Visitaciones / Michel Tournier. Mí­nimo homenaje / Jorge Esquinca

Escribe Michel Tournier (París, 1924-Choisel, 2016): «Lo más extraordinario del Robinson Crusoe de Defoe es que uno no se contenta con leerlo. Creo incluso que a fin de cuentas se lee bastante poco en su versión completa y auténtica. Lo que da fuerza y valor a esa obra es que suscita una necesidad irresistible de reescribirla. De ahí que existan innumerables versiones, desde La isla misteriosa, de Julio Verne, hasta el Robinson suizo, de Wyss, pasando por Susana y el Pacífico, de Giraudoux, y las Imágenes para Crusoe, de Saint-John Perse. Hay en algunas obras maestras —y por ello figuran en primera línea de la literatura universal— una incitación a crear, un contagio del verbo creador, una puesta en marcha del proceso inventivo de los lectores. Yo confieso que para mí ésa es la cumbre del arte. Paul Valéry decía que la inspiración no consiste en el estado en que se encuentra el poeta cuando escribe, sino en el estado en que el poeta que escribe espera poner a su lector. Pienso que de tal afirmación cabría hacer el fundamento de toda una estética literaria». Me parece que estas afirmaciones no sólo sirven para recordar al autor de la novela Viernes o los limbos del Pacífico, una hermosa reinvención del Robinson Crusoe, sino que nos revelan sus ideas acerca del proceso creativo, en el que se encuentra más cerca del movimiento imaginativo propio de la poesía. Narrador excepcional, Tournier depositó su confianza en un lector inteligente y sensible, que no está destinado a ser un mero recipiente del texto, sino que participa en él, de manera activa, sometiéndolo al crisol de su propia imaginación. Hace tiempo, luego de leer sus Petites proses, traduje unos textos brevísimos que Tournier inserta como entradas a cada uno de los capítulos que conforman el volumen. ¿Pequeños poemas en prosa, aforismos, veloces anotaciones al margen de una obra mayor? El género bien puede ser lo de menos: lo que importa, lo que nos seduce es, precisamente, su poder de incitación. Los ofrezco de nuevo, corregida mi traducción, a los lectores de Luvina. Michel Tournier, quien también escribió estupendos relatos para niños (Viernes o la vida salvaje) y era un apasionado de la fotografía, vivía en Francia, en un pequeño pueblo a orillas del río Chevreuse. Falleció el 18 de enero de este año. Su nombre queda inscrito en la lista de los autores indispensables que no recibieron el tantas veces errático reconocimiento de la Academia Sueca.

 

El ángel bizarro

El Ángel Bizarro se pasea por el mundo y encuentra escenas banales, grotescas o crueles. Cada vez que roza con su ala a uno de los actores de la escena, ésta se vuelve, de inmediato, original, graciosa y dulce.

 

Casa

El pueblo, conjunto de tejados secos y geométricos agrupados en torno del campanario puntiagudo de la iglesia, en medio de un tejido de húmedas y fértiles labores, como un feto huesudo alojado en el seno de la placenta nutricia.

 

Ciudades

Una prisión no es sólo una cerradura, es también un techo.

 

Cuerpos

Envejecer. Dos manzanas reposan sobre una tabla durante el invierno. Una se hincha y se pudre. La otra se seca y se encoge. Escoger, de ser posible, esta segunda modalidad de la vejez, dura y ligera.

 

Niños

El bebé de los vecinos tiene unas cuantas semanas. Llora sin parar, día y noche. En lo más hondo de la noche, su queja menudita me conmueve y me calma. Es la protesta de la nada a la que se le acaba de infligir existencia.

 

Amor

Hay un signo infalible mediante el cual reconocemos nuestro amor por alguien, es cuando su rostro nos inspira un mayor deseo físico que cualquier otra parte de su cuerpo.

 

Imágenes

Autorretrato: en su lecho de muerte, Géricault, con su mano derecha, dibujaba su mano izquierda.

 

Paisajes

Lluvia. Agua dulce. Agua destilada por el sol. Lo contrario al agua del mar. Lluvia sobre el mar. Pequeños hongos como salpicaduras. Las nubes que pasan envían besos de agua dulce a la gran planicie glauca y salada.

 

Libros

Las manchas oscuras en las páginas de los libros viejos no son más que huellas de la saliva de los lectores que los han leído en voz alta. La huella de lo oral sobre lo escrito.

 

Muerte

Él me dice: «Mi madre murió hace veinte años. Y no soy sólo yo quien sigue amándola siempre, sino que ella continúa amándome también. Así sobrevivo».

Comparte este texto: