(Guadalajara, 1972). Textos suyos aparecieron en Alguien aquí que tiembla. Celebración poética de mujeres (Ediciones Sin Nombre, 2021).
La poesía de David Huerta guarda la potencia de una semilla a punto de abrirse a la vida, y escucharlo es un acontecimiento. Su voz queda contrasta con la palabra incendiaria de su poesía. Huerta, ganador del Premio fil de Literatura en Lenguas Romances 2019, me abrió las puertas de su casa una mañana increíblemente soleada del otoño capitalino. Sentado en su sillón verde y acompañado por viejos cojines que parecen tejidos por manos antiguas, el poeta compartió su pensamiento y su amor por el lenguaje.
Para iniciar, me gustaría que nos hablara del origen de la poesía.
El autor portugués Nuno Júdice escribió: «Es verdad que las palabras no nacen de la tierra ni traen consigo el paso de la materia, pero sirven de alimento a otros que las leen como si en ellas estuviese toda la verdad del mundo». Para David Huerta, ¿dónde nacen las lenguas? ¿De dónde vienen las palabras que hacen la poesía y qué mensajes guardan?
Nuno es un contemporáneo mío, nos conocimos en Finlandia. A propósito de tierra y palabras, nos encontramos no en su país ni en el mío, sino en tierra extraña, en medio de la hospitalidad de los finlandeses, quienes, a pesar de que habitan una tierra tan pequeñita, utilizan por lo menos tres o cuatro lenguas distintas, y eso me hace pensar en que en la lejanía y el aislamiento los obligan a pensar más ampliamente el mundo.
Las palabras, las lenguas, surgen con muchas fatigas a lo largo de inmensos periodos históricos. Ése es uno de mis temas favoritos, especialmente las lenguas romances, algunas de las cuales, como el falisco y el umbro, ya desaparecieron. Parientes nuestros que ya murieron: familiares de quienes hablamos español, quiero decir. Me llama mucho la atención que una lengua desaparezca y con ella muera una visión del mundo. No sé exactamente de dónde surgen las palabras, las lenguas son como los veneros de los ríos, nadie sabe exactamente dónde nace el Danubio, nadie sabe exactamente dónde nace el español. Aunque el español es una lengua neolatina y viene del latín, que es su venero, su proceso de conformación es larguísimo y llega hasta nosotros lleno de esmaltes de otras lenguas, como el árabe y, desde luego, las lenguas autóctonas, como el náhuatl. Las lenguas son mosaicos animados y tridimensionales que surgen a lo largo de inmensos procesos históricos y que se despliegan ante nosotros en su multidimensionalidad histórica. Las palabras, las lenguas, se convierten en los objetos más fascinantes del mundo. Son obras humanas y también grandes instituciones; probablemente el lenguaje articulado sea la institución más grande y compleja de la humanidad.
¿Qué nos dicen? Lo que tengan que decir en el uso instrumental de la lengua, mientras que el uso expresivo es otro, y ahí «Estas que me dictó rimas sonoras, / culta sí, aunque bucólica Talía…» tiene poco que ver con el lenguaje instrumental, casi nada, diría yo, porque expresa una dimensión del espíritu. Estos versos de Luis de Góngora son una realización intencionada y expresiva que tiene una finalidad estética, de estímulo a la vida de la mente, que me parece tan fascinante como el agua, o como el origen de las lenguas.
En ese linde voluntarioso entre el uso instrumental y el expresivo de la lengua hay una frontera. ¿En qué momento se atraviesa para llegar a lo poético? ¿Y qué sentido cobra en nuestra actualidad el concepto de frontera?
Cruzar esa frontera hacia lo poético es un acto de la voluntad. Suelen ser pobres las palabras para explicar procesos tan complejos como éste. Por otro lado, y por desgracia, dado el comportamiento de los Estados Unidos, las fronteras en los últimos tiempos dividen, separan, rechazan. Tristemente, para eso han estado sirviendo en los últimos tiempos, para que los sirios no puedan entrar a los países que deberían darles acogida y seguridad. Antes de la Primera Guerra Mundial, las fronteras estaban ahí pero no eran motivo de desconfianza o de ningún tipo de querellas; eso lo sé porque he leído sobre la vida del gran autor Jorge Luis Borges, porque a él mismo le llamó la atención, porque él vio el tránsito de aquel mundo casi sin fronteras y el mundo de hoy, en el que las fronteras enfrentan, enconan, por ejemplo, las viejas heridas entre México y los Estados Unidos. Compartimos esa frontera de cristal de la que habló Carlos Fuentes, que es tan frágil y en la que todo se ve.
Hay una frontera también en sentido figurado entre el lenguaje instrumental y el expresivo, y uno la cruza por un acto de la voluntad, pero de una voluntad jaspeada de interés intelectual, en una puesta en marcha de esa capacidad llamada imaginación para reconfigurar el mundo. En el momento en que decidimos cruzar esa frontera entramos al terreno de la literatura, a la que yo identifico con la poesía: para mí, la poesía no es un género, la poesía es la literatura, la novela y el teatro. Todo está incluido en la poesía. En Homero, el padre Homero, todo está: el drama del que viene el teatro, la narración de la que se desprende todo tipo de relatos, y están los hexámetros de bronce de la Ilíada y la Odisea, allí empieza todo para nosotros en Occidente.
Frente a los levantamientos en Chile, Bolivia y Colombia, o las elecciones en Argentina, ¿cuál es la importancia de la poesía en el complejo contexto latinoamericano?
La poesía cumple el papel que ha tenido siempre a lo largo de la historia: mantener viva la llama del lenguaje intencionado, del lenguaje expresivo que puede o no tener, según decidan los poetas, un mensaje político. A pesar de que las noticias pueden ser tan conmovedoras, tan estrujantes, como lo que hoy ocurre en Chile o las elecciones en Argentina, o todo lo que pasa en México, no hay nada más viejo que el periódico de ayer. En cambio, la poesía siempre nos trae noticias frescas y nuevas, aunque hayan sido escritas hace quinientos años, o hace dos mil. Es ahí, en la suprarrealidad menos directa, más profunda, más amplia, de horizontes más complejos. La poesía no tiene una utilidad inmediata, no tiene a su servicio tanques ni ejércitos. Las exigencias de la realidad son a veces sangrientas y opresivas, mientras que la poesía se sitúa casi siempre en el reino de la imaginación.
En la actualidad nacional, en un país de fosas, de azufre maldito, de niños en llamas y mujeres martirizadas, como alguna vez usted escribió, ¿la poesía nombra eso que ante el horror parecería que no puede ser nombrado?
Sí, exactamente es lo que hace la poesía. Esos versos que usted citó de mi poema «Ayotzinapa», que escribí en 2014, a petición del creador Francisco Toledo —a quien considero coautor de este poema—, buscan dar nombre al horror. Toledo me solicitó el poema para el Día de Muertos en Oaxaca, se lo envié y lo expuso maravillosamente en los muros negros del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, con un montón de veladoras. Cuando lo releo, después de todo lo que pasó en Iguala en esa noche maldita, pienso que el poema tiene un defecto: se llama «Ayotzinapa», cuando debería llamarse «México». Porque Ayotzinapa es un lugar muy pequeñito, esos muchachos que salieron de la Normal y a los que mataron y maltrataron e hicieron desaparecer en Iguala, nos representan a todos, es la tragedia de las víctimas que no terminan. En México a diario surgen heridos, vejados, humillados, insultados. El poema tiene ese defecto; por desgracia se llama «Ayotzinapa», pero en cualquier oportunidad que se me presente, como ahora, lo digo, ese poema debería llamarse «México», es un retrato de nuestro país, un país en el que la gente no está feliz porque pasa todo eso que dice el poema.
Luego de ser reconocido con el Premio fil de Literatura en Lenguas Romances, ¿cuáles son algunos deseos de su propia escritura? ¿Cuáles son sus deseos como poeta?
Los poetas somos muy vanidosos, queremos ser los más grandes genios que ha parido la humanidad. Por eso hablo mejor de mis deseos como alguien que trabaja con sus propios textos, y se reducen a uno: vaciar los cajones. Es una frase muy rara, la explico: tengo mucho escrito, y de lo que he escrito, sólo alguna porción muy pequeña se ha publicado. Tanto así que, cuando me pidieron libros, los pude dar porque estaban escritos ya, sólo tuve que ordenar los poemas y algunos ensayos y textos de reflexión y análisis que he escrito a lo largo de los años. Eso deseo, vaciar los cajones, conseguir que no queden papeles volando, como dice el son, «ojos de papel volando». Para mí, los papeles que andan volando por ahí en desorden, no revisados, no listos para la publicación, son mis preocupaciones, quiero ponerme en orden en ese sentido, a ver si lo que me queda de vida me alcanza para ordenar mis palabras.
[1] Entrevista realizada el 28 de octubre de 2019, en Ciudad de México, con motivo de la entrega del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019.