(Valle de Guadalupe, Jalisco, 1984). Es autor de Vocación de animal (Mantis, 2016).
Todos los días encuentro que el mundo pierde algo de su encanto. No puedo decir con precisión qué quiero nombrar con esto; no sé si con encanto me refiero, solamente, a algo orgánico que se degrada en mí como un fruto picado; quizá sea la evidencia de que la vitalidad del cuerpo se va perdiendo lo que merma el entusiasmo. Con el pesimismo de estas líneas podría exhibir el balance de lo que va de la pandemia; por un lado, la conciencia de la fragilidad y, por el otro, los días de confinamiento que se acumulan como plumas incomprensibles o piedras impenetrables en una balanza en donde al final no importa si son piedras las plumas del pájaro que no canta, / el que no sabe / cómo diablos se pela / la sencilla semilla del alpiste. Estos versos pertenecen al libro Mi vida como pájaro, que le ha regresado un poco de luz a la imperante opacidad de estos tiempos.
El propósito de personalizar estas reflexiones es el de resaltar asuntos que me resultan cardinales en el goce de la lectura de un libro de poesía: la belleza y la veracidad (porque sólo la belleza es verdad). En la escritura de Javier Acosta he encontrado, desde libros anteriores, pautas que me trasladan a una profunda ensoñación, porque en su trabajo se me presenta un asunto que he dado en llamar lo veraz (eso que tiene que ver más con lo que motiva la escritura que con la ejecución de los poemas o la evidencia de la expedición estética). La idea de lo que asocio con lo veraz y sus imágenes transmite emociones que me hacen pensar en la belleza. Me detendré en un par de aspectos arquetípicos que podrían interesar a un lector que quiera aventurarse en una de las escrituras que más me interesan en el panorama actual de la poesía mexicana.
Yo desperté del gran sueño del hombre convertido en pájaro, apunta Javier en uno de los primeros poemas, y es ahí el principio de la expedición de un Ícaro que se convence de que de algún modo hay que librar el laberinto conformado por las emociones: todos andamos tan necesitados —dijo mi psiquiatra— de qué cosa / morirnos. Necesitar de qué cosa morir estructura y perfila las voces que hablan en el libro, y con una atmósfera en la que abunda la irónica melancolía se exhibe la posibilidad de elaborar las alas químicas para el vuelo: cuántas pastillas me debería tomar / si —por ejemplo— ella repite / que no aprendí a volar ni a pelar el alpiste.
Leer los textos de Acosta es como hablar con él, una reflexión interminable donde la sensibilidad y la belleza se cruzan todo el tiempo como dos pájaros que se disputan la misma rama. Habla lo mismo de la oscuridad de la voz que del brillo en las líneas de un poema. En este poemario hay aspectos que se narran, lecciones de filosofía, retratos hablados, todo esto en una historia que da cuenta de la elevación y del impulso para aproximarse a «el gran sueño» a la manera de Ícaro que, transfigurado en pájaro, está condenado a la caída:
Antes de ser un pájaro, mi religión fueron los árboles. Yo era un árbol en tu otra vida […] Fui comedor de lotos y fui Nadie y el Cíclope. Repetí esa existencia hasta la náusea —luego me acostumbré, ya era muy tarde para el vómito. Por breve tiempo también fui todos los hombres de la tierra; mi pelo se caía de sus tonsuras […] Reuní la cantidad para comprar un cuenco tibetano, lo hice sonar y desperté.
Renací como pájaro —y fui a caer afuera del poema.
Mi vida como pájaro, de Javier Acosta. Bonobos / Universidad Autónoma de Zacatecas, 2020.