De las que hay, elegiste la comerropa
que anda viento en popa
por roperos nuevos y viejos,
practicando agujeros
en blusas de damas, en sombreros
y variadas prendas
de caballero.
No la mariposa nocturna
atraída por la luz, grisácea y taciturna,
sino la polilla común,
reina de la buhardilla,
que sea de día o de noche, al tuntún,
a troche y moche
sacia su hambre monstruosa
engullendo cualquier cosa.
Lo que dejes a su alcance
—gabán, camisa, pantalones,
hasta viejas condecoraciones—
sufrirá el mismo percance:
como se lleva el amor
un buen bocado del alma,
su palma,
que adorna nuestro atavío,
es deseo desairado,
un apetito calado
hecho con el vacío.