Poemas / Hamutal Bar-Yosef

    

     Obsequio

    

     Tenía yo nueve años cuando decidí hacerle un regalo a mamá en su cumpleaños, hacerlo sola, y por lo tanto en secreto, algo que yo pueda,

     algo que haya hecho yo misma, darle la sorpresa,

     que le guste, que le dé una alegría.

    

     En secreto cosí un pañuelo, una servilleta, un paño, algo parecido a una billetera.

     En secreto corté la manta de la muñeca en tiras multicolor

     y las cosí en punto perro y punto atrás que habíamos aprendido.

    

     Mamá recibió de papá un broche de plata de Bezalel,

     de filigrana, con forma de montañas gemelas.

     Ella lo colocó entre sus senos, sobre el vestido azul.

    

     Acerca de mi regalo dijo: Hubiera sido mejor hacer uno grande.

     Más de cincuenta años me duró el impacto. No supe qué responder.

     «Hubiera sido mejor hacer uno grande», fui entendiendo.

    

     Ella murió hace pocos años sin que lo hayamos hablado.

     Pero hoy me enteré que dentro de poco me reuniré con ella y le diré:

     Mamá, eso es lo que hice. Es lo que pude.

    

     Un pañuelo, una servilleta, un paño y algo parecido a una billetera.

    

    

     Una vieja canción

     y 12 reflexiones sobre la paloma

    

     Una paloma salvaje abre su pico en el siroco

     junto a los residuos de carne que dejó el perro.

     Picotea, picotea, con las hormigas

     como un halcón más.

    

     1

     Eras un encanto

     cuando tenías pestañas temblorosas

     y un cuello delicado

     y toda cubierta en plata

     pura.

    

     2

     ¿Has sido más que nada un ángel?

     Es cómodo

     agitar así

     la somnolienta mano

     shalom, paz.

     ¿Por qué quisiste salir por la ventana?

     ¿Querías traer a casa una condecoración?

     ¿Te atrajo el azulado desierto

     semejante a la pureza?

     ¿Quisiste desmayarte de absoluto?

    

     3

     Tu piel es demasiado blanca.

     El sol de Jerusalén

     te acariciará un día entero.

     No podrás dormir una semana

     por las quemaduras.

    

     4

     De dos en dos salieron del arca

     pestañeando.

     No se apresuraron a depredar.

    

     5

     Has demostrado que el diluvio no destruyó

     las raíces de olivo.

     Las raíces del mal están más profundas en esta tierra.

     ¿En qué manzana sodomita haces el amor?

     ¿Y sobre qué construyes?

    

     6

     Construir un nido

     cuidar a los pichones

     del búho

     del águila

     del rayo

     de la abeja

     del mal de ojo

     de la epidemia

     de la plaga de primogénitos

     de la muerte en guerra

     de otras palomas

     de sus hermanos pichones

     y de sí mismos.

    

     7

     Y la tierra está llena de hormigas

     negras, blancas y que escriben,

     algunas vuelan, otras hacen hormigueros.

     Entra, extenderán sobre ti sus alas,

     participarás de su envenenada charla

     buscando familia.

    

     8

     Cuenta cuántos te han quedado en casa.

     Aprende a gritar.

     Querrás vengarte.

     Tu garganta se fortalecerá y endurecerá.

     Tu voz se hará grave.

    

     9

     Decían que conservó la imagen aploma

     incluso en la sala de emergencias, pese a

     las radiaciones, las agujas y todo lo demás.

     Otros contaban de los gritos

     precisamente después del tratamiento.

    

     10

     ¡Sal ya de ti misma, paloma consentida!

     Sé original de pico lacerante.

     ¡Baila al nuevo ritmo!

     ¡Alíate a una fuerza de consuelo!

     Vota con la cabeza contra la pared

     así

     te han enseñado a confiar sólo en la locura.

    

     11

     Y ahora enciende el televisor:

     mujeres de todo el mundo te condenan

     gritan a coro arabieh falastin.

     Son más jóvenes y más nobles de alma que tú.

     Allí estás tú, como en un espejo parlante,

     hablando sobre paz y amor con voz ronca

     picando, picoteando, un halcón entre halcones.

    

     12

     Cuando me senté en las cálidas escaleras al viento,

     el aire lleno de semillas de diente de león,

     el perro echado a mi lado satisfecho y acariciado,

     y una paloma salvaje, de pico abierto,

     mueve con él el plato de lata

     muy cerca de mí.

    

     El tiempo

    

     ¡El tiempo! El tiempo que te lleva entender

     que ello sucedió.

     Que no hay, que no está, estuvo y ya no está.

     ¡Está muerto, muerto! Y no resucitará.

     No aparecerá con displicencia.

     No sorprenderá retornando imprevistamente.

     Es tiempo de veneno

     adentro y afuera.

     Tiempo de morir todo el tiempo.

     Tiempo de que todo sea piedra

     grande, gris, sospechosa, conspiradora.

     Tiempo de ser ciego a las diferencias

     entre los matices de rosa,

     tiempo de ser sordo al aullido del gatito callejero

     y al grito del pichón de cuervo desmayado.

    

     Tiempo de decidir sobrevivir.

     Con los dientes. Con las uñas.

     Tiempo del grito acallado. Tiempo de sangre.

    

     ¿Cuánto, un año? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil?

     A mí me llevó treinta.

     La segunda vez sólo diez.

     Después comencé a vivir,

     a amar, a escuchar.

    

     Si logras recordar

    

     Si logras recordar cómo me diste de comer

     mitades de cerezas de tu boca

     con la habilidad de un actor de cine

     y cómo al cabo de un año te propuse probar

     la tibia leche que emanaba de mis pechos duros

     y cuál fue la expresión de tu rostro cuando lo hiciste

     y cómo comiste y elogiaste el primer arroz mal cocido

     y el pollo cocinado con sus vísceras el primer otoño

     cuando comimos mi primer comida previa al ayuno*

     y cómo me compraste con las primeras regalías

     un vestido de gamuza gris y guantes de gamuza violeta

     y cómo a escondidas y en cuotas te compré

     la bata de lana con el cuello chino

     y si logras recordar mi tapado de cuero

     y el pantalón pijama celeste tuyo

     que extendimos en el jardín del hospital entre arbustos no muy altos

     cuando me escabullí a visitarte de noche porque habías

     llamado para decir que tenías necesidad

     y yo ya era madre de cuatro hijos

     y cómo volviste a casa de la reserva en plena noche

     y qué feliz y orgullosa estaba yo de que fueses mío

     y si logras recordar cómo pusiste tu cabeza en mi regazo

     y cerraste bien los ojos frente al lago que rutilaba entre los árboles

     en el banco en la avenida enseguida después de firmar el contrato

     y entendí que ahora eras realmente feliz

     y si logras recordar cómo te retuve con todas las fuerzas

     que pude juntar en mi enclenque cintura

     mientras gemías en la bañera con el llanto de un oso herido

     y cómo aferrabas mi hombro y mi preñado vientre en el funeral de mi padre

     y que me había puesto el vestido al revés y no podía dejar de llorar

     y me perdonaste heroicamente las mentiras y las actitudes vengativas

     y si logras recordar la espinosa planta de zarzamoras

     que se empeñó en crecer pese a que los obreros le echaron cemento

    

     entonces recuérdamelo, por favor

     porque tiendo a olvidar cosas últimamente.

    

     Versiones del hebreo de Yoram Weinstein

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