Un jardí­n arrasado de cenizas [fragmentos] / Ví­ctor Cabrera

I)

Silencio.

Algo quiere ser visto. La brecha que se abre en el caudal del orbe. Su estruendo numeroso desbordado. Liberado de la voluntad proclive a los límites del cauce.

Algo.

La sospecha de una arritmia subterránea en el fragor continuo de las maquinarias. La posibilidad de un orden perceptible en la impureza. Discernible en el bullicio acre de los elementos.

Bullir de arcanos en el centro de las paradojas. Entreveradas armonías sobre papeles de ceniza. El aleatorio esplendor de una constelación de signos nómadas que palpita su tránsito en las sienes. En mis párpados de saurio adormecido.

Bajo el lustre celestial de mi isla a la deriva percute una ráfaga de instantes muertos. Por no decir mastico la cal de sus guijarros. Atado al mástil de mis trances pasajeros mi carne se cubre de señales.

He sellado mis oídos con el lacre incoloro del olvido. Pero en mis cuencas de mono alucinado prevalecen los vislumbres del furor y la ternura.

 

II)

Al filo de la imagen quemaduras. Rescoldos de un festín contradictorio. Raspaduras del tiempo sobre escenas vagamente familiares. Y un rostro nítido que empieza a diluirse en este punto exacto.

Al fondo de la pieza reverberaciones. Un eco de encendidas nostalgias. Borraduras progresivas del centro hasta los márgenes.

¿Y qué fue de la luz que se colaba entre las frondas más altas del azoro y dibujaba al pie de la interpretación una retícula de vagas geometrías insostenibles en la urgencia de cualquier superficie transitoria?

La sombra del cielo no cambia. Madura en su periplo de inexorable omega. El brillo de la luna es un numen eclipsado de vocablos.

Restos. Trizas. Enmiendas. Tachaduras.

En medio de la isla —bruñido maderamen— levanta el pensamiento la silueta —el puro espectro— de un castillo en ruinas. Holograma de un sueño turbio y breve.

Mis esquemas mentales son una proyección sobre estos muros. Pero los muros son de aire.

Segundos de silencio. Vislumbres. Despertares.

Aquí termina el track fantasma. He aquí la línea oculta que sella las canciones.

De sus diamantes paradójicos. De las astillas de sus carbones agrietados nacerán los nuevos himnos de la tribu que me habita.

 

Comparte este texto: