La imaginación de Itishree la llevó de vuelta a Patapur, el pueblo que parecía la foto de un montón de hongos. Justo en medio del pueblo, el árbol de tamarindo extendía sus ramas, y a cada lado dos árboles de Chakhunda que cubrían la distancia entre las casas de las dos comunidades del pueblo. Ningún otro árbol del pueblo había sido capaz de sobrepasar su estatura. Parecía como si los otros árboles del pueblo hubiesen aceptado la fuerza de los Chakhunda, y se hubiesen rendido ante ellos. Las casas del pueblo se extendían a cada lado de estos tres árboles. Estas casas, a la distancia, parecían hongos.
Itishree estaba impaciente por llegar a su pueblo. Parecía que habían pasado años desde la última vez que visitó Patapur. No pudo venir, ni siquiera cuando murió su madre. Todavía cargaba con el peso de ese dolor. El día que su madre murió aquí, Swati nació allá. Itishree le había mandado un aerograma a su padre: «No te culpes y no te preocupes. Estás a siete mares; ni sus hijos que están aquí pudieron llegar a tiempo ».
Ese día, mientras leía la carta de su padre, las lágrimas corrían por las mejillas de Itishree. Apenas podía leer las palabras en la hoja, mojada por las lágrimas. Sentía un extraño enojo con su hija Swati: «¿No podías haber encontrado un momento mejor para venir a este mundo? Tenías que venir el día que se iba tu abuela. No pude ni siquiera recibir la noticia de su muerte a tiempo por tu culpa ».
Su padre, como si le leyera la mente, le escribió de vuelta: «No podrías haber venido ni aunque hubieras recibido la noticia dos o tres días antes; quien tenía que irse se ha ido. ¿Por qué culpar a la pobre niña? ».
La distancia entre el aeropuerto y Patapur debe de ser de al menos veinte kilómetros. Itishree se ponía impaciente. Le tomaría al menos cinco horas, y eso sólo si el camino entre Gadichhaka y Ghanteswar estaba bien. Calculaba en su propia mente que sería como la una de la tarde cuando llegara a su pueblo. De nuevo vino a su mente la carta de su padre. Después de que se fue de casa a vivir en el hostal, su padre le escribía al menos dos cartas al mes, muy largas y en odia, porque quería probar su habilidad de leer la escritura de la lengua odia. Su padre siempre dijo que uno, aunque pueda leer y escribir en muchas lenguas, debería siempre ser adepto a su idioma nativo.
Siempre que Itishree iba a casa, su madre le pedía: «Lee el Laxmi Purana ». En el día de Janmastami, le pedía: «Por favor, lee el Gopalila del décimo canto del Bhagawata » .Su padre le decía: «Querida, por favor lee el Vishad Yoga, del Gita » .Sus padres estaban orgullosos de que Itishree pudiera leer las letras del Purana con la tonada y el ritmo correctos. Su padre siempre les decía a sus hermanos: «Miren a mi hija. Lee el Purana con una voz tan hermosa. Podría hacer llorar a cualquiera que la escuche. Ustedes nada más pierden su tiempo pescando y jugando. ¿Cuál será su destino? ». Cuando no estaba en casa, Itishree extrañaba a su madre. Cuando su madre escuchaba el Purana o cualquier otro texto religioso se sentaba con la cabeza cubierta con un velo. Doblaba las palmas y las ponía sobre su frente. Cuando escuchaba el Laxmi Purana, murmuraba: «Oh, Señor querido, ¿por qué harías esto? ¿Por qué echarías a una esposa como Laxmi del templo? ». Y más allá, se emocionaba mucho cuando salía a colación el tópico del significado de Jagannath y Balbhadra. Aunque nunca hacía comentarios, parecía siempre feliz de escuchar la historia de éxito de Laxmi como si ella también formara parte.
El pueblo de Patapur, a las orillas del río Mathei era el pueblo paternal de Itishree. Sin embargo, había sido educada en la ciudad. Su padre trabajaba en Cuttack. Fue transferido de Cuttack a Bhubaneswar. Ella y su madre le acompañaron allá. Para cuando ella había terminado la educación media, su padre se había jubilado. Regresó a su pueblo natal. Itishree se fue a Bangalore a buscar su carrera de medicina, e inmediatamente después de graduarse se casó. Después de su matrimonio con Nilalohita, cuando se estaba yendo a Estados Unidos, sus padres habían ido al aeropuerto de Bhubaneswar con su hermano mayor. Su madre no podía dejar de llorar. Finalmente, Itishree tuvo que fingir enojo y decir: «¿Por qué no pusiste condición durante la boda? Estaban tan emocionados al oír “América” que querían deshacerse de su hija cuanto antes. ¿Entonces por qué lloran aquí y ahora? ».
Sin embargo, su madre no estaba lista para entender. Abrazó a Itishree y siguió llorando. Nada podía hacer que las lágrimas dejaran de correr. Cuando Itishree la miró desde la fila de seguridad, su madre la veía como una estatua.
Las lágrimas inundaron los ojos de Itishree.
Quizá su madre tenía la intuición de que ésa sería la última vez que vería a su hija. ¿Por qué, si no, se quedaría viéndola así? ¿Por qué la abrazaría tanto tiempo, como no dejando ir a su hija querida?
Recientemente, su hermano menor había escrito: «Papá no está bien. A veces, le sube la presión a niveles anormales. Sólo habla de ti. Si puedes, ven a visitarlo al menos una vez » .
Itishree entendía el significado indirecto de las palabras de su hermano y su padre. Cuando la gente de su pueblo está al borde de la muerte, entonces, y sólo entonces, se envía una carta con las palabras: «Las cosas no está bien, y sería bueno que vinieras a visitar ». Y por eso se asustó cuando recibió la carta. Recordó los incidentes que rodearon la muerte de su madre. Tenía ansia por irse. Nilalohita le había dicho: «Espera una semana. Swati y yo iremos contigo ». Pero Itishree no lo escuchó. No podía mas que ser directa y decirle: «A veces en un solo día cuelga una vida entera. No pude ver a mi madre cuando murió. No podría perdonarme si pasa lo mismo con mi padre. Ustedes, ambos, padre e hija, pueden venir en una semana si quieren. Yo me voy ya ».
Al lado del camino había un gran estanque de loto. Itishree bajó la ventana del vehículo y miró las flores. ¡Qué atractiva y encantadora se veía su tierra! ¡Qué íntimos el viento y agua de este país! Con toda la plenitud y lujo de la tierra extranjera, nunca sentía esta calidez. Y por otro lado, alguien en completa miseria también podría sentirse atado a su tierra natal. Estaba impaciente por llegar a su pueblo.
Solía ser así de impaciente cuando estudiaba en Bangalore. Cuando era hora de ir a casa, deseaba tener alas. Pero nunca se cumplía su deseo. En esos tiempos, no había vuelos ni trenes directos. Tenía que viajar pasando por Madrás siempre que visitaba su hogar. Ahora es mucho más conveniente el viaje.
En esos tiempos, cuando en cuanto llegaba a casa, Itishree mandaba a todos. Le decía a su madre qué cocinar y cuándo, de una lista especialmente preparada para esto. Arroz lilawati, y con él curri hilsa de pescado con requesón y pasta de mostaza; chudchuda de pez mahurali: calabaza okra con taro y requesón; flores de calabaza fritas ligeramente, empanizadas con polvo de arroz; pescado rohu en caldillo de patatas sin pelar; camarones molidos con ajo y chiles verdes; hojas verdes de kalam con chile verde mung dal del mismo pueblo, sazonado con ghee puro; filetillos de caviar; okra salteada con pasta de mostaza; brinjal rostizado; bolitas de dal en polvo; hongos rostizados en hoja de calabaza; plátanos crudos y patatas salteadas cortadas en círculo con chile y polvo de cilantro fresco, recién cocinadas. Los domingos, para el almuerzo había curri de cangrejo y para la cena curri de huevo y patata. Además de esto, Itishree no podía objetar si su madre y sus cuñadas añadían algo más.
Cuando Itishree le daba la lista a su madre, su padre decía: «Llévate a tu madre al hostal, y ahí te servirá bien ».
Señalaba a sus cuñadas y decía: «Madre nada más daría instrucciones. ¿Cómo podría cocinar todas estas cosas ella sola? Si ella tiene que hacer todo, ¿qué harán ellas? » .
Su cuñada mayor sonreía y decía: «No tenemos problema, pero tu madre no entendería. Si no suda y se cansa en la cocina, pensaría que le falta algo en la tarea de cuidar a su hija. Cuando te fueras a tu hostal, se quedaría y diría: «Oh, esta mente terrible. Mi hija quería un platillo ácido de dilleniai y lo olvidé ».
Su madre sonreía y decía: «No es verdad. No puede tolerar si su comida no está perfecta. Hasta las cosas más triviales, como la sal o el chile, tienen que ser perfectas. Mis hijos se comen lo que sea, pero ella no se lo piensa antes de rechazar el curri. Ni siquiera lo toca. Se comería el sambar y el arroz aguado del hostal, pero en cuanto llega a casa no tolera ninguna imperfección ».
Todo mundo estallaba en risas. La casa entera reverberaba en carcajadas. Pero Itishree sentía vergüenza. Corría y escondía la cara en el regazo de su padre. Su padre fingía enojarse con todos y decía: «¿Por qué molestan todos a mi hija ?» .
Alrededor de las diez moujas, la familia de Managovinda Mahapatra era vista como una familia ideal. La familia de Managovinda era una familia feliz que consistía en cuatro hijos y una hija. Todos se quedaban juntos, se sentaban juntos, y comían juntos.
Después de su visita al mercado de Ghanteswar, su padre le hablaba a su madre de la discusión acerca de la buena reputación de sus hijos. Hablaba tan fuerte para que sus hijos supieran que no debería haber muros que dividieran a la familia o al campo. «Pueden hacer cualquier cosa, pero no dejen que pase esto » , decía.
Todos los hermanos eran capaces. Tenían como veinticinco acres de tierras en ambos lados del pueblo, peces en los estanques, árboles de coco con frutos, ganado como toros y vacas. Pero, con excepción del menor, nadie tenía una carrera. Nadie tenía un empleo distinto. El hermano menor había obtenido una maestría y entrenamiento en educación. Era el director de una escuela en un pueblo vecino.
Su padre solía decir: «No requerimos ningún empleo. Incluso después de que me muera, a mis hijos nunca les faltará el arroz ».
Y su madre añadía: «Yo pongo el curri ».
Y sus hermanos reían.
Itishree discutía por su madre y decía: «¿De qué se ríen ? ¿Está diciendo algo mal? Nuestro padre trae varios tipos de arroz, como sola, patina y lilavati de sus campos, y nuestra madre trae calabazas, hongos y berenjenas de su jardín. ¿Y hace caso siquiera si alguien le dice que descanse y no salga al sol? » .
Sus hermanos se callaban.
Su hermano mayor decía: «Madre, tienes un pobre abogado que no tiene trabajo, pero puede defenderte en este caso ».
Pero Itishree nunca se rendía.
Siempre que había ido al pueblo había visto a su madre en el jardín de berenjenas de atrás o en la cocina. El jardín de su madre era como una gran vedulería. Había vegetales desde las calabazas hasta la espinaca poi, y todo tipo de calabacín. Durante la temporada lluviosa, su madre hacía alambrados para la espinaca, el pepino, la calabaza larga y el calabacín, y los vegetales colgaban de ahí. En las orillas del jardín estaban las plantas de pepino, que daban hasta dos frutos diarios. Al otro lado había plantas de chile. Y a veces, cuando había servido la comida de todos, no quedaba nada para ella, pero no le decía a nadie. De prisa traía un pepino y chile del jardín, y eso era su curri. No dejaba que se enteraran ni siquiera sus nueras.
Los chiles crecían en el jardín todo el año. Su madre decía: «Están pagando algo que les presté en mi vida pasada ».
Itishree sonreía. Su madre le contaba los secretos. Había una regla que dominaba el hogar de los Mahapatra; todos comían juntos. Primero el padre, con sus hijos e hija, y luego la madre con sus nueras. Cuando los hijos comenzaron a tener sus propios hijos, también ellos fueron incluidos en la primera lista. Todo se cocinaba en un solo lugar. Todos comían en un solo lugar.
Itishree venía a su pueblo por primera vez en siete años. Un día después de irse de América, había venido a vivir en casa de Nihalohita en Brahmagiri. Después fue a Bhubaneswar, y había regresado a Brahmagiri porque habían llamado de vuelta a Nilalohita. El banco en donde trabajaba había quebrado. Nilalohita estaba muy molesto. No habían tenido más opción que regresar inmediatamente. Y el deseo de Itishree de regresar a su pueblo no se cumplía.
Ahora, Itishree vivía en Nashville, en Estados Unidos. Nilalohita trabajaba ahí, en la industria del software. Ella trabajaba en el hospital de Rose Valley. Tenían una hija que se llamaba Swati, que estaba por cumplir cuatro años. Su hogar se veía distinto después de la muerte de su madre. No podía olvidarla una vez que llegó. ¿Cómo vería a su padre? Itishree se preparaba.
Sus cuatro hermanos tenían un hijo cada uno. Había diecisiete miembros de la familia incluyendo a su padre. Si el tío Suna también se incluía, eran dieciocho. Desde que su madre todavía vivía, el trabajo se dividía entre las nueras. Alguna cocinaba, otra cortaba las verduras, otra cuidaba a los niños, otra los llevaba a la escuela, y otra cuidaba el ganado. El cuidado del jardín se dividía entre su madre y el tío Suna.
Su padre solía sentarse en la veranda y saludar a los que pasaban, e intermitentemente pedía té o agua, y preguntaba finalmente: «¿Cuándo terminarán de cocinar ?» .
Su familia era como el gran árbol de tamarindo en el centro del pueblo. Como las ramas del tamarindo, con los cantos de diversos pájaros, la casa de la familia Mahapatra siempre estaba viva con los ruidos de los niños. El hijo mayor cuidaba las tierras, y el de enmedio cuidaba la tienda de la familia. El tercero se encargaba del tractor y del molino de harina. El hermano menor se encargaba de su propio trabajo y de la educación de su hijo y de todos sus sobrinos y sobrinas.
La casa de los Mahapatra era circular. Justo en el centro estaba la cocina, del tamaño de un gran salón. En ambos lados de la cocina había grandes patios donde jugaban los niños. El patio trasero se usaba para secar hojas, chiles, cúrcuma y arroz para las tortitas. Sus cuñadas se quedaban ahí cortando verduras y chismeaban acerca de cualquier cosa que se pudiera.
Como era una familia grande, siempre había algún invitado en casa. A veces había gente de la familia de alguna u otra cuñada, que venía a visitar. Como tenían su propia tienda de abarrotes, no había problema para traer té o azúcar, o aceite y patatas. Por lo tanto, siempre había algo que ofrecer a las visitas.
Itishree era la que más halagos recibía de todas las visitas que venían. Siempre se hablaba de ella, estuviera ahí o no. Los huéspedes aplaudían a su padre que la educara como doctora, aunque fuera mujer. Y su padre sonreía: «No he gastado ni un centavo en ella. Desde niña siempre ha estudiado con becas. Sólo cuando se fue a estudiar a Bangalore gasté tres o cuatro lakhs en su educación. ¿No es una inversión que fácilmente recuperaríamos su madre y yo con puras muestras médicas? » .
Las visitas se reían. Su padre se reía con ellas.
Itishree pensaba que era bueno que sus hermanos no se hubieran ido a trabajar a otro lado. Al menos todos vivían con sus padres. Había tantas familias en su pueblo en las que los padres sólo tenían dos hijos varones, y cada uno tenía su propia familia separada. Pero en su casa, no había familias separadas. Ni hablar de ello.
El arroz de las tierras de su padre y las berenjenas del jardín de su madre unían a todos. Itishree se decía a sí misma: «Sólo faltan cinco kilómetros para Ghanteswar. Sólo media hora más para Patapur » .
La cuñada mayor decía: «Ya te he pedido tantas veces que vengas a comer, y no me haces caso. ¿Quizá debería mandarte el arroz y el curri? » . Itishree no respondía. Se imaginaba la mirada de su padre. Se imaginaba que su padre ahora estaba solitario, pero no podía imaginarse que estuviera tan desolado. Su padre parecía una aguda estatua de madera. Las lágrimas le brotaban.
Itishree se preguntaba: «¿Cómo es que ha pasado esto ? ¿Por qué no me dijeron nada ?» . Quizá su padre no sabía ni por dónde empezar a decirle. Cuando llegó a casa, de inmediato vio todo lo que había cambiado. Aunque nadie lo decía, ella podía imaginar ese gran cambio. Cuando saludó respetuosamente a su hermano y a su cuñada, inmediatamente leyó este cambio en sus caras.
Eran las dos de la tarde. Las cuñadas no podían esperar más. De inmediato mandaron el curri que habían cocinado al cuarto de su padre para que ambos, padre e hija, pudieran comer juntos.
Su padre dijo: «Ahora sólo se cocina el arroz para todos juntos. Todo lo demás lo cocinan por separado, cada quien para sus propios hijos ».
Itishree se lo había imaginado. Había humo saliendo de la casa de cada cuñada, y diferentes olores de cada curri. El hermano mayor tenía una estufa de keroseno y los otros tenían estufas de leña en las verandas de cada cuarto. El hermano menor tenía una estufa de gas en su cuarto. La casa donde sólo una estufa sacaba humo, como el humo del fuego sagrado, ahora tenía cuatro estufas secretas. Itishree no podía aceptarlo, para nada. El arroz se compartía porque no se podía dividir la tierra. Quizá, una vez que muriera su padre, también el arroz se cocinaría por separado.
Su padre estaba sentado en su silla, inmóvil, cabizbajo. Parecía un soldado derrotado.
Itishree sólo observaba a sus cuñadas, asombrada. Su propio hogar ahora parecía un país extraño, donde no reconocía nada.
Gradualmente, aumentaba el número de platos de curri en el cuarto de su padre. Sus cuatro cuñadas trajeron los curri cocinados por cada una, dos platos pequeños de pescado, plátano frito con patatas, calabacín con posto, cuatro tipos de vegetales de hoja, tortitas badi de lenteja, berenjenas fritas, curri de potola y más patatas. Ninguna de las cuñadas había reparado en mostrar hospitalidad a Itishree.
Su padre dijo: «Ven, hija. Come algo. Tu cara está seca y oscura. Dime, ¿por qué te has debilitado tanto? ¿Estás comiendo bien? ¿Ha aumentado tu carga de trabajo? Esta profesión de medicina que has elegido te hace ver más vieja ».
Itishree no dijo una sola palabra. Su padre siempre fue así. Aunque hubiese engordado, su padre siempre le decía que la veía débil. Su madre ya no estaba. Si no, también ella habría llorado un largo rato por la debilidad de su hija.
Preguntó lo mismo, de nuevo: «¿Cómo ha pasado esto, papá ?» .
Su padre dijo, en un tono tranquilo: «Todo estaba bien hasta un año después de que se fue tu madre. Un día, de repente, hubo una gran pelea entre todas las cuñadas sobre quién iba a cocinar. Les grité. Después, se quedaron todas juntas un rato por miedo. Pero un día vi que se estaba cocinando en dos lugares en vez de uno. Y luego, pasó lo que ves ».
Las imágenes del pasado se mostraban frente a sus ojos. Su madre sudaba e iba de un lado a otro, cocinando, y sus cuñadas la ayudaban. Había una calma increíble en su cara, aunque la marca bermellón de su frente casi sangrara sobre la mitad de su cara. Sólo ella sabía qué les gustaba comer a cada uno de sus hijos, qué les gustaba a sus nueras. Siempre había una u otra cosa cocinándose —a veces té y tentempiés, a veces pasteles y tortitas tradicionales, a veces arroz y curri, y otras arroz seco. Pero ese día, en la cocina, sólo se cocinaba arroz. El curri y todo lo demás lo cocinaba cada quien en su cuarto. A diferencia de esos días, no había niños jugando en el patio. Cada quien observaba desde su cuarto, como extranjeros en busca de refugio.
Itishree sentía la tristeza y el resentimiento hervir dentro de ella.
Su padre dijo: «Vamos, hija. Ya se debe haber enfriado todo. Hay que comer ».
¿Vino deprisa desde una tierra extranjera para llegar a ver esto ? ¿Quería ver a su padre tan desolado, tan triste, tan indefenso ? ¿Cómo podía pasar cinco años así , en este ambiente terrible? Cada momento debe ser doloroso , como una cama de picos. Sin decir palabra a su padre, Itishree corrió al jardín del patio trasero. Y ahí le esperaba más sobresalto. El jardín de su madre ahora estaba dividido en cuatro. Como el pescado hilsa, cortado en delgadas rebanadas. Ahora había tres fronteras temporales en medio. Fue y arrancó un pepino de los arbustos y un puño de chiles verdes. Cuando iba de regreso, se le atoró el sari en una planta de chile. Miró, y vio que otra planta reemplazaba a la que su madre había plantado. Resonaron en sus oídos las palabras de su madre: «Me ha pagado algo de una vida pasada; el nacimiento de una persona que ha reencarnado en una planta de chile ». Desenredó su sari de la planta y la acarició suavemente.
Su padre salió a buscarla. Su espalda se había encorvado con la edad. No podía caminar derecho. No lo querían ni en su propia casa.
Itishree lo tomó de la mano y lo llevó de vuelta adentro. El plato de arroz estaba enmedio. Era el arroz rojizo de sus tierras. Tomó un puñado y lo puso en otro plato. Lavó el pepino y los chiles del jardín y empezó a comer arroz.
Los platillos de curri servidos por sus cuñadas seguían ahí, abandonados. Su padre le rogaba como a una niña pequeña: «Querida, preciosa, tus cuñadas han cocinado esto con tanto cariño. Toma, cómelo. Se sentirán heridas si saben que no lo has comido. Eres una invitada por sólo unos días, y no debes herirlas ». Finalmente, en una voz de reprimenda, le dijo. «Si tú no comes, yo tampoco ».
Itishree no hacía caso a sus palabras. Había una tormenta dentro de ella. Sentía como si se quebrara por dentro, como el tronco de un árbol de tamarindo. Toda la flora y la fauna se destruían dentro de ella. Todas las enredaderas de la calabaza y la espinaca se arrancaban de raíz. Todo se caía a pedazos. Miró a su padre y le dijo: «Tú cómete lo que han servido tus nueras. Yo no comeré nada de eso. Yo solo comeré el arroz de los campos de mi padre y el pepino del jardín de mi madre ».
Managovinda cerró la puerta levemente. Su hija era asombrosamente necia. Nunca le hacía caso a nadie cuando estaba enojada. Y él no quería que nadie escuchara su conversación. Trataría de explicarle todo esto cuando se calmara, porque ahora no haría caso a nada.
Sus ojos lagrimeaban también por el picor del chile, y las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero ella no las secaba. Comía su arroz, mordía los chiles.
Su padre vino y le ofreció un vaso de agua, y dijo: «Toma, bebe un poco ».
Itishree miró directamente a su padre y le preguntó: « ¿Me dirás, primero, si vendrás conmigo o no? Si no, sólo será este puñado todo lo que comeré , y nada más. Ya me conoces ».
Managovinda estaba un poco asustado. Su hija le había puesto una prueba difícil. Dijo «Salir al extranjero, a esta edad…».
«¿Qué es el extranjero, padre, aquí o allá? ¿No es esta casa en pleno Patapur un lugar extranjero para ti? ¿Éste es tu país, en el que ahora se cocina y se come en cuatro lugares separados? ¿Cómo toleras este sufrimiento todos los días aquí, padre? » .
Managovinda dijo, en tono vengativo: «Deja que venga tu hermano mayor. Todo va a estar bien. No necesitas preocuparte ». Pero Itishree hablaba con toda su voz, y sabía que su cuñada más joven estaba detrás de la puerta espiando para ver qué pasaba. Pero la tenía sin cuidado. Decía: «Si las cosas están tan bien, habrían estado bien antes de que yo llegara. Y nada está bien. Por eso te lo pido. Me escribes dos veces al mes. Cuando llegó un segundo horno a casa, ¿por qué no me lo dijiste? ¿No soy yo también de esta casa? » .
Managovinda miraba la cara de su hija en silencio. Se veía tal cual como su madre.
Itishree le dijo: «No sé si puedo liberarte del infierno en la otra vida, pero no puedo dejarte vivir en este infierno. Dime si vendrás conmigo o no ».
«Pero… Dejar a los hijos…». Estas palabras salían de Managovinda.
«¿No soy yo también tu hija? Padre querido , ¿no me has dado el mismo amor que a tus hijos ? ¿Entonces cómo puedes olvidar a tu hija ? ¿Por qué no me dijiste cuando te volviste un extranjero en tu propia casa ? ¿Por qué ? ¿Es porque pensabas que una vez habiendo cedido a tu hija en matrimonio se acababa tu relación con ella? Has cumplido tu deber como padre, ¿por qué no me dejas cumplir el mío como hija? Es posible que tenga que pasar problemas por esto, pero sé que los pasaré porque he tomado responsabilidad de mi padre, y eso me llena de orgullo. ¿Por qué me niegas esto, padre? » .
Managovinda Mahapatra bajó la cabeza para que las lágrimas que brotaban de sus ojos pudieran esconderse. Itishree había hecho una bola de arroz apretada con sus propias manos, y trataba de darle esto de comer a su padre, en la boca, directamente, justo como él la alimentaba de niña. Las lágrimas seguían cayendo de los ojos de Managovinda.
Itishree habló de nuevo: «No has respondido mi pregunta ».
Indefenso, Managovinda dijo: «Muy bien. Será como tú desees ».
Incluso con sus manos sucias, Itishree abrazó a su padre. Con felicidad y afecto le dijo: «Querido padre; me quedaré aquí cuanto se requiera, pero esta vez no me iré sin ti ». Se veía feliz, como si hubiera ganado una batalla.
Padre e hija terminaron de comer. Sin embargo, los platillos cocinados por las cuñadas seguían abandonados por ahí, como productos extranjeros.
Limpió la cara húmeda de su padre con el extremo de su sari, y luego sus ojos miraron la foto de su madre, en la pared de enfrente. Se dijo a sí misma: «Te llevaré a ti también ».
Traducción de Héctor Ortiz Partida, a partir de la versión
del oriya al inglés de Gopa Nayak.