La esfera protege… ¿de Borges? / Abigail Hernández

Estudiante de Letras Hispánicas (UdeG)

Parada tras los cristales de una cúpula miro a lo lejos: dos perfectas naranjas cuelgan de la copa de un árbol que elegantemente se yergue junto a las hojas goteadas de lluvia de una palmera, alrededor rocas, moras, melones, frambuesas, cuevas, nidos, y a mi lado, sobre mi mesa redonda, reposa orgulloso un cuento de Borges: “Las ruinas circulares”.
    Seguramente viene a nuestra mente el espacio ideal para una tarde de divagaciones y charlas filosóficas que resultaran en vacíos existenciales irreparables. Sin embargo, es necesario aguzar la vista y afinar el tacto para prestar atención a los círculos,  las esferas, los fenómenos cíclicos… nos encontramos, pues, ante la figura geométrica por excelencia,  la simetría por excelencia, la más recurrida, la casi perfecta existencia.
    Y es justamente en la esfericidad borgeana en la que nuestra rueda se debe detener e introducir para la pseudodeconstrucción de su cíclico mundo.
    “Las ruinas circuilares”, como su pretexto lo anuncia, es un cuento en el cual resaltan sobre todas las cosas las figuras redondas y los fenómenos de repetición circular casi ofensiva. Encontramos a un hombre que sueña con otro hombre, quien cuenta con habilidades monstruosamente parecidas a las suyas, para llegar a la conclusión de que él también es un sueño de otro hombre que quizá tenga las mismas habilidades que él.
    Pero, además de tener una estructura circular, es muy rico en elementos esféricos, tales como el recinto circular, el anfiteatro circular, el disco de la luna, y algunos elementos que sugieren formas circulares como el ciclo del agua, representado en el cuento por la presencia del río o la selva y ciénega que se ven como una gran esfera producida por las copas de los árboles entrelazadas.
    Vemos, entonces, la importancia de los círculos para Borges y para el mundo, un mundo circular y rebosante de sistemas, desde el sistema circulatorio y el digestivo hasta sistemas sociales complejos y conductas aprendidas por la educación, que se convierten en sistemas cíclicos de suma importancia para el sano funcionamiento de la vida. Sistemas que se siguen por rutina, pero cuando la rutina pierde la “t” queda la ruina: “las ruinas circulares”, y nos encerramos, como en un absurdo, en la imposibilidad de escapar de los círculos inherentes de la vida. De manera que llegamos a ser una clase de mora: cículos que se unen para formar una gran esfera, un complejo, un todo.
    Así, percibimos un mundo de simetrías perfectas incrustadas en una fábula confusa y una trama aún más confusa, pero en la que fácilmente se percibe que las esferas protegen, no sólo del ambiente en movimiento en condiciones difícilmente idóneas para la supervivencia de los seres, sino también de los errores de sustancia a los que se exponen los autores en cada obra artística producida, así que sólo nos queda la posibilidad de cometer errores accidentales, pero de su juicio es mejor que se encargue el lector.
    Por otro lado, en su interior brillan los sueños, que no son simples ensoñaciones, sino verdaderas creaciones llenas de vida y de habilidades para crear nuevos seres creadores. Sueños en los cuales se guarda el fuego sobre los brazos y se tocan los corazones que crecen día a día, sueños en donde no hay presencia heroica del soñador. Sueños en los cuales se es un sueño y nada más. Somos,  entonces, un sueño cuyo sueño también sueña.
    Así que los sueños  son esferas, la realidad es una esfera, Dios es una esfera, la vida es una esfera, la esperanza es una esfera, el amor es una esfera, la naturaleza es una esfera, la literatura es una esfera, todo es una esfera.
    Ahora sólo me queda preguntar si las esferas son algo más que un sueño.

 

 

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