Nepal se ubica cerca del cielo, en las montañas del Himalaya, en la cúspide del mundo. Rodeado por China e India, es la sede espiritual de la Tierra.
Sus habitantes profesan principalmente el hinduismo, aunque tienen una profunda tradición budista porque en esa tierra nació Siddhartha Gautama, más conocido como Buda, en el 483 antes de Cristo.
La niebla del incienso elaborado con más de trescientas hierbas envuelve las ciudades nepalíes.
El aroma de gardenia, clavo y loto se suspende en el ambiente. El humo es enviado al universo para entrar en contacto con los dioses.
Se esclarecen las sensaciones. Se aguza el oído. La experiencia de trascendencia es constante, en ello estriba su magia.
Sus caminos diseñados entre templos milenarios veneran a los monos, a la fertilidad y a la expansión de la conciencia.
Frente a la arquitectura mística transitan en calles derruidas y sin sentido motociclistas, ciclistas, taxistas, camiones, caminantes, vacas y primates.
Sus habitantes con cubrebocas se protegen del polvo que desprenden los edificios colapsados por el temblor de 2015, que dejó más de ocho mil muertos.
El mapa del ir y venir de su pueblo transcurre en el caos citadino, entre el ruido de los autos, los rezos, las campanas y la vendimia. Entre colores rojos, naranjas y blancos. Mientras cae la luz del sol, ellos llevan otra cadencia y otros sueños.
Nace otra realidad. Somos otros. Nos entendemos en cinco elementos que constituyen al mundo: fuego, aire, tierra, agua y éter. Lejos del mundo occidental.
En Katmandú, la capital de Nepal, a las afueras del templo hinduista de Pashupatinath y a orillas del río sagrado Bagmati se realiza el rito funerario de la cremación.
La familia envuelve a sus muertos en aceites aromáticos, sábanas blancas y flores anaranjadas. Los coloca luego en la hoguera.
El cuerpo, ya en cenizas, se deposita en el río para que lleve al alma a reencarnarse con el cosmos.
El cabello retorna a los matorrales, la piel a la tierra, la carne a las aguas, la sangre al fuego, los tendones a las raíces, los huesos a la madera, los ojos al Sol y la Luna y el aliento al viento. El alma se desprende del cuerpo en forma de humo
Imágenes de la serie Ensayo sobre la luz. Capítulo Nepal. Katmandú. Bhaktapur. Lumbini. Pokhara. 2016. Fotografía digital.
Las fotografías de Rafael de Río nos invitan a viajar, a saltar al vacío, a exponernos al mundo bajo una nueva manera; a caminar nuevos horizontes que brillan bajo una luz distinta. Por sus imágenes creamos vías luminosas y paisajes en la memoria, a veces lejos en la geografía pero quizá más cerca en los ritos y símbolos de nuestra identidad.
Texto de Adriana Navarro
Rafael del Río (Guadalajara, Jalisco, 1971). Fotógrafo documental y experimental, especializado en ensayos fotográficos de problemáticas sociales, arte y cultura. Ha colaborado en medios de comunicación nacionales y extranjeros desde hace 25 años.
www.rafaeldelrio.com / Instagram: @rafadelriofoto
Adriana Navarro (Guadalajara, 1980) es periodista. Ha trabajado en CNN México, El Informador, Mural; Radio, Gaceta y Canal 44 TV de la UdeG; El Diario NTR, Este País, y One Earth.
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