Seguir el mandato de la poesía. Elogio de David Huerta

Teresa González Arce

(Guadalajara, 1971). Uno de sus libros más recientes es La mala memoria (Universidad Autónoma de Querétaro, 2020).

En La música de lo que pasa (1997), David Huerta pide al curioso lector que traduzca y entienda la frase «Sharp as a razor blade», y agrega que no se trata solamente de que la palabra del poeta sea filosísima como una cuchilla, sino que la poesía sea un «filo para cortar el tiempo en dos pedazos de espejo, de sílaba o fuego, de ropaje caliente o de hospitalaria desnudez».

Años más tarde, en Canciones de la vida común (2008), esta idea sería formulada por una sombra a modo de consejo para el poeta, quien se queja de una confusión: la imposibilidad, explica, de que las palabras «digan lo que quiero decir». La respuesta que la sombra da a este lamento es la siguiente:

Busca en todos lados 
de cada palabra y aún detrás de ellas. Obedécelas.
Corta cada experiencia con el filo de cada una
y desata, como si fuera niebla, con tu mano escribiente,
las voces ocultas, los misterios
del ritmo, de la conversación y de los libros.

Once años más tarde, en un poema de Los instrumentos de la pasión (2019), el mandato poético emerge en un sueño: una ardua caminata a través de un territorio incomprensible que el poeta trata de recorrer, fustigado por una voz tiránica, tenaz e imperturbable ante la fatiga y el desfallecimiento del caminante.

Ya en la vigilia, el poeta confiesa ignorar si él y su guía llegaron a alguna parte. Sabe, en cambio, que tras ese recorrido cambiaron las noches y las mañanas. Intuye, también, que el territorio entrevisto en el sueño no estaba tan lejos como él suponía. Leemos en «Avances nocturnos»:

[...] Sospecho que esa Parte 
estaba y está dentro de mí,
siempre a la escucha de aquella voz,
de aquellas órdenes: «Camina, avanza
por la noche, no tengas miedo, lo estás
haciendo bien, yo te acompaño
y te digo por dónde».

David Huerta nació en la Ciudad de México, en 1949. Hijo del reconocido poeta mexicano Efraín Huerta, tuvo contacto desde su infancia con el ambiente literario del país. Estudió Filosofía y Letras Inglesas y Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde conoció a Rubén Bonifaz Nuño y Jesús Arellano, quienes le publicaron en 1972 su primer libro de poemas, El jardín de la luz (1972).

Fue sobre todo en su segundo poemario, Cuaderno de noviembre (1976), donde acertó a construir un mundo de introspección y libertad psicológica, de lucidez cotidiana y penumbra íntima, de sueño y paisajes alucinantes —con algo del versículo de José Carlos Becerra, un poco de la locura de José Lezama Lima y algo más del sonambulismo de Xavier Villaurrutia— que se proyectaría once años después en el universo inagotable y efervescente de Incurable (1987).

Las maravillas y desastres de lo que suele llamarse la vida diaria, por mucho que nos parezca menos constante o menos vívida de lo que sugiere la expresión, alimentan libros de Huerta como Historia (1990), La sombra de los perros (1996), El azul en la flama (2002)o —mírese bien el título— Canciones de la vida común (2008). Huerta, sin embargo, no se conforma con reproducir esa ilusión de cotidianidad. Como al bailarín de López Velarde, «los desvaríos de la conciencia y de la voluntad humanas le sirven de tramoya».

David Huerta es, como ensayista, un admirable cazador de analogías y concordancias. Profundo conocedor del Siglo de Oro, del romanticismo inglés, del modernismo hispanoamericano, de la poesía de Neruda y de Gorostiza y de las narraciones de Borges y de Rulfo, en El correo de los narvales (2006) y El vaso de tiempo (2017) tiende continuamente puentes entre unos y otros.

Al premiar a David Huerta, el jurado reconoce implícitamente a toda una generación de poetas mexicanos, aun con las disputas y diferencias que son propias de toda generación. Ésta, la de Huerta, es la que se formó tras el movimiento estudiantil de 1968; la que se reconoció a la vez en las universidades y en la calle; la que tomó caminos divergentes en la disyuntiva del infrarrealismo y el culturalismo; la generación de Jaime Reyes y Elsa Cross, de Coral Bracho y Ricardo Castillo, de Ricardo Yáñez y Francisco Hernández, de Mario Santiago Papasquiaro y Carlos Montemayor.

David Huerta ha sabido atender el mandato de la poesía, y seguir los pasos de todos esos autores y maestros admirados que conforman la misma materia de la que él está hecho.

Estas palabras fueron leídas por la autora el 30 de noviembre de 2019, como laudatio del ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019.

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