XI Finalista Luvinaria-Ensayo / Cuatro lectores en busca de su autora

Luis Adrián Curiel Medina

CATEGORÍA LUVINARIA

Maestría en Estudios de la Literatura Mexicana, CUCSH

Memoria sobre Angelina Muñiz-Huberman

Tras dedicarme a la lectura que ocupa el primer lugar en la lista interminable de pendientes, El último faro me trae a la memoria el recuerdo de su autora, Angelina Muñiz-Huberman. Los postrimeros días de aquel febrero -el último previo a pandemias, virus y cautiverios- en que visité por vez primera la Ciudad de México. Cual torbellino, decenas de imágenes se superponen entre sí para dar paso a evocaciones más completas. Los preparativos para iniciar el viaje, la comunicación vía email con la escritora de Dulcinea Encantada, las charlas e ilusiones entre quienes nos aventuramos para reencontrar la mirada de Angelina. En un esfuerzo para intentar dar un orden a los recuerdos caóticos, aíslo esas imágenes particularizadas y, al mismo tiempo, me avoco a completarlas siguiendo el ejemplo de nuestra anfitriona cuando plantea el término pseudomemoria.

I

Estoy en un coche rumbo a la colonia Condesa. Transitamos por Periférico y el viaje cortísimo en avión -primera vez- no dio tiempo para pensar lo que vendrá a continuación. La conversación entre Karen y Cristina me abstrae del pensamiento. Busco la mirada de Diana para imaginar lo que está pasando por su cabeza: ¿será éste también su primer viaje a la capital? Entonces me parece verlo en el chofer: ¿Amadís? No, será solamente la ilusión del sol invernal. Hago un esfuerzo para abstraerme y procesar lo que intentamos: veremos a Angelina. Es decir, ya la hemos visto en aquella presentación de su libro Los esperandos. Piratas judeoportugueses …y yo, sólo que en esta ocasión nos movemos en sentido inverso al viaje que ella hizo meses atrás. Somos como el protagonista de su libro, el Oseas que emprende un propósito y movimiento en constate espera. También esperamos algo con este viaje: una conversación amena, el recuerdo de una amistad, o simplemente una nueva experiencia. Cierro los ojos y me atrevo a imaginar otros viajes a partir del primero, del que hago por Periférico sin saber que todo viaje quedará cancelado en cuestión de días. Cuando los hablo creo firmemente que Amadís de Gaula es quien conduce, pero no debo hablar, pues entonces el encanto se romperá. Su presencia paradójica es el comienzo de algo diferente, que todavía no termina por concretarse. La búsqueda de la memoria abre los sellos de evocaciones y promesas, mientras que una imagen ocupa su lugar. Como un rescoldo, alcanzo a apreciar los ojos de Diana, quienes parecen contar su propia historia de iniciación y descubrimiento.

II

La casa a la que llegamos es suficiente. Las paredes blancas y sin motivos me recuerdan necesariamente, por contraste, a mi habitación tapizada de posters e ilustraciones de todo tipo: religiosas, arte amateur, mapas, portadas de libros y videojuegos, fotografías, alguna reproducción en tabloide de plástica, calcomanías, programas de mano de las obras de teatro que he visto y un sinfín de afiches más. Tal vez sea el miedo al vacío, el gusto por la multiplicidad de formas o simplemente un afán por encontrar recuerdos en cada imagen. Como un libro leído o una película vista, las imágenes en los muros de mi habitación no sólo me hablan de sus propias historias, sino también de la experiencia que tuve con ellas y quién era yo en aquellos momentos.

Hablar de Angelina Muñiz-Huberman es hablar de la memoria. Su tratamiento de este tópico sólo se equipara con la investigación que ha realizado en torno a la mística sefardí en la literatura mexicana. Sus obras literarias recuperan el concepto de la memoria y le dan un giro de tuerca: los vacíos, recuerdos borrosos y difuminados se completan con la inventiva y la ficción. El hecho se narra mezclando realidad y ficción en una amalgama que hace del olvido su propia fuerza para crear algo nuevo con los bosquejos que la mente resguarda. La lejanía en el tiempo de voces, miradas y tactos se suponen, se imaginan y se completan arraigándose en una nueva memoria, en una pseudomemoria.

George Steiner, cuando se refiere a la infinitud del pensamiento, menciona que ésta también es una infinitud incompleta, pues nunca se sabrá hasta qué punto llegaría el pensamiento en conjunto con lo que llamamos realidad. Plantea también si no será que la percepción organizada que hemos concebido no se deba en realidad a ficciones pueriles. En este punto recuerdo que en los círculos de lectores nos hemos preguntado más de una vez si la literatura es realidad o ficción. Si bien el planteamiento de Steiner se circunscribe al pensamiento como tal, cabe aplicar dicho razonamiento a la memoria y a la literatura. Ficción-realidad. Verdad-mentira. Los conceptos opuestos terminan por colisionar en las páginas de Muñiz-Huberman. Ya sea en las múltiples Dulcineas -¿cuántas hay en el libro homónimo?- o en cada cuento-recuerdo-invención de las confidentes, o en el diálogo del ficticio Oseas con la narradora de carne y hueso, la pseudomemoria cobra un papel vital en la obra de Angelina. Quien conozca su historia de exilios y viajes, aventuras y aprendizajes, sabrá encontrar ecos y múltiples referencias, reconstrucciones en sus recuerdos-libros. Ausentes aquí y allá, los íconos no colocados en los muros de esta casa en La Condesa, poseen recuerdos borrosos que se olvidan y reinventan a voluntad. Quizás haya algún recuerdo de tres viajeros en busca de una autora en una noche de invierno.

III

Estamos en la velada al día del encuentro. El nerviosismo parece haber desaparecido por completo, y ahora aprovechamos el momento para conversar. El viaje, las lecturas, los filmes, lo que esperamos. Todo confluye en el recuerdo, aparentemente, vívido. Sin embargo, ahora empiezo a dudar cómo surgió el debate entre Karen y yo. El punto de la discusión literaria es sobre la sibila, personaje central y narrador de la historia número diez “Sibila y los gemelos” en el libro Las confidentes. Preparamos nuestras preguntas y comentarios a realizar el día siguiente a Angelina, y creo que me hacen falta un par de preguntas a plantear, pero no estoy seguro de la pertinencia de las mismas. Debe de ser Diana quien suelta su apreciación de los textos leídos, o tal vez Cristina que se sincera respecto a las dudas en torno a Dulcinea encantada. Entonces Karen y yo hablamos de los finales contundentes en los relatos que las confidentes nos han compartido. Una mujer que expresa su sentir verdadero en una carta; la sentencia fulminante de una hija agobiada por su madre; y qué decir de la mujer que no pudo cruzar una calle y su recordar de la infancia y la muerte. Sin embargo, donde entramos en discusión es con la historia de la sibila. Sibila -así, con nombre propio- descubre un hecho inusitado: dos parejas de gemelos visitan la biblioteca donde ella trabaja, y, tras meditaciones, investigaciones y procesos mentales ha llegado a dar con la solución del misterio. Cada pareja de gemelos tiene un hermano que no corresponde. Ha habido un equívoco en la asignación de hermanos en la clínica donde nacieron, y vivieron la infancia en una mentira. La decisión de Sibila será la de contar la verdad a los gemelos y sus familias, y ve aún más en su proyección: dos cuerpos de infantes colgando sobre las ramas de un árbol. ¿A quiénes pertenecen esos cuerpos? ¿Por qué Sibila se ha propuesto revertir el error natal? Karen y yo no parecemos ponernos de acuerdo en el orden de los acontecimientos, pero sabremos plantearle nuestras dudas a Angelina. Mientras tanto, creo vislumbrar un cuerpo, no colgando de un árbol, pero sí de una tubería al tiempo que otro cuerpo grita al encontrar lo sucedido. Sibila, que no yo, ha visto seguramente todo esto, nuestro viaje, los resultados, la crisis venidera. Sibila ha de hablar.

IV

El día del encuentro ha llegado. En realidad, es el día de los encuentros. Temprano visitamos Bellas Artes y las exposiciones que alberga. El asombro viene a mí como no lo había apreciado en mucho tiempo. Los murales se imponen en su magnitud. Donde hay color existe una propuesta, donde perdura la forma hay un propósito. La memoria pintada, proyectada en los muros también guarda rasgos de realidad y ficción. Cuenta de ello lo dan el Tormento de Cuauhtémoc, de Siqueiros, que me conmueve y aún traigo a mi mente; también vemos la obra polémica, La revolución, de Fabián Cháirez. Concordamos que el formato es realmente pequeño, y que los pleitos y agresiones que se dieron en los días previos no tenían justificación alguna.

Nuestra visita a Bellas Artes nos deja con poco tiempo para comer y prepararnos. Sin embargo, otro encuentro se llevaría a cabo. Ellas se van a buscar y encontrar textos en las librerías de viejo de la zona. Me dirijo entonces a la Frikiplaza y busco local tras local. No tengo ninguna duda de que encontraré alguno de los videojuegos que busco. A falta de búsquedas exitosas en Guadalajara, y dada la oportunidad del viaje, me dispongo a hacer una pequeña cacería multimedia. El apuro y la búsqueda intensiva de una hora dio sus frutos: encontrada sin mucho esfuerzo la memoria necesaria para la grabación de Angelina; encontrados, con mayor dificultad, los títulos The Last Story y Dragon Quest IX. Dichos videojuegos los había tenido varios años antes, pero los vi perdidos. Los recuerdos vinieron a mi mente, y tras probar uno de ellos, me doy cuenta de que, al igual que con un buen libro o una película memorable, la experiencia interactiva de un videojuego me proporciona no sólo el goce, sino también el aprendizaje del mundo que sus programadores y escritores han propuesto. De la misma manera, los recuerdos de experiencias, lecturas y personas, -borrosos y pixelados- se completan y recrean en una última versión diferente.

V

Angelina nos recibe en su departamento de Insurgentes Mixcoac. Mientras subíamos por el elevador planteamos las últimas directrices. Me han recomendado no hacer la pregunta que traigo en mente. Es una pregunta que traerá un recuerdo doloroso para Angelina. Ella abre la puerta de su hogar y, como quien recibe a un amigo nos hace entrar. Encuentro, para mi sorpresa y alegría, que cada muro está adornado de fotografías, detalles, decorados y más de una cerámica, plato o expresión con arte judío. Libros aquí y allá. La mesa ocupada por los artilugios de Angelina y su computadora donde redacta más de un manuscrito.

No sé quién guarda más sorpresa y emoción, si Angelina o quienes la visitan. Como no puede ser de otra manera, la conversación inicia y enciendo la grabadora. Lo que creí que sería una entrevista se convierte en una charla franca. Ella nos pregunta por nuestra estadía, las actividades que hemos realizado y los lugares que visitamos en este viaje. A la charla se une Alberto, pareja de Angelina, quien guarda una historia de vida tan intensa como la de nuestra autora.

Las anécdotas personales, curiosidades y más de una trama internacional anteceden a lo que será unas cuantas rondas de preguntas literarias. Mientras escucho a Angelina pienso con melancolía la breve charla que mantuvimos en Guadalajara. También se ha vuelto melancólica el viaje mismo, las charlas trasnochadas y una que otra discusión en donde siempre salgo perdiendo. Entonces, mi turno de hablar llega y hago la pregunta. Después de haber leído varios textos encuentro que la presencia-ausencia del hermano aparece en muchos de los relatos. Los mismos textos dan cuenta de una muerte, y sin entrar en detalles, plantean una desazón -a veces incertidumbre y recelo- para con este personaje. El silencio se hace en la habitación. Los ojos de Karen parecen gritarme más de un reproche, pero, como quien dice, a lo hecho pecho. Angelina responde con notable melancolía y da cuenta del hermano que tuvo hará muchos años, así como de los sucesos que ocasionaron el fallecimiento de éste. Se ha enrarecido el ambiente, pero enseguida otra pregunta sale a relucir y la Angelina de antaño regresa con ojos entrecerrados y sonrisa reparada. El tiempo que nos queda pasa rápidamente, mientras recabamos fotos, referencias y un abrazo de despedida.  Sin embargo, el recuerdo de aquella charla me visita con la imagen de las dos Angelinas, la del dolor y la de una dicha melancólica.

VI

Una despedida no se completa sin la imagen de los brazos y manos diciendo adiós, esos brazos que, a decir de la narradora, a veces no sabemos cómo colocarlos al dormir. Angelina nos dice adiós desde su balcón con un gesto de sus manos . Varios pisos abajo le respondemos sin poder escucharla, pero basta una imagen, sonido, un aroma y un sabor para crear un recuerdo. Veo el recuerdo de mi yo respondiendo al adiós, soy la memoria fiel o ficticia de quien escribe estos esbozos y evocaciones. Mientras tanto, seguimos esperando un nuevo adiós, nuevas búsquedas y hallazgos.

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