué no, empezando con la sefira Ayin (Nada) y terminando en la sefira Malkhut (Reino), es decir, aquí. Donde dice Kashkhanski en la puerta.
A veces extrañamos a esas personas, como el tordo añora la paloma. Si pudiéramos reunirnos con ellas en los cafés de Tel Aviv, lo haríamos.
Por la noche, nos damos vueltas sobre la cama y a veces soñamos que estamos de pie en una enorme sinagoga, pero, en vez de leer el libro de oraciones, todo el mundo lee el diario vespertino.
[93]
Nuestro Perro de Montaña de los Pirineos nunca tiene crítica alguna que dirigirnos. Va derecho al grano. Si hay tristeza, ve tristeza. Si se trata de alegría, ve la alegría. Los perros más pequeños huyen de él, y no voltea siquiera a verlos. Los gatos de los basureros lo observan tranquilos y ni se inmutan, aunque su pelaje casi los roce al pasar.
Su corazón late como la campana de un gran templo, y en sus ojos puedes ver el residuo de las primeras eras del universo (antes de la gran ruptura de la creación).
Y también hay una persona así. En una panadería. En la aldea árabe de Tarshiha. Éstas son las ideas de las que hablaba Platón. Perro. Hombre.
[94]
Por donde se le vea, los fragmentos de las cosas también son enteros a su manera. Una vez conocimos a una crítica literaria que escribió un poema triste.
Sin duda anhelaba un mundo sin libros o un mundo en el cual los libros encerraran una sola palabra, repetida al infinito.
Era claro que en su habitación (seguramente en un apartamento alquilado) había cuatro o cinco pomos de crema para el rostro en una repisa de vidrio sucia. Y casetes de esa cantante, ¿cuál es su nombre? Mercedes Sosa.
Y el mismo vestido cada vez que salía, puesto que los demás vestidos trataban con crueldad su figura. Y los libros. Algo sobre las revoluciones. Y la psicología. Y la novela más reciente de Saramago.
No sabemos si se rasuraba las piernas, pero, si lo hacía, sugeriríamos que encontrara a un director de publicaciones, en una editorial, dispuesto a acariciarlas.
[95]
Ésta también es la respuesta a la pregunta del Zen acerca del sonido de una sola mano, y también la respuesta a los tormentos de los cuales habla Freud. Es decir, que alguien debería tocar a alguien, y así sucesivamente.
Pensamos que nuestros lectores deberían utilizar este libro para buscar a otra persona. Por ejemplo, debería dejarlo caer al suelo en un bar o un pub y luego recogerlo y preguntarle a una mujer: ¿Es tuyo? O colocar dos copas de vino encima de él (nos aseguraremos de que sea suficientemente grande) o clavar una navaja en él y decir, si la navaja alcanza la palabra amor, te irás conmigo (nos aseguraremos de esparcir la palabra por todo el libro), o, si te duele la espalda, deberías poner algo duro bajo la cabeza, entonces sacaremos una edición especial con pasta dura.
En el pasado (recordamos) solíamos amontonar libros en una silla para alcanzar los sitios altos.
[96]
Conocemos a un hombre que se llevó a la tumba uno de los libros del poeta Shneor Zalman (es decir, lo conocimos).
Tal vez nuestros lectores no lo sepan, pero Shneor Zalman luchó contra Shmuel Yosef Agnon para que él, y no Agnon, pudiera ganar el premio sueco. Cada uno de ellos (Shneor Zalman y Agnon) tenían partidarios, y buscaron socavarse uno al otro y escribieron cartas y convocaron a embajadores y reunieron a comités que eran hostiles unos a los otros.
Ahora, estos dos escritores (y la mayoría de sus lectores) están muertos y otros escritores (y lectores) han tomado sus lugares, pero no hemos oído hablar de nadie (además de aquel hombre) que se llevara consigo un libro a la tumba.
En el cementerio vimos lápidas sin inscripción y entendimos que la mayoría de estas personas esperaba a sus cónyuges. Pero si acaso te vas a llevar un libro contigo cuando te vayas, deberías llevarte Cómo ganar amigos, de Dale Carnegie…
[97]
No sabemos por qué la felicidad es tan triste. Tal vez porque vemos pedazos de cosas, como una mano o una mezuzá, y queremos la cosa entera.
Mi madrastra Francesca ya tenía noventa y tres años y sus ojos habían perdido fuerza. Apenas podía distinguir —y sólo con mucha dificultad y con lentes especiales— formas muy grandes, y no obstante jugaba bridge. Llevaba las cartas muy cerca de sus ojos. Al mismo tiempo hablaba muy emocionada con la Sra. Shtiasny y la Sra. Minoff de una cosa u otra.
Lo que no veía, lo sentía, y lo que no podía sentir, lo imaginaba, y nunca dijo (o pensó) que algo faltaba. Si hubiera escalado el Himalaya, los Rishis la habrían cargado en alto en sus palmas y habrían quemado incienso a sus pies.
Lo que nos molestaba era su forma de hablar siempre sólo de asuntos prácticos. Pero éste es uno de nuestros defectos.
[98]
Hay personas que devuelven la Divina Presencia en Tel Aviv cuando fuman cannabis. Un nubarrón flota sobre esta ciudad de pecado, y todo en un santiamén queda perdonado.
La gente que suele ser muy aguda (periodistas, etcétera) considera un reto distinguir un cuchillo de un tenedor, pero un espíritu benévolo entra en sus huesos, y en el transcurso de una hora o dos olvidan (algo tan impropio en ellos) todas las maneras decentes de comportarse.
Conocimos a un hombre que tenía un nombre y un apellido modernos. Algo como Yaron Yar-Ad o Ran Ziv-Or (en la época de las sandalias de kibutz que costaban cuatrocientos shékels). Tenía una alta conciencia política y, por consiguiente, pedía a veces sashimi en el menú del mediodía. Ahora (bajo su nube de hachís) ama hasta a los colonos.
Necesitamos revisar en Génesis qué día Dios creó las hierbas (en estos momentos parece demasiado difícil de recordar) y ofrecer una oración de acción de gracias.
[99]
Hay gente en cuyo cuerpo siempre se puede encontrar cannabis, y no necesitan mezclarlo con tabaco y encender un cigarrillo, como ese mismo pariente lejano (nacido en 1921) al que llamábamos Tío Shamu.
Primero, saltó de un barco de inmigrantes ilegales en el mar, frente a la costa de Cesarea, con un sombrero de ala ancha en su cabeza.
Segundo, de inmediato trabó amistad (tras dos o tres días) con una viuda árabe a la que había conocido en Jaffa y se instaló en su casa. Esa viuda en su momento se convirtió en la única persona capaz de hablar húngaro clásico en todo el mundo musulmán.
Tercero, vendió plumas fuente con tapas hechas de oro. Se consiguió una tiendita en la frontera entre Tel Aviv y Jaffa y colocó encima el letrero «Plumas Shamu».
Cuarto, se fue a una mezquita envuelto en un talit.
Pero, sobre todo, cuando recorría el camino (de Tel Aviv a Jaffa, ida y vuelta) sus zapatos tenían la altura de las ventanas de arriba y su sombrero de ala ancha rebasaba los techos.
[100]
En términos generales, lo que flota flota. No hay nada que hacer al respecto. Las noticias están divididas en componentes gramaticales. Sílabas aquí y consonantes allá. A veces oyes, como si fuera checo, una palabra con diecisiete consonantes.
Cada mujer abre los brazos. Sábanas blancas ondean en la brisa. De repente llega el doctor Semmelweis (descubridor de las causas de la fiebre puerperal). Tomas un espresso y piensas en una ensalada de repollo. Los signos hebreos de entonación son homosexuales. Vas al Home Center y pides audífonos y te dan aves. Es como si fluyera el agua bajo las calles. Ves los rayos del sol, uno a uno, como un dibujo infantil. Nadie es más adorable que el plomero. Yoel Hoffmann es una marca de talco. Oyes al almuédano por todas partes.
La tarde es la mañana, aunque sea de tarde y la mañana sea la mañana, y no obstante no nos confundimos.
[101]
Aún no hemos hablado de las grandes teorías de la humanidad. A veces el espíritu gira sobre sí como un torbellino en el mar, y el alma se hunde.
Algunas personas no se doblan ante nada. O ruegan a lo que está más allá del mundo que venga y las salve.
Quien vaya al infierno va al infierno. Quien es salvado es salvado. ¿Qué sabemos? Tal vez mucho más allá del mundo, en un lugar al que la luz de las estrellas más antigua no ha alcanzado, un Oso de Peluche está sentado sin que nadie sepa. O un narciso. ¿Quién no se embriaga con su perfume?
Ahora podemos revelar un profundo secreto a los lectores de este libro, pero no tienen derecho de revelarlo a los lectores de otros libros.
Los pies se siguen uno al otro. Las manos parten el aire. La boca se abre y se cierra. Los órganos internos se expanden y se contraen, de acuerdo a su índole. Lo que está fuera se queda parado o camina.
Las oraciones se oyen por todas partes, ya sea que alguien las recite en voz alta o no. Las ranas sólo se necesitan a sí mismas. Los juncos del pantano conocen la dirección correcta.
Y porque estas cosas se estipulan aquí, es un prodigio que este libro se venda por tan poco.
[102]
Aquí nos gustaría presentar a un nuevo personaje. El dueño de calle Nahalat Shiva 7, en Tel Aviv.
Le dieron su nombre uno o dos días después de que naciera. Prepararon albóndigas y recibieron a los invitados. Sacaron la cristalería de la vitrina.
Cuando creció tomó el tranvía y en el Gymnasia llevaba puesto un sombrero con visera. Ahora que está viejo gime cada vez que baja escaleras.
Éste es el hombre. Su vecina del edificio contiguo (el número 9) conviene mejor a este capítulo. Los lectores pueden ver (si se esconden en el patio) cómo baja las escaleras para sacar la basura. Cuando vuelve a su apartamento coloca diferentes ollas sobre la estufa.
Estos dos, concuerdo, son personajes menores. Pero son importantes personajes menores.
[103]
Las palabras «falsificación de documentos corporativos» nos asustan. Tal vez también cometamos semejante crimen. Por otro lado, libros como éstos difícilmente pueden considerarse documentos corporativos y hacemos todo lo posible para no mentir. Lo evidencia el capítulo anterior.
Otros escritores mienten todo el tiempo. Juguetean con nombres y cambian las fechas y demás. Nosotros, en cambio, sólo mentimos respecto a las chicas con las que estábamos encaprichados en quinto y en sexto grado, porque ahora están casadas (aunque algunas sean viudas) y ya hemos visto cómo se quedó viéndonos el marido de una de ellas.
Los escritores deberían ser enjuiciados no por cosas como éstas sino por infligir aburrimiento. Debería haber una cláusula así en el código penal. Nosotros a veces también somos culpables de esto.
Imagina un instante que nos culpen de infligir aburrimiento a nuestros lectores y que nos arrojen a la cárcel y estemos sentados ahí en medio de las familias criminales. Pensándolo bien, es mejor que estar sentados en elegantes librerías de Tel Aviv como el Ratón de Biblioteca.
[104]
Aquí podemos narrar las taimadas actividades de la Sra. Shtiasny y su esposo italiano y la Sra. Minoff y mi madrastra Francesca, y cómo viajaron a la Pensión Rukenshtein en las colinas de Safed.
En esa época nadie recorría en taxi más de unas cuantas calles, y aun así, sólo cuando hubiera algo terrible de por medio. No obstante, se fueron en taxi, algo que causó revuelo en el hospicio de ancianos austriaco. (Fueron acusados de ser altaneros, despilfarrar y cosas así).
A modo de castigo del cielo (así lo vieron los demás), el esposo italiano de la Sra. Shtiasny casi se cayó del taxi al tratar de azotar la puerta cuando éste rodaba. A la fecha, algunos de los ancianos árabes de Acre recuerdan el espectáculo prodigioso de un taxi pasando por la Ciudad Antigua y la puerta trasera abriéndose de repente y un judío alto arrojado de él cual obús disparado por un cañón mientras dos mujeres lo sujetaban por las piernas y lo jalaban de nuevo hacia adentro.
En el Crucero de Meron, la Sra. Minoff trató de azotar la puerta descompuesta y lo mismo volvió a ocurrir. Es decir, la puerta se abrió de par en par a causa del viento y la Sra. Minoff salió disparada y fue detenida por la Sra. Shtiasny y su marido italiano.
En la pensión en sí el marido italiano de la Sra. Shtiasny sufrió un episodio de sonambulismo y andanza en la habitación de la Sra. Minoff. Pero ya hemos aludido a esto en otro lugar.
[105]
Este incidente con el taxi permite que los lectores aprendan la diferencia entre fabricación (lo que llamamos ficción) y vida.
En literatura (es decir, fabricación), el incidente de la puerta de taxi abierta sólo habría ocurrido una vez, porque el autor sólo quería renovar la fe de los lectores en el realismo de la narrativa. ¿Pero en la vida? La vida está llena de grandes prodigios, y cosas como éstas ocurren dos o tres veces, para consternación y desaliento de escritores de inclinación realista.
Y otra cosa. Un escritor realista no habría mencionado a mi madrastra Francesca, ya que no estuvo realmente involucrada en estos sucesos. ¿Pero en la vida? En la vida se sentaba al lado del conductor (cuyo nombre era Abramov) el viaje entero, y las puertas delanteras del taxi estaban en perfecto estado. No se mencionan detalles como éstos en las historias.
[106]
Y otra cosa. Hemos oído hablar de estudiosos de la literatura, pero no hemos oído hablar de estudiosos de la vida. Es decir que la gente estudia una cosa u otra (como los tejidos o la conducta). ¿Pero la vida?
Los estudiosos de la literatura, por ejemplo, deambulan en el interior de la vida. Tal vez uno necesite examinar la vida desde la perspectiva de esos estudiosos. Una vez conocimos a un estudioso que tomaba medicinas por diferentes enfermedades. Necesitamos llegar a la raíz de todas las enfermedades para entender la vida, y no examinarlas una por una. Tal vez sean una grieta abriéndose entre el alma viviente y la corteza que la rodea.
A veces los estudiosos de la literatura organizan comités y allí puedes ver destellos (como el parpadeo de la aurora boreal) de cosas muy tristes. Una corbata. Lápiz labial. O el orden del día del comité abandonado en el pasillo después de que se fuera todo el mundo.
[107]
A la fecha seguimos sin entender por qué arriba de la carnicería de una aldea galesa dice carnicero de familia. Tal vez se refiera a una tienda común (que les vende carne a las amas de casa). Sea como sea, leemos el letrero como si fuera la tienda de alguien que masacra a familias.
Y a propósito de carniceros. En la Nazaret árabe vimos un letrero en el escaparate de un carnicero donde estaba escrito hablamos noruego.
Letreros como éstos nos levantan los ánimos. Como los nombres de los bancos en Portugal y España: banco espirito santo o incluso el letrero yosef azriel abogado y notario público. Una vez en Herzliya, al lado de la carretera, vimos un letrero grande que decía funn & co.—correduría en bienes raíces.
En términos generales, el gobierno debería poner letreros en todo. Deberían colocar el rótulo casa en cada casa y árbol en cada árbol y así sucesivamente. De esta manera nos orientaríamos mejor. Tal vez debería enviar un avión al cielo y escribir, con humo blanco, la palabra mundo.
[108]
Nos gustaría recomendar Undencil. Se trata de una excelente crema fungicida (para la piel irritada). Puedes aplicarla entre tus dedos de pie o en el área genital y la comezón desaparece instantáneamente.
Si lectores pueden darnos consejos sobre cómo tratar la irritación de vejiga, se lo agradeceríamos. Pueden escribirnos a través de la editorial o el municipio de Ma’alot y las cartas serán transmitidas. Igualmente podemos recomendar a los lectores cómo bajar su presión arterial gracias al espíritu humano (no aquel que se cierne sobre la faz de la tierra).
En términos generales, los autores deberían hacer muestra de más generosidad hacia sus lectores. Pero generosidad real. No como en ciertos lugares, donde las computadoras están atiborradas con las fechas de cumpleaños y escupen bendiciones el día indicado.
Nos gustaría abrazar a todos nuestros lectores. Hombres, mujeres, los ancianos y niños.
[109]
Porque, ¿qué será el hombre, si no el Tío Shamu? ¿Acaso no todos, de una manera u otra, llevamos puestos un sombrero de ala ancha y saltamos al mar?
Deberíamos llamar todas las cosas por su nombre de pila. Todos los perros. Todas las ranas. Todos los árboles. Una vez nos apiadamos de una calabaza que el jardinero quería arrancar y la llamamos Simcha.
¿Cómo es posible que caminemos debajo del cielo y tengamos no obstante un inconsciente? No creas estas mentiras. El mundo es amplio y ancho y no tiene medida. Y todo es revelado.
[110]
Uno es fuertemente tentado con terminar el libro con estas palabras, pero necesitamos cuidarnos de una franqueza excesiva.
No queremos escribir (como los místicos) cosas que desprendan un olorcillo a mojigatería. Tratamos de escribir una suerte de horario de trenes.
O un manual del usuario. El tipo de cosa que entregan con aparatos (como teléfonos celulares u ollas de presión), con instrucciones acerca de cómo operarlos. O algo como el Kama Sutra.
Es cierto, todo es revelado. ¿Pero cómo es revelado? Es revelado bajo la forma de cierta mujer, u otra mujer, y en todos tipos de colores y todos tipos de ropa y tipos de clósets, y todo esto es interminable.
Una vez, en una posada campestre, en Irlanda, esperábamos que nos llevaran el desayuno y no llegó nadie. Tras alrededor de una hora fuimos a la cocina y encontramos al dueño profundamente dormido en una silla con una botella de whisky frente a él en la mesa l
Traducción de Olivier Tafoiry, a partir de la traducción
del hebreo al inglés de Peter Cole