San José de los Reynoso, Jalisco. 1987. Es licenciado en Filosofía y Letras por EDYCUSAM.
Sabe que tarde o temprano llegará el momento pero prefiere atrasarlo. La cama aún viste las sábanas de aquella noche, se aferra a ellas y al poco olor que guardan. La almohada tiene sobrepuesta la piyama que necesitó quitarle antes de ir al hospital. Se da cuenta de que otra vez no ha dormido porque el amanecer se cuela entre la persiana. El gato brinca al colchón, se acerca para asegurarse de que respira y lame su nariz.
Escucha ruido de llaves y la puerta abriéndose. Tienen que ser las ocho o poco antes. Laura da la primera vuelta del día para revisar que todo esté bien, que él y su sobrino, como ella llama al gato, sigan allí. Sirve el desayuno de ambos, hoy no entra hasta la pieza, sólo grita al salir:
—Luis, regreso a las dos, llámame si ocupas algo.
El gato va a la cocina y regresa. No se lame como acostumbra al terminar su almuerzo, lo ve a los ojos y maúlla. Él lo ignora y el animal le muerde el tobillo. Repasa los ruidos que hizo ella y no encuentra el de la pala aseando el arenero. Se levanta. Entra a orinar al baño. Allí siguen los dos cepillos de dientes, las dos toallas y la loción que él le regaló. Cierra los ojos, decide terminar así.
El gato espera paciente, detrás suyo, como si hiciera fila. Él termina y anuda la bolsa con los desechos.
La violeta de la cocina está floreada, por años estuvo solamente verde y hoy, llena de pétalos morados.
—Voy a tirar esa planta.
—¿Por qué? ¿Qué te ha hecho?
—Pues no da flores, allí está nomás robando espacio.
—Déjala. Menos va a florear si siente que no la quieres.
—Hay que cambiarla por una suculenta.
—La cambias el día que yo me muera.
Lo escucha en su cabeza, lo escucha como si fuera ese momento. Bebe el café que Laura dejó sobre la mesa, también come un poco de fruta. Su estómago se retuerce. Toma el pastillero, quedan tres dosis, lo regresa y resuelve quedarse despierto.
El salvapantallas de la computadora muestra una fotografía de los dos en la sierra, parece Tapalpa o San Sebastián, no lo recuerda bien. Desliza la puerta del clóset donde está la caja fuerte. Teclea. 0-7-1-5-1. Abre y saca la carpeta azul que juntos habían colocado en el compartimiento de arriba. Están los dos sobres. Toma el que tiene escrito su nombre, el otro lo destruye como acordaron. Levanta la pestaña y saca la hoja:
Querido Luis:
Sírvete un whisky, del fino que te regalé en Navidad (y si no lo hice, abre la mejor botella que nos quede), usa uno de los vasos finos que compramos en Chicago, esta es una ocasión especial (pero no se te olvide secarlo cuando lo laves para que no se le marquen las gotitas de agua). Siéntate en tu lugar del comedor y en el mío coloca un pedazo de chocolate para que el gato llegue a mordisquearlo y te acompañe.
Sabíamos que a alguno de los dos nos tocaría abrir el sobre, lamento que sea a ti porque más de una vez me advertiste que no querías hacerlo. Pero no te preocupes, también esto pasará.
Sé que todos los papeles, aunque estén ordenados, van a ser un dolor de cabeza. Le pedí a Martha que te ayude con todo y va a esperar hasta que tú la busques para mover las cosas, es la única condición que tiene y lo va a hacer porque, de lo contrario, pierde el derecho a cobrar honorarios. Así que si ella te busca no le pagues nada.
También, tendrás que ir a firmar unas tres o cuatro veces a mi trabajo. Hazlo, yo sé que no te falta dinero, ni te interesa, pero no les dejes nada de lo nuestro a esos cabrones. Acuérdate de los fines de semana que les invertí en lugar de pasarlos contigo.
¿Sabes qué llevo? Nuestros viajes. El que más atesoro es el que hicimos a Cuatro Ciénegas. ¿Te acuerdas? (Dejé una carpeta con fotos en el escritorio de la computadora por si quieres verlas, mis favoritas son las que nos tomamos en los sereques). Al regresar supe que nosotros seríamos como ese paseo: vientos fuertes, vinos, caminatas, sabrosa comida, pozas profundas y nieve al final. Lo recorrimos de la mano y al terminar pasaste a dejarme en casa, porque así debía ser. Ahora nuevamente es momento de que lo hagas.
Te amo, Héctor
Toma el último trago de whisky. Enjuaga el vaso y lo deja escurriendo en el fregador. Enciende la computadora. Abre la carpeta. El gato lo sigue y brinca a sus piernas.
Pasan las dos de la tarde. El sonido de la lavadora ocupa el silencio de la mañana. La casa huele a lavanda y el aire corre entre las ventanas abiertas. El gato duerme sobre el sillón. Laura llega a la puerta, trae comida para los tres, decide guardar su llave y toca el timbre.