Estudiante de Letras Hispánicas (UdeG)
…y sus espadas
¡Cuidado con Lautréamont y sus espadas! Un descuido y te verás desnudo y arrodillado frente a él, siendo juzgado por su implacable espada de diamante. ¡Nunca le des la espalda, ingenuo!, pues en el momento menos pensado sentirás su puñal enterrado en tu pulmón. Él ama la sangre y la muerte. Él ama verte caer. ¡Vigila sus movimientos! Aunque te parezcan elegantes y graciosos, en ellos oculta sus estocadas. ¡Escucha con atención! Mantén tus ojos abiertos pues tú no querrás bajar la guardia cuando Lautréamont desenvaine su pluma y su lengua, las más peligrosas de sus armas.
…y la sangre
La sangre sube en oleadas, bulle en la cabeza de Lautréamont, y de su frente brota como en una fuente roja. Cada gota salpicará un pecho humano, cada gota se clavará en un ser y permanecerá imborrable para siempre en el mismo sitio. Cuídate de ser quemado por el hombre de sangre fría más ardiente del mundo.
…y Dios
Lo detesta y Él lo sabe. Lo limita, y Lautréamont lo sabe. Los dos seres más creueles de esta realidad combaten de potencia a potencia. El conde lanza como misiles teledirigidos sus insultos, que restallan en las puertas del cielo con más fuerza y luz que fuegos artificiales. Se oculta y espera, pues está seguro que en cualquier momento un rayo entrará por su ventana buscando su frente. No le preocupa; las victorias no se producen solas, es necesario derramar mucha sangre para producirlas.