Cinco postales de los muchos ríos desaparecidos / Luis Alberto Arellano

1. Dar piso, tirar el muñeco, abrirse, dar cancha. La palabra fue tomada porque la realidad arisca así lo dispuso. Tenemos una ciudad que está dividida por un río y por una garita que señala el fin de uno y el inicio de otro. Países es la palabra para designar pixeles en las imágenes que compartimos en línea. En ese terreno y en ese río. Así, localizados como ciertos dolores en el pecho, que son ahí, en ningún otro sitio. Muñeco: el cadáver, el cuerpo sin aliento, el cuerpo sin hilos que denoten voluntad. Pixeles, países, imágenes, ciudades, ríos que se secan: partitura de una sinfonía sordísima que canta un canario ciego en un patio de tierra donde varios hombres juegan juegos de azar.

 

2. Touhg guy, Wise guy. El mundo es sencillo cuando el mundo es infancia. El mundo es sencillo, y a veces es el final de la calle y el mundo se llama Padre volviendo de Detroit. Detroit es sencillo porque es el mundo y el pan sobre la mesa es el mundo y el mundo es madre y hermanos y la cercanía con Charles Manson (mil millas al este). El mundo se vuelve complejo cuando se viene abajo el mundo en forma de torres. Primero una, luego otra. Torres que son pixeles en el televisor y barricadas en las calles. Torres que son imanes para aviones cargados de pasajeros. El mundo se complejiza, aturde en su liviandad efímera de pompa de jabón y entonces padre es alguien que pierde peso, Detroit es un asco y sigue lejos, como el mundo sigue lejos. Madre es el pan sobre la mesa y el mundo se empequeñece mientras se devoran millas y millas al encuentro postergado con Austin, Borges y la familia Manson.

 

3. Diez mil gorriones. Una ciudad dividida, una vida trazada en mil postales. Una biografía construida de epitafios. Una ciudad que es más que la suma de sus calles. Unos shorts blancos que organizan la memoria familiar, aunque sea un cadáver que simplemente no sangra por pura cortesía. El lenguaje se ha adelgazado como los personajes y, en vez de perder peso, lo gana. Esta lengua embravecida, seca, despojada, en vez de volverse liviana y girar dancísticamente sobre su propio eje, se adensa y se sintetiza en una nueva materia: la palabra desnuda hiere a la realidad con el impacto de sus trasiegos. A fuer de generar potencia y peso, como de plomo lanzado a gran velocidad, asegura un impacto singular. La palabra que fue tomada y llevada al otro registro, al registro simulado de la violencia ejercida, es desmembrada, exprimida, y entonces puede volver a cumplir su función. No ocultar la verdad bajo el eufemismo que permite el juego y aleja del contenido brutal de las afirmaciones. Sino todo lo contrario, entre más seca sea la palabra mejor arde. Entre más singular sea su contenido más profundo cala. Palabra como estilete. Palabra como daga. Palabra como bala.

 

4. Los caminos de la vida. A manera de crónica, pero no crónica. Ficción que figura la verdad. Poemas como carteles de Se busca. Una lista de la barbarie. Sin gloria, sólo pérdidas. Sin lamentos. No hay río, no hay llanto. No hay razones. Es la vida una maraña donde todo choca, a veces rudamente, con todo. Por eso la acumulación de biografías, lugares, sucesos íntimos, sucesos públicos. Cronicidad. Registro del tiempo. Registro de la continuidad. Poemas como huella. Huella como indicio. Poema como evidencia. Poema policiaco.

 

5. Éste fui yo, hice lo que pude, adiós. Para que aprendan a respetar. Sigues tú, pinche Barbie. Los de negro nos la pelan. Basta de apoyar a los pinches zetas, señor presidente. Cartel del Golfo Nueva Generación presente. Uds saben de qué hablo. Decía la vecina que, al pisar la Luna, ésta cedería al peso de Armstrong y se hundiría en un colapso interplanetario. La imagen es buena. El terreno nunca está firme y todos debemos pesar algo para que esto se hunda. Armado de aparatos de localización, materiales para respirar fuera del agua, el hombre pesa. El piso no se hunde de golpe porque es poroso. Sucumbe a escala mínima con una sonrisa en nuestros labios. Y los pedazos de planetoide estallado nos vienen a toda velocidad como una razón mínima para volver la vista hacia el otro, el que nos acompaña. Las razones se incuban dentro nuestro por años y no importa que el plazo se alargue. Llenar la tumba de un poeta de vino recién comprado o tratar de que la mesera posible de otro poeta nos cuente algún detalle, son trazas de la memoria que se actualiza. La memoria no es un refugio antimisiles donde guardamos lo más preciado. La memoria es el nombre de nuestro amigo muerto vuelto a la vida en el texto. La memoria es el combate diario con nuestra condición efímera. Nuestras ganas de ganarle una partida de lotería al Diablo.

 

·      Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto, de Jorge Humberto Chávez. Fondo de Cultura Económica, México, 2013.

 

 

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