Pushkin y Mikhail Lermontov: Un mágico pasadizo entre paisajes

Verónica Grossi

(Guadalajara, 1965). Autora de «Sigilosos v(u)elos epistemológicos en Sor Juana Inés de la Cruz» (Iberoamericana / Veruvert, 2007).

Las estrofas que Alexander Pushkin extrajo de su poema Eugenio Onegin, a pesar de la sugerencia de un amigo, el poeta P. A. Katenin, de incluirlas, son un eslabón insospechado entre esta obra magistral y la de su discípulo Mikhail Lermontov, quien escribe una novela en capítulos o cuentos que por su soltura y atrevimiento experimental establece un nuevo hito en la narrativa rusa. En ellas se menciona el Cáucaso. Pushkin no da mayores explicaciones sobre su recorte de estas estrofas digresivas que hablan del viaje que realiza Onegin de Moscú a Nizhni Novgorod.

Eugenio Onegin es una obra innovadora, de naturaleza «híbrida», como explica James E. Falen, traductor al inglés en verso del poema mayor de Pushkin, pues realiza un puente entre la poesía que predominaba en Rusia hasta entonces hacia el género narrativo de la novela en creciente boga. [1] La novela en verso del bardo ruso retrata un amplio panorama social desde una lente realista pero en diálogo crítico y creativo con el romanticismo que tanto influyó al gigante poeta, sobre todo por su fascinación hacia Byron (Falen: XVI). Hay mucho que decir sobre esta obra seminal que tanto influyó en otras obras maestras, como las novelas Un héroe de nuestro tiempo de Mikhail Lermontov y Padres e hijos de Ivan Turguenev, además de inspirar la magnífica ópera de Tchaikovsky (1878), pero me quiero detener brevemente en el espacio marginal de las estrofas suprimidas en donde la voz narrativa del autor predomina, quedando en segundo plano la del protagonista.

Guardando las debidas distancias, al leer la primera estrofa en la que se describe el mercado Makáriev, situado más al norte de Rusia, punto de encuentro cultural y comercial entre oriente y occidente, «donde el comercio reina en todas las calles» (217), se me vinieron a la mente los tercetos encadenados del capítulo V de Grandeza Mexicana (1604) de Bernardo de Balbuena, «Ocasiones de contento», ya en tan temprana época urbe colorida y cosmopolita por su cultura, sus oficios, sus artes y su bullicioso comercio, una cornucopia de tesoros culturales y naturales, reinventada desde una óptica moderna por Salvador Novo en su crónica en prosa del mismo nombre. La literatura rusa decimonónica se revela así como una vibrante arborescencia de lenguas, culturas, religiones y sociedades cercanas y remotas, incluyendo a las orientalizadas, asediadas, subyugadas o violentadas por la expansión militar imperial hasta nuestros días que nutren la amplitud de registros culturales y estéticos de grandes obras. Para dar un ejemplo, el Cáucaso fue también retratado por León Tolstói en su novela corta Los cosacos (1863), basada en las campañas militares imperiales de Rusia en esa zona fronteriza.[2]

En las siguientes estrofas excluidas del texto principal del poema de Pushkin, aunque publicadas separadamente, algunos de los puntos geográficos referidos forman parte de la trayectoria que realizan los personajes de la novela de Lermontov Un héroe de nuestro tiempo, salida a la luz tres años después de la muerte de Pushkin: los montes Mashúk y Beshtú, los ríos Terek, Arágva, Kura. El espacio marginal de la novela en verso de Alexander Pushkin pasa a ser el centro de la acción de la novela de Mikhail Lermontov. En ella juegan un protagonismo no sólo los personajes sino los espléndidos paisajes del Cáucaso. Como apunta el traductor Paul Foote en su excelente introducción a la novela rusa, además de ser un escritor genial, Lermontov era un pintor notable. Dejó un número considerable de paisajes del Cáucaso de gran finura, así como bosquejos de la vida local. De manera que su ojo artístico avivó las pinturas verbales de su novela excéntrica, abierta, fragmentaria pero encaramada sólidamente, con el brío o nervio de su poesía, en esos panoramas cuya extrañeza y belleza inconmensurables, sus abismos y sus cúspides caben bajo la definición de lo sublime en la naturaleza según Immanuel Kant.[3]

Pushkin fue arrestado y exiliado a realizar servicio militar al sur de Rusia a causa de sus escritos «liberales» de 1820 a 1824, como el poema «Oda a la libertad». Recorrió en esos años el Cáucaso, Crimea y Besarabia (Falen: XXXIV), lugares que fueron fuente de inspiración de poemas como «El cautivo del Cáucaso» (1820-1821) y «La fuente de Bajchisarái» (1823). Fue también durante esos años de exilio, el 9 de mayo de 1823, que el genio de las letras rusas comenzó su obra cumbre, Eugenio Onegin, dándole fin en 1831, es decir, ocho años después. Pushkin, fallecido en 1837 a los treinta y siete años en un duelo, es objeto ese mismo año de un poema homenaje titulado «Muerte de un poeta» por el joven Mikhail Lermontov. A causa de ese homenaje, Lermontov sufre igualmente el castigo de servicio militar en el exilio del Cáucaso por parte de Nicolás I. Tres años después, Lermontov publica su obra maestra por la que gana celebridad literaria, Un héroe de nuestro tiempo. La brillante carrera de Lermontov termina de tajo en 1841, a la tierna edad de veintisiete años, en un duelo, al igual que su maestro.

Lermontov, con su novela experimental, de una audacia y originalidad inusitadas, se montó sobre los hombros del coloso de Pushkin. Lo que me recuerda también el caso del pintor Tintoretto, lanzado en el aire, en los abismos incendiados de sus tintes rojizos, azules y dorados nacidos de su oficio familiar en el taller de Cannaregio, Venecia —a dos pasos de la residencia de mi prima pintora Sabrina Grossi—, trasmutando en eros, dynamismós, kallos supremos, su descenso arriesgado y ascendente, como sus ángeles. Su mentor fue nada menos que el titán de Tiziano, sin embargo Tintoretto abre una nueva frontera para la pintura de todos los tiempos, influyendo en grandes pintores, empezando por El Greco, revolucionando con un desparpajo vigoroso, con un libre y lúdico afán, los límites prescritos por la tradición. Pero ése es un tema para otro ensayo

Agradezco a Jason Tyler Haithcock los penetrantes diálogos, impregnados de sensibilidad poética, que alimentaron estas divagaciones.

[1] James E. Falen, introducción y traducción de Eugene Onegin, de Alexander Pushkin, Oxford-Nueva York: Oxford University Classics, 1995.

[2] Alexander Nazaraya, «Blood and Tragedy: The Caucasus in the Literary Imagination», New Yorker, 19 de abril de 2013. https://www.newyorker.com/books/page-turner/blood-and-tragedy-the-caucasus-in-the-literary-imagination

[3] Paul Foote, introducción de A Hero of Our Time, de Mikhail Lermotov, edición revisada. Londres: Penguin Books, 2001.

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