Zona salvaje / Marina Porcelli

A caballo entre la road movie y el relato de iniciación, la historia de Lía, la protagonista adolescente y manca de la novela Por el lado salvaje, de Nadia Villafuerte (Tuxla Gutiérrez, Chiapas, 1978), comienza en el sur de México, en un balneario llamado Paredón; de ahí se desplaza a Honduras —donde la chica vive con un biólogo travestido y después con un fotógrafo italiano— y luego regresa nuevamente a su país: esta vez al norte, a Tijuana, donde la encuentra el poeta Spiderman, y más tarde a Tamaulipas, a Playa Bagdad. Y, en esta trama compleja, la narración refiere permanentemente al cuerpo. Al físico, quiero decir, a las connotaciones de lo físico. Porque desde las primeras líneas, en las que se dice, de un modo hermoso, «el sexo es cuanto me une a la vida», hasta el momento final, en el que Lía, pensando en su brazo, sugiere que «ésta es la historia de una carencia», el libro va construyendo una variedad amplia de miradas y sentidos que indagan el cuerpo, lo exponen, lo tornan huidizo, deseable o sórdido: las piernas perfectas del travesti en Honduras, la mirada impúdica del fotógrafo Bardem —al que expulsan por pornógrafo—, la madre moribunda de Spiderman, son ejemplos de lo que refiero. Así, ya desde el vamos, el cuerpo es ineludible, es intenso, da cuenta de nuestro-estar-en-el-mundo. Pero lo que articula la novela es la voz de Lía, que inicia el relato y reaparece después en las páginas finales. El grueso de la historia está contada por los otros personajes, trata sobre lo que les ocurre a ellos, con quienes Lía convive temporal y tangencialmente. Ellos hablarán de la muchacha, abusarán de ella o la ayudarán. Desde sus sitiales despliegan sus mundos y, así, van desenvolviendo y presentándonos la trayectoria de Lía. Relatan el arrojo de la adolescente a una prostitución silenciosa, su ansiedad por seguir, a pesar de todo. Y acá, una salvedad: se ha señalado que es la misma voz la que construye a todos los personajes. Pero eso no es, necesariamente, un demérito. No, si está bien edificada la estructura integral de la historia, como es el caso de esta novela, en la que la textura de la prosa —sus ritmos, sus pausas, sus contradicciones— genera, sobre todo, una fuerte unidad, permitiendo que el relato fluya incesantemente. Por eso estamos ante una road movie, pero en la que la facticidad está articulada por los protagonistas, y ante una novela iniciática, en tanto Lía, al final, se re-encuentra. Vuelve a hablar. Alivianada, sola, sin saber a dónde se dirige, sin que eso importe ahora, llega a una playa. A un mar que se parece al del comienzo, pero que también es distinto al del comienzo: porque ahora es sólo su propio deseo el que la arrastra hacia allá.

Todos los que narran tienen en común la irreverencia, un permanente cuestionamiento hacia «las reglas sociales impuestas», el hartazgo, la abyección. Se trata de una zona salvaje porque todos habitan territorios sin amparo. Y donde redefinen constantemente su identidad —y acá otra vez el peso de lo iniciático. Los nombres siempre cambian, las nacionalidades se mienten, se alteran, y, así, la galería de situaciones se ahonda, se complejiza. El biólogo es Genaro y Glenda; Bardem confunde a Lía con Sera; Spiderman es el apodo del poeta; la manca también se llama Bonnie. Nada está fijo: todo es mutación, corrimiento, pliegue, y esta cadena enlaza otro de los tópicos centrales del libro, el que se explicita en la página 319: «¿Hay una historia? Si la hay, inicia varias veces».
     Que hace eco en la narrativa de Ricardo Pligia —Respiración artificial— y pone sobre la mesa otro de los temas claves de la novela, trabajado en el personaje de Bardem: la fotografía como un sitio que revela lo que no se quiere ver, lo que oficialmente no se dice o no se debe mostrar. La fotografía como la otra Historia. Así, con mayúscula. Y esto, sugiero, es también una de las intenciones soterradas de Por el lado salvaje. Lo que Villafuerte parece estar diciéndonos es que la literatura no refleja, sino que la literatura representa, en este caso una realidad fragmentada, arrasada por el abuso y la violencia, en la que «de hecho, esta historia comienza cuando termina. Y los relatos nunca terminan, están llenos de huecos, pistas falsas, contradicciones».
     Por último, vale agregar que, además de la complejidad de la trama, una de las propuestas más valiosas de esta escritura consiste, precisamente, en el manejo de la sordidez sostenida por una hermosa tensión poética, la irrupción de la belleza en lugares y ambientes desesperados, un caudaloso río verbal. Y esto, junto con la certeza de que las historias deben pasar por el cuerpo antes de convertirse en literatura, como plantearon los escritores norteamericanos de comienzos del siglo xx, es la tónica que Nadia Villafuerte maneja con destreza en Por el lado salvaje, su primera y lograda novela.

Por el lado salvaje, de Nadia Villafuerte. Ediciones B, México, 2011.

 

 

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