(Sinaloa, 1991). Su trabajo aparece en la antología Conversaciones en el umbral. Muestra de escritoras jóvenes sinaloenses (Instituto Sinaloense de Cultura, 2019).
Saludos: birmano, quechua, wu.
Sonidos: lluvia, un perro manso,
las primeras palabras de
una madre a su hijo.
Música: Concierto de Brandeburgo, Chuck Berry, folklore mexicano.
Fotografías: retrato de familia, bosque con hongos, interior
de una casa con artista y fuego,
la página de un libro.
Sonidos e imágenes de la tierra enviados en las sondas
Voyager 1 y 2, 1997.
«El universo fue blanco en sus primeros instantes de vida», escribe Melissa Niño en el libro La hélice en rojo de mi corazón gravita, invitándonos a un trayecto poético en el que la misión consiste en retroceder, alejarnos cada vez más del pulso débil del rojo, que parpadea a través del espacio en blanco.
«Movimiento retrógrado». Sección con la que inicia el libro, reflexiona sobre la relatividad y lo inútil de algunos de nuestros esfuerzos. «Los retrógrados somos los que avanzan», nos dice la voz poética, que para entonces ya se ha instalado, y da inicio a un recorrido a través de imágenes que aterrizan grandes conceptos en explicaciones minimalistas, extraídas de la experiencia propia; un intento por aquilatar lo que fuimos y todos los otros que pudimos ser.
En «A propósito de un robot», Melissa alimenta la voz ingrávida de Rosetta, la sonda madre que nos comparte cómo es nacer al vacío, empujada por el deseo de nombrar la rotunda nada a la que se enfrenta en su travesía hacia un lugar que fue y que existe desde antes de todos los nombres. Distanciándose cada vez más de ese pálido punto rojo de la partida, Rosetta aborda la extrañeza de comenzar a nombrar la realidad por primera vez, comprender las dicotomías blanco-oscuro, regresar al nacimiento de la palabra y volar, transitando la distancia entre la ausencia y el dolor.
«Estoy aprendiendo a flotar», dice Rosetta, quien en su proceso se acompaña —como sucede en el poema «Crónica de un telescopio»— de artefactos antiguos en los que se intercalan escenas de científicos, a quienes sus modernos equipos los posicionan frente a la fragilidad y la pequeñez de su propia vida, que observan «con la boca llena de arroz blanco».
Mientras esto acontece en la Tierra, Rosetta envía mensajes para dar prueba de sus descubrimientos. «Postales recuperadas» es un ejercicio de memoria realizado por la sonda, que navega en zonas no registradas en el mapa, con el frío rodeando su cuerpo, aunque no lo siente. Las postales son una intención de aprehender la experiencia del viaje, y su deseo deja de lado la conquista que supone observar, antes que nadie, todo aquello que no ha sido nombrado.
En este momento del trayecto poético, Rosetta ya nos ha alejado lo suficiente del pulso del rojo, ese pulso que nos encierra en lo que ya fue nombrado: latido, cuerpo, sistema circulatorio. Así, desde la distancia, Melissa nos dice: «el dolor no siempre es carne», y en este «Recordatorio» nos pone frente al acto de imaginar el dolor en todas sus formas; de imaginar, por ejemplo, el retroceso de una sonda, que, desorientada ante su imposibilidad de guardar los recuerdos de su viaje, cuenta los días para su hibernación.
«¿No es eso también el amor?», nos pregunta Melissa. Esta pregunta me hizo recordar que en el mensaje de las sondas Voyager también se encuentran las grabaciones cerebrales de Ann Druyan, la escritora y científica encargada de diseñar el mensaje que la humanidad colocó dentro de dichas sondas. Uno de sus objetivos fue transformar los impulsos de su sistema nervioso y convertirlos en sonidos. Entre los diversos temas en los que se propuso encauzar sus pensamientos, Ann, sabiéndose enamorada, tomó la decisión de pensar sobre lo que es enamorarse. Esos pensamientos gravitan ahora en el interior de dos discos fonográficos, dentro de las dos pequeñas sondas lanzadas al espacio en el año 1997.
Los poemas de Melissa son a su vez un mensaje que viaja en la memoria del lector, un punctum rojo dentro de una atmósfera de ruido blanco, en la que se sostiene La hélice en rojo de mi corazón gravita, invitándonos a observar desde la distancia y, una vez ahí, replantearnos los significados del dolor, el amor o la poesía.
Hablando con Melissa, la escuché decir que ella deseaba explicarse los acontecimientos de la vida desde sus propias palabras. Ése es el eje de este viaje, que nos lleva a imaginar que «Dios es una aceituna» y que los significados y la verdad se vuelven innecesarios en el exilio. De esta manera es como el libro se aleja de las grandes narrativas y, desde el espacio en blanco, nos ofrece un nuevo comienzo: este aquí y esta distancia son tu hogar; éste eres tú recordando; y éstos somos nosotros observando nuestro dolor, diminuto, que se pierde.
Al igual que los pensamientos de Ann Druyan, la voz de Rosetta, la sonda madre, se aleja cada vez más en la memoria del lector. Y así continuará hasta que alguien restituya esos datos a su forma original de pensamientos, y los escuche antes de que dejen de emitir señales, y caigan en el silencio pálido del rojo.