(Guadalajara, 1979). En 2021 apareció su libro «Los peores vecinos del mundo» (Notas sin Pauta, 2021).
De entre las muchas cosas que nos da la literatura, hay una muy entrañable: conocer los lugares reales en donde se desarrollan las historias que amamos. Así, en los canales del Sena buscaremos con la mirada a la Maga, por la costa de Nápoles los paisajes que compartieron Lila y Lenú, y en las calles de Ciudad de México podemos seguir el rastro de dos detectives, Héctor Belascoarán Shayne y Filiberto García, sólo por nombrar un par de ejemplos (aunque también podríamos ir tras las huellas de ciertos detectives salvajes por la colonia Condesa). En otros lugares hay que encontrar, no calles, cruces o barrios, sino la esencia de lo que leímos en las historias, como en Hannibal, Missouri, ciudad que inspiró la San Petersburgo de Tom Sawyer. O la zona de San Gabriel, Jalisco, y pueblos aledaños para reconocer al Llano Grande y la mítica Comala rulfiana. O la igualmente mítica Aracataca, en donde se pueden encontrar reminiscencias de Macondo (aunque tal vez sea al revés). Claro que hay otros a los que sólo podemos ir con nuestra imaginación, y eso también es entrañable. Otra delicia que nos da la literatura.
Dichos lugares se han convertido en universos paralelos. La vida real y todas las historias ubicadas en ellos están sucediendo a la vez que visitamos aquellas casas, parques, ríos y cafés. Muchas ciudades del mundo han capitalizado ese entrañable legado que otorga la literatura a la vida real y han establecido rutas literarias que nos ponen en el centro de esos universos.
En la Unión Europea, por ejemplo, hay una gran variedad, que incluyen no sólo las casas y ciudades propias de los autores sino de sus personajes. Tal es el caso de la ruta de don Quijote, que además de ser muy extensa (2500 km de longitud) está debidamente trazada. Fue declarada itinerario cultural europeo por el Consejo de Europa y está compuesta por las tres salidas que hizo nuestro caballero andante. Recorre caminos de La Mancha, así como de Aragón y Cataluña, y consta de diez tramos en total.
En Francia también se pueden visitar lugares en los que ocurrieron historias inolvidables de la literatura. Un lugar obvio es la catedral de Notre Dame, pero también se pueden visitar los alrededores de los Jardines de Luxemburgo para descubrir las casa de Los tres mosqueteros. Aunque lo que queremos destacar aquí son los lugares reales en donde se desarrollan las historias de ficción, también vale la pena señalar que en el barrio de Montmartre se puede seguir los pasos a los poetas Rimbaud, Verlaine, Baudelaire y Céline.
Otro recorrido literario se puede hacer en Estocolmo, Suecia, para seguir el rastro de la peculiar Lisbeth de la saga Millennium de Stieg Larsson. Este universo paralelo se ubica principalmente en la zona de Södermalm y hasta se puede beber algo en el Kvarnen, lugar frecuentado por la protagonista de estas novelas negras. En el Museo de Estocolmo se ofrecen visitas guiadas (en español) de la ruta Millennium.
Por supuesto no son las únicas. Ciudades de la Unión Europea como París, Venecia, Roma, Madrid y muchas otras han sido escenario de historias que tenemos grabadas a fuego en la memoria y en el corazón. Si ya de por sí viajar tiene su propio encanto, recorrer alguna ruta literaria puede ser una gran experiencia. No se necesita ir lejos para ello, como vimos, hay rutas muy especiales en todas partes. Porque es innegable que hay algo de fundamental en la presencialidad, en poder ver, tocar, oler, en definitiva, en sentir. Sin embargo, y de forma paradójica, la literatura es la única capaz de transmitirnos esas sensaciones sin necesidad de salir de casa. Arrellanados en cobijas y con una almohada en la espalda podemos atravesar la Plaza España o ver el atardecer en Berlín. Podemos caminar en la Plaza de Mayo y estremecernos mientras vamos a bordo de un bote que navega el río Congo. Quizá las rutas literarias están en nuestra biblioteca y no en la vida real, o quizá la vida real no puede ser la misma desde lo ocurrido en la ficción, o quizá, simplemente, la vida real necesita de la literatura para existir