El corazón extraído
en la cirugía se retorcerá
un rato y después se quedará quieto.
Poco a poco se pudrirá
y después no habrá ni huella de él.
El cráneo se mantendrá intacto
durante mucho tiempo. Tengo
una fe tremenda en el cráneo
que está en mi mesa.
Le hablo,
lo veo,
lo levanto en mis manos,
lo acaricio, lo beso.
Y al abrazarlo,
lo hago escuchar
las palpitaciones
de mi corazón demente.
Le pongo talco
en la frente,
kohl en los ojos;
le hago dibujitos
en el pómulo
y luego lo limpio.
No sonríe ni llora,
no finge ni protesta. Tan
sólo sigue mirando.
Me convierto en dos
huesos cruzados
y me coloco
bajo el cráneo.
A veces me
vuelvo un rizo
alrededor del amado cráneo.
A veces
dejo que mi mente, mi pluma y mi conciencia
entren por los agujeros de sus ojos y su nariz.
A veces
me pregunto: ¿y si el corazón
hubiera sido hecho de huesos?
Quizás todo protagonista
en algún momento
se enamora del cráneo.
Versión de Víctor Ortiz Partida, a partir de la versión
del oriya al inglés de Rabindra K. Swain.