XI Finalista Luvina Joven-Cuento / Es mejor irse y hacer falta, que quedarse y no significar nada

Daniela Marisol Nolasco Reveles

CATEGORÍA LUVINA JOVEN

Preparatoria 8

Son las cinco con cincuenta y cinco minutos, atravieso la puerta y un joven recepcionista me pide confirmar la hora de mi cita y tomar asiento. Escucho el tic tac retumbando sobre mi cabeza, el sillón es incluso más incómodo de lo que imaginaba. Era uno de esos días que por más que estuviera encendido el aire acondicionado el calor era igual de insoportable. Justo cuando el reloj marca las seis el joven me permite pasar al consultorio del Dr. Auron.

-Hola, Sara ¿verdad? – me pregunta, me limito a asentir con la cabeza, -Un placer conocerte- estrechando mi mano, -Adelante.

Mientras le explicaba cada detalle que recordaba sobre mi muerte el Dr. Auron tomaba nota, me preguntó el lugar y hora exacta de mi fallecimiento, el tipo de relación que tenía con mi familia, alguna información esencial de mi prometido, hace mucho tiempo que no pensaba en él, cuando termine de contar mi historia se limitó a rascarse su sedosa barba. 

-Doctor, recuerdo toda mi vida, quien soy, cada detalle de mi muerte, ¿no se supone que cuando un alma descubre cómo y por qué murió puede por fin dejar de divagar en este mundo? – pregunte.

-Es lo más común, he tratado algunas almas como tú, las soluciones más comunes siempre se relacionan con su pareja, pero me comentas que no sientes nada por Ryan, luego está tu familia, pero no tienes ningún asunto pendiente con ninguno, ¿trabajabas en algo? – pregunto sin dejar de escribir en su libreta.

-Era maestra de literatura, llevaba poco menos de un año trabajando en una secundaria, pero quería llegar a ser una escritora reconocida. Ese día decidí matar a un personaje en el libro que estoy escribiendo, definitivamente hará más interesante mi autobiografía, pensé- se quedó atónito.

-No me dijiste que eras una asesina- contesto, – ¿Quién fue la víctima?

-Un alumno con tendencias suicidas, la verdad diría que aceleré lo inevitable- contesté.

– ¿Eso te causa algún tipo de remordimiento? – preguntó mirándome a los ojos, le sostuve la mirada y asentí con la cabeza.

-Bien- cerro su libreta de golpe, -Supongo que ya habrás escuchado de que trata mi extraordinaria terapia, de todas maneras, permíteme explicártelo- tomo un gran cojín azul, -Un elemento esencial es este invento, te preguntaras ¿qué es? – dice el Dr. Auron dramáticamente, me encojo de hombros- Tiene el aspecto de una almohada común ¿verdad?, pero está muy lejos de serlo- sonríe, –Lo que hace a esta almohada tan especial es que puedo escoger algún suceso importante en tu vida, alterar los sucesos y obtener un resultado diferente a lo que en verdad ocurrió y de esa manera cambiar tu recuerdo.

-Básicamente es una máquina del tiempo, pero ¿solo cambia mi versión de la historia? – pregunte intrigada. 

-Podría decirse que sí- respondió sin estar del todo convencido. 

Durante unos minutos me quede analizando todo lo que dijo, unos segundos después reaccione, siento algo pegajoso en la frente, tengo adherido una especie de chupón, que supuestamente le avisara al Dr. Auron sobre algún cambio repentino en mis signos vitales, no sé exactamente que examinaba ya que era un fantasma. Un escalofrió recorrió mi cuerpo, me quedé un poco intranquila. Tomé un mechón de mi cabello, por el reflejo de la luz parecía que fuera rojizo.

– ¿Tienes alguna duda? – preguntó, mientras revisaba la pantalla que estaba conectada a la almohada.

-Ninguna, todo quedó completamente claro- respondí con tanta seguridad, que hasta yo misma me sorprendí.

– ¿Segura? – me miro extrañado, -De igual manera, estaré al pendiente.

Giré tan bruscamente mi mechón, que se terminaron desprendiendo unos cuantos cabellos, nuevamente asentí con la cabeza.

–Okey, empecemos- rápidamente empiezo a contar hasta cien. –Cuenta más lento-  me reclama, poco a poco siento como mis parpados se vuelven más pesados.

Cuando por fin terminé de contar tardé un poco en abrir los ojos, no quería desilusionarme si al momento de abrirlos veía el consultorio. De repente sentí las yemas de sus dedos palpando cada vello de mi rostro, sus movimientos eran tan delicados que terminé deduciendo de quien se trataba.

-Buenos días, mejor dicho, buenas noches- dice, mientras me da un beso en la frente.

– ¡Ay Ryan!, aún es muy temprano, cinco minutos más- bostezo.

-La maestra no puede llegar tarde cinco veces seguidas- dijo riendo.

-Solo llevo tres retardos, relájate- me miró un poco disgustado, – Dos minutos más y me levanto, ¿está bien? – pregunté estando media dormida, asintió y se fue. Pasados los dos minutos me puse la camisa blanca con el logo de escuela, mis jeans rotos y mis botas de lluvia, no tenía tiempo para peinarme y decidí ponerme un gorro tejido aprovechando el clima lluvioso. Me dirigí a la cocina para prepararme mi taza de café.

– Amor, hoy llegare un poco tarde, tengo algunos ensayos pendientes por calificar –  dije sin dejar de buscar el azúcar en la alacena.

-Okey linda, olvidé decirte, ayer fui a casa de tu madre, sonó el timbre muy temprano, era un mensajero, dejo la caja, ella firmó de recibido, en la caja había un frasco con lechugas y caracoles de esos de jardín- dice, – No fueron nada baratos.

-Supongo que son las cosas que usa para hacer sus remedios caseros- asintió – Y…, ¿para qué son los caracoles? – pregunte.

Después de diez minutos explicándome que la carne de caracol sirve para el sobrepeso, desarrollar músculos y regenerar tejidos, terminé de desayunar, me despedí de Ryan con un beso y me fui. Llegue exhausta al séptimo piso, cuando escuche el timbre corrí lo más rápido que puede al salón, todos los alumnos estaban sentados en silencio, todas sus miradas estaban dirigidas a mi mano izquierda.

-Buenos días chicos- dije titubeante, -Ahora entiendo porque está lloviendo- las risas se apoderaron del ambiente, -Pregunten lo que quieran saber antes de iniciar la clase para no distraernos.

– ¿Quién es el afortunado o afortunada?, ¿cómo se conocieron?, ¿cuándo es la boda?, ¿nos va a invitar?, ¿planean tener hijos? – preguntó Rachel.

-Se llama Ryan, nos conocimos hace cincos años, la boda está programada para el próximo mes, muy probablemente no estén invitados- se quejaron al unísono, – Y no hemos pensado si queremos hijos, pero tengo algunos nombres en mente.

Pasamos un largo rato hablando de las cosas que teníamos Ryan y yo en común, algunas citas, la pedida de mano, los desastres que hacíamos cuando cocinábamos juntos y muchas cosas más, hasta que el timbre avisando que la clase había terminado nos interrumpió.

-Bueno chicos, me tengo que ir, les dejo de tarea leer de la página sesenta y siete a la setenta y nueve, no olviden su ensayo, debe contener mil palabras, el tema es libre- grité para que pudieran escuchar mi voz.

Me dirigí a la sala de maestros para poder calificar tranquilamente los ensayos pendientes, estaba emocionada por leer específicamente el ensayo de Jim, sus anteriores trabajos me habían sorprendido bastante, se le daba bien la escritura. Cuando empecé a leerlo me percate que parecía una carta de despedida, mencionaba lo triste que era su vida y las pocas ganas que tenia de vivirla, la frase que termino por confirmar mis sospechas fue Es mejor irse y hacer falta, que quedarse y no significar nada, salí corriendo y me dirigí a su salón, sus compañeros dijeron que hoy no había asistido, intentamos comunicarnos con sus padres y al no obtener respuesta me ofrecí ir a buscarlo a su casa, me dijeron que era mejor alertar a las autoridades, pero no podía esperar con los brazos cruzados que mi alumno favorito se quitara la vida.

Luego de conducir por quince minutos a la única dirección de la que la escuela tenía conocimiento, llegué a la tradicional casa anaranjada que habían descrito sus compañeros. Toqué el timbre, al no recibir respuesta, comencé a asomarme por las ventanas, podía ver la televisión encendida en lo que parecía ser una recamara de adolescente, todas las ventanas de la planta baja estaban cerradas, pero la que parecía ser del baño de arriba estaba entre abierta. Intenté subir usando macetas como escaleras, pasé tan velozmente que no me percaté de mi aspecto, solo alcancé a observar una gran mancha roja. Estando adentro bajé a toda velocidad a la que suponía que era la habitación de Jim, estaba cerrada, empecé a golpear la puerta hasta que terminé por derrumbarla, había una soga atada al ventilador del techo y una silla debajo de ella, afortunadamente aún no había sido usada. En eso, escuché un cristal romperse, provenía del sótano, baje las escaleras y encontré a Jim escalando las repisas intentando salir por la ventana que había roto, el pánico empezaba a apoderarse de él, sabía que había alguien más mirándolo, el horror con el que sus ojos me miraron fue tanto, que terminó soltando un grito que me hirvió la sangre, cuando miré mi reflejo en los pequeños vidrios rotos tirados en el piso noté que mi camisa y jeans estaban chorreados de sangre, al parecer las espinas de las macetas habían penetrado tan profundamente mi piel que algunas hasta se quedaron adheridas. Aun conociendo la explicación de porqué Jim me temía, la furia que recorría mis venas no desapareció, sino todo lo contrario.

– ¡Sara espera! – grito el Dr. Auron, eso me desconcertó por uno segundos, – ¿Qué es lo que haces a continuación?

-Lo arrastro hasta su cuarto y lo cuelgo en la soga- dije sin titubear.

– ¿Por qué? – pregunto intrigado.

-Porque estaba tan molesta que no fuera lo suficientemente valiente para afrontar sus problemas, querer la solución fácil, el camino corto- respondí, -Me molestaba que yo había pasado por la misma situación y no me rendí, me esforcé por encontrarle un sentido a la vida, pero el calor del momento el estrés y la tristeza se apodero de mí, cuando me di cuenta era demasiado tarde…- lágrimas recorrían mis mejillas – Mis emociones me cegaron, vi a Jim como la persona que quería arrebatarme a mi estudiante preferido, no lo veía como suicidio, lo veía como asesinato y quería venganza.

-Ahora que te diste cuenta de esto, ¿qué harás? – tarde un poco en aclarar mis pensamientos.  

-Tranquilo Jim, soy yo- lentamente me limpie las lágrimas de a cara y poco a poco me iba reconociendo.

– ¿Maestra Sara?, ¿es usted? – extrañado y confundido, -Creí que era un asesino o un monstruo, ¿Por qué está cubierta de sangre?, ¿está bien?

-Tus plantas- señale las espinas en mi piel, – Estaba leyendo tu ensayo y lo último que escribiste…, me asustó que en serio llegaras a hacerlo.

-Pensaba hacerlo…, pero sentí como alguien se asomaba por las ventanas y me alarmé, bajé al sótano, cuando escuché pasos en el piso de arriba, supuse que era un ladrón y…

-Rompiste la ventana para poder salir- lo interrumpí.

-Si usted no hubiera llegado, yo ya estaría…, me salvo la vida Maestra…- dijo con voz entrecortada mientras me abrazaba.

-Gracias Doctor…- dije mientras la pantalla lentamente se ponía en blanco.

Esperó a que mi cuerpo se desvaneciera por completo, arrancó las ultimas hojas de mi novela y agregó las notas que había escrito durante mi consulta, abrió la puerta de su consultorio.

-Siguiente- dijo, mientras se limpia sus lentes empeñados.

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