Zona Intermedia / La risa en la obra de Vivian Blumenthal / Silvia Eugenia Castillero

«Cuando te veas en una situación embarazosa y no sepas qué hacer, ríe», me dijo Vivian Blumenthal cuando corrían los tiempos de la preparatoria. Ambas soñábamos con ser escritoras. La elocuencia y la facilidad con que hacía sus composiciones literarias eran asombrosas, pero lo más extraordinario era el humor que contenían sus textos. Simpática y siempre sonriente, se convirtió en una de las chicas más populares del Instituto de Ciencias.

El teatro la cautivó de tal manera que desde esos tiempos inició su carrera de actriz en la Compañía de Teatro de la Universidad de Guadalajara, dirigida por Rafael Sandoval, quien fue su mentor, después su marido y con quien procreó a Citlalli y Darío. A los veinte años Vivian era una actriz consumada: en Guadalajara y en diversas partes de México hizo época protagonizando las farsas de Darío Fo: Si no puede pagar no pague, Pégame mátame pero no me ignores, Coco Camaleón alias el dos caras. Y muchas otras obras.

La maternidad la decidió a dejar la actuación para dedicarse a sus hijos. Es cuando se entrega de tiempo completo a la escritura (actividad que siempre había realizado) y comienzan a aparecer sus adaptaciones (Sueño de una noche de verano, Caperucita 2000, Noche de bodas, entre otras) y sus obras tanto para niños como para adultos: La Malincheada, Fray Antonio Alcalde, Fe de erratas: Solohilaridad, Hoy juegan las Chivas, Viernes dramático, Esto no es sacramental, Esto no es cambio, es morralla, Mojitos amargos, Los Premios Nobel, El Rey Furibundo, El pincel mágicoCristóbal Colón, El pepenador mágico, Los perritos danzarines del volcán de Colima, Los derechos de los niños, Los superhéroes arcoíris. En su etapa final escribió para Petra Ediciones (en una edición de miles de ejemplares para la SEP) Alarma: renunció el bufón y Las alas de la noche. En 2004 escribe una de sus mejores farsas: Pelucas. Abierto. Pase Ud., que obtuvo mención honorífica en el Sexto Concurso Nacional de Dramaturgia Manuel Herrera Castañeda.

Vivian veía en el teatro una ventana para analizar la realidad; su género fue la farsa, una de las artes más difíciles, pues su escritura ágil, graciosa y de franco humor, penetra la realidad con maestría. Sabía —como Cortázar— que el humor es una herramienta para distanciar en la obra literaria la vida misma, para poder hablar de sí alejándose del melodrama. En sus propias palabras, «la farsa propone que el hombre asuma sus bajezas conscientemente… utiliza la risa como una catarsis». Creía que el teatro es «la tribuna más efectiva para hacer una reflexión sobre los problemas que nos aquejan».

La farsa es un género basado en situaciones ridículas y con personajes extravagantes, es la comicidad vuelta caricatura pero siempre nacida de elementos reales, tan reales que dentro de su absurdo es creíble. En su origen etimológico significa rellenar; la farsa era empleada para entretener al público en el intermedio de las tragedias y hacerlo reír. Pero la risa es social y para que exista tiene que compartirse dentro de un grupo. Blumenthal lo trabajó como crítica al sistema, a los valores predominantes en el mundo neoliberal, a la negligencia del gobierno, e incluso, en Pelucas. Abierto. Pase Ud., a la enfermedad.

Su teatro nace de situaciones completamente cotidianas, pues ella misma tenía una relación amable con la vida diaria, era práctica y veloz para las actividades que realizaba, incluida la escritura, así que podía preparar los manjares que cocinaba con frecuencia y al mismo tiempo asear su casa, ir de compras y escribir una pieza de teatro. Y siempre gozando las minucias que luego aparecían en sus obras para construir los grandes temas. Afirmaba que el teatro no es literatura sino acción. Sin embargo, creo que el teatro de Vivian Blumenthal, además de su excelente manejo de los tiempos de escena y de la estructura dramática, rezuma poesía: en él están capturados instantes de gran intensidad donde el ritmo vital y humano se concentra.

Pelucas. Abierto. Pase Ud., fue escrita una vez que Vivian había (aparentemente) sanado del cáncer de pulmón contra el cual luchó durante varios años, hasta lograr que se le encapsulara. No obstante, en 2007 se salió de control, ocasionando su muerte el 17 de febrero. En esta pieza vierte sus ideas del mundo y de la vida —sus ideales y sus desengaños— con una libertad que sólo se logra al ir de regreso de las cosas. No en vano los personajes son todos fracasados, en situaciones límite. Se encuentran en una tienda de pelucas dentro de la cual las mismas pelucas hablan y dan consejos a los clientes. Cada uno deja asomar su miseria: Maite —una enferma de cáncer terminal—, derrotada y sin ningún ideal; Flor —la dependienta que es medio psicóloga— es una bailarina sin trabajo que se ve forzada a vender pelucas; Amado —actor que trabaja de travesti para ganarse el sustento— es un artista que nadie reconoce; Octavio —un político que acaba de perder las elecciones (tramposo y miserable)—, derrotado por haber hablado con la verdad durante la campaña, se arrepiente de su honestidad y trata de incendiar la tienda para vengarse de las pelucas que le aconsejaron el camino honorable. Y Salvatore, empresario circense, el único personaje próspero (será porquea Vivian el circo le parecía extraordinario: «un circo es estar en los límites de la vida y de la muerte… encierra muchos paradigmas, y el público sale de la carpa con un cosquilleo en su conciencia»).

Los ejes que transmiten el pensamiento de la autora son sobre todo Flor y las Cabezas. Así, Flor explica: «Imagínate, poco más de veinte años en este negocio, ¿cómo no voy a conocer a mi clientela? Con decirte que ya hasta les sé diagnosticar en qué parte del cuerpo traen la malignidad. Mira, por ejemplo: las de cáncer de mama, generalmente son mujeres que guardan resentimientos desde mucho tiempo atrás, así como las de matriz donde un secreto dolor las corroe y sienten que todo es inútil; las de huesos, cargan el peso de la vida propia y de quienes las rodean, luego se les nota su ira y frustración por la estructura de la vida, nunca se han sentido apoyadas; la de cáncer de tiroides es una mujer joven, que no se ha atrevido a darle rienda suelta a su personalidad, nunca ha podido hacer lo que quiere y se ha atorado en sus viejas limitaciones. Se niega a expresarse de una manera creativa».

Titiritera frustrada, por la cantidad de trabas que se le fueron poniendo y porque tenía que autofinanciarse, pasó de los títeres «a una colección de pelucas de una gran amiga… ahora tengo todas estas cabezas como mi compañía, con ellas platico, las arreglo, me alegran el día».

En esta ficción Blumenthal despliega sus quejas, sus deseos, sus sueños: las pelucas son «muchos rostros dispuestos a escuchar, muchas cabezas que no te juzgan». Además son la parte del inconsciente que ninguno de los personajes puede contener, son especie de ángeles que comienzan a hablarle a los clientes; son sabiduría interior: una especie de espejo interno que las personas no logran ver: «Tu mente inconsciente te habla en intuiciones, corazonadas, insinuaciones, impulsos e ideas». Son la representación de las  chacras (centros energéticos del cuerpo humano). Sin embargo, estas pelucas tienen defectos y carecen de la armonía total: «Te pido perdón, Maite, pero debes comprender que como sólo tenemos cabeza, nuestras chacras están incompletas… te hablaré desde lo mejor de mi circunstancia: la quinta chacra, la del entrecejo, desde donde podemos ver lo invisible, y conocer lo desconocido».

Si bien todo arte es de alguna manera autobiográfico, esta pieza lo es decidida y  conscientemente. En un momento de la charla con las Cabezas, Maite las increpa: «Ustedes qué pueden hacer contra una enfermedad terminal», a lo que responden: «La vida es terminal. Ciertas enfermedades se llaman incurables porque no las puede curar la medicina, pero hay otros medios». Y Maite: «Me estoy muriendo». Cabeza 2: «Paso número uno: cuidado con lo que declaras, se te puede cumplir. El inconsciente toma nuestras afirmaciones como verdades, no tiene sentido del humor».

Vivian luchó contra el cáncer y de alguna manera logró vencerlo, de tres meses de vida que le diagnosticaron, vivió cuatro años de manera plena. Por eso, las Cabezas dicen que los médicos, psicólogos y curanderos lo que hacen es eliminar los bloqueos mentales del paciente para que el principio curativo se desencadene y restaure la salud del enfermo. El poder curativo es Naturaleza, Vida, Dios, Inteligencia Creadora, Poder Subconsciente. Para Vivian la enfermedad —lo dice Cabeza 1— es un alejamiento espiritual: «Es anormal estar enfermo; significa sencillamente que estás yendo contra la corriente de la vida, de modo negativo».

En la obra, Blumenthal no se circunscribe a trabajar únicamente la cuestión del cáncer: en el político alcohólico critica a la clase política mexicana y a través de Amado, actor que tiene que dedicarse a travesti sin ser gay, pone de manifiesto el bajo nivel de política cultural de las instituciones dedicadas a promover la cultura: «Ése es el problema de todos nosotros… los de la Filarmónica denigrados, los actores mendigando una beca estatal de mil quinientos pesos… a los actores enfermos sin derecho ni al Seguro Social. Las glorias nacionales se llevan los presupuestos en puro relumbrón: La muerte se va a la chingada y mamadas por el estilo… nomás invitando al público a no volver. Uf, pero nadie se atreve a decir que el emperador desfila desnudo… pura cultura de cabrones millonarios que creen nutrir al mundo vendiendo vitaminas y ofrecer cultura idolatrando Broadway. Un arte totalmente desvinculado a la sociedad como lo están ellos».

Seguidora y discípula de Darío Fo, para Vivian Blumenthal —como para su maestro— la farsa es un modelo reducido de nuestro propio mundo, una forma de hablar acerca del presente, poniéndolo en perspectiva. Su disciplina es la risa, pues según lo consignó en algún artículo periodístico, la risa es el único poder que no corrompe.

En los últimos meses Vivian se dedicó a escribir un libro de poesía sobre los trasplantes de los órganos. Son poemas festivos, casi humorísticos. En ellos, no obstante, se siente el sedimento de un sueño: haber sido trasplantada de pulmón. Todavía escucho su risa, todavía la veo menospreciar la fama y entregarse a sí misma en ese recrear su mundo más próximo. En su último cumpleaños, me dijo: «Estoy planchando, estoy feliz, estoy viva».

 

 

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